Capítulo 12: Una Cena

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El reloj marcaba las ocho y media de la noche cuando Vanesa se bajó del taxi frente a la elegante casa de Mónica y Javier. La luz cálida de los ventanales y el jardín bien cuidado parecían una burla para el frío que sentía en el pecho. Javier la había invitado personalmente, y aunque algo en su instinto le advirtió que quizá era mejor negarse, no pudo evitar aceptar. Sabía que en una cena de ese tipo, cada gesto, cada palabra y cada mirada se convertían en piezas de un juego silencioso y peligroso. Era como un tablero donde se movían bajo reglas nunca pronunciadas, y donde cualquier paso en falso podía tener consecuencias.

Al tocar el timbre, la puerta se abrió casi al instante, y Mónica apareció, vestida con un vestido discreto pero elegante. Su sonrisa era cálida, pero en sus ojos se leía algo más profundo: miedo, y tal vez algo de esperanza.

—Vanesa —dijo Mónica, sosteniendo la puerta con una mano mientras hacía un leve gesto para que pasara—. Gracias por venir.

—Gracias a ustedes por invitarme —respondió Vanesa, esforzándose por sonar natural.

Mónica cerró la puerta detrás de ella y juntas cruzaron el pasillo hacia el comedor. El lugar tenía una belleza opulenta, con una decoración minimalista y obras de arte cuidadosamente elegidas, pero la frialdad de aquel lujo la envolvía como un sudario. La mesa estaba impecable, dispuesta con una precisión que dejaba entrever la obsesión de Javier por el orden y la apariencia.

Encuentro en la Cena

Javier la recibió en el comedor con una sonrisa radiante, casi exagerada. Él, siempre impecable, llevaba un traje oscuro que contrastaba con la palidez de su piel. A su lado, Mónica parecía aún más delicada, casi etérea, como si la luz del candelabro que colgaba sobre ellos resaltara su fragilidad.

—Vanesa, bienvenida a nuestro humilde hogar —dijo Javier, extendiendo una mano hacia ella.

Vanesa sintió la frialdad en su tono, una frialdad oculta tras una sonrisa que pretendía ser cálida pero que parecía más bien una máscara.

—Gracias, Javier. Es un lugar precioso, tienen un gusto excepcional —respondió ella, notando cómo él esbozaba una sonrisa de satisfacción.

Durante los primeros minutos, la cena transcurrió en un ambiente incómodamente amable. Javier no perdía ocasión para adular a Mónica frente a Vanesa, describiéndola como la “esposa perfecta” y “madre ejemplar”, enfatizando cada adjetivo como si de alguna forma quisiera reafirmar su control sobre ella. Mónica, por su parte, permanecía callada, sonriendo con un leve rubor que no alcanzaba a ocultar del todo su incomodidad.

—Mónica es realmente una mujer admirable —dijo Javier en un momento, dirigiendo su mirada hacia Vanesa—. No sé qué haría sin ella. Me apoya en todo y siempre mantiene el hogar en perfecto estado. Es… como un ancla para mí.

Vanesa asintió, esforzándose por mantener su expresión neutral, aunque por dentro sentía una mezcla de indignación y compasión. Sabía lo que Javier intentaba hacer, sabía que aquel alarde de aprecio no era más que un intento de control, de reafirmar su dominio sobre Mónica.

—Estoy segura de que Mónica es una mujer increíble —respondió Vanesa, mirando a su amiga con una sonrisa sincera—. No cualquiera tiene esa capacidad de ser fuerte y cálida al mismo tiempo.

Mónica bajó la mirada, como si sus palabras hubieran tocado algo profundo en ella, algo que aún temía expresar.

El Tiempo se Detiene

El silencio se rompió cuando el teléfono de Javier sonó, vibrando sobre la mesa con una intensidad que parecía más fuerte de lo normal en aquel ambiente cargado de tensiones. Javier lo tomó, y su expresión se endureció al ver el número en la pantalla.

—Es del bufete. Un cliente importante. Discúlpenme, tengo que atender esto —dijo, levantándose y saliendo del comedor con el teléfono en mano.

Vanesa y Mónica se quedaron solas, y por un instante, el silencio llenó el espacio entre ambas como una promesa de libertad. Vanesa aprovechó el momento para mirarla, realmente mirarla, sin la presencia sofocante de Javier.

—¿Estás bien? —susurró, buscando en los ojos de Mónica alguna señal de que aún quedaba en ella esa chispa de fortaleza que tanto admiraba.

Mónica asintió, aunque su mirada denotaba agotamiento.

—No ha sido fácil, pero… saber que estás aquí me da fuerzas —respondió en un susurro.

Una Confesión en el Silencio

Vanesa notó cómo su corazón latía con fuerza, casi con una ferocidad que la sorprendió. Allí, en ese instante, sintió una mezcla de ternura y vulnerabilidad hacia Mónica que nunca había experimentado. La admiración que sentía por ella se estaba transformando, casi sin darse cuenta, en algo más profundo, algo que no podía explicar del todo.

Quiso tomar su mano, pero se contuvo. Sabía que cualquier gesto, cualquier señal, podía ser malinterpretada, o incluso arriesgar la poca seguridad que ambas intentaban construir.

—Mónica, quiero que sepas que estoy aquí para ti. Que siempre estaré a tu lado —dijo, con una intensidad que no logró ocultar.

Mónica la miró, y en sus ojos había gratitud, pero también miedo. Sabía que aquella amistad era su salvavidas, pero temía que, al aferrarse demasiado, pudiera arrastrar a Vanesa al mismo abismo en el que ella se encontraba.

—Gracias… No sabes cuánto significa eso para mí. Eres… una luz en medio de toda esta oscuridad.

Sus palabras quedaron suspendidas en el aire, cargadas de un peso que ambas comprendían sin necesidad de decirlo en voz alta. En aquel instante, sentían que el tiempo se había detenido, que las paredes de aquella casa, por primera vez, no lograban oprimirlas.

Pero entonces, el sonido de la puerta anunciando el regreso de Javier rompió el encanto. Su presencia llenó nuevamente el ambiente, y ambas mujeres se vieron obligadas a esconder sus emociones bajo máscaras cuidadosamente construidas.

Reflexión de Vanesa

Esa noche, cuando Vanesa regresó a su apartamento, su mente estaba en un torbellino de pensamientos y emociones. La imagen de Mónica, su voz temblorosa, sus ojos cargados de gratitud y desesperanza, todo se repetía en su mente como un eco incesante. No podía evitarlo, algo en ella había cambiado, y ahora, sentía que la admiración que siempre había sentido por Mónica estaba transformándose en algo más, en algo que nunca había experimentado.

Sentada frente a la ventana, observó la ciudad iluminada, preguntándose en qué momento aquella amistad había comenzado a convertirse en algo más profundo. Recordó la dulzura de Mónica, su fortaleza oculta, su valentía al enfrentarse a una situación tan compleja. La admiraba, sí, pero también sentía una atracción hacia ella que la llenaba de confusión.

No era solo su forma de ser; era su mirada, su risa apagada, sus gestos delicados y frágiles. Vanesa se descubrió recordando cada detalle de esa cena, cada gesto, cada palabra, y sintió que algo en ella había despertado, algo que la asustaba pero que también la llenaba de una extraña emoción.

—¿Qué me está pasando? —susurró para sí misma, sin encontrar una respuesta.

Sabía que Mónica aún enfrentaba demasiados miedos, demasiadas incertidumbres. Y aunque deseaba estar a su lado, temía que sus propios sentimientos pudieran añadir más peso a la ya frágil situación de su amiga.

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Flor🌹

Confianza en el Abismo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora