El día que Javier le mostró a Nicolás la noticia, el aire en la habitación parecía haberse congelado, como si el tiempo hubiera decidido hacer una pausa cruel en ese instante exacto, solo para hacerle más pesado el peso que caía sobre sus hombros. Aquella noticia—esa mentira—marcaba un antes y un después en su vida. En la pantalla del teléfono de Javier, un titular anunciaba la supuesta muerte de Mónica y Vanesa en un accidente. Nicolás no alcanzó a leer los detalles; las palabras se desdibujaban, y todo lo que podía sentir era el dolor punzante que comenzaba a inundarlo, como una marea oscura.
Para Nicolás, aquella noticia falsa fue el golpe definitivo que lo empujó a aceptar lo que tanto había temido: que no solo había perdido físicamente a su madre y a Vanesa, sino que también había perdido a su verdadero ser, a "Pía". Sentía que no le quedaba otra opción más que aceptar esa nueva realidad impuesta, la de “Nicolás,” el personaje que le habían obligado a interpretar, el nombre con el cual debía vivir hasta quién sabe cuándo.
En silencio, Nicolás observaba el rostro de Javier, tratando de encontrar alguna señal de humanidad, alguna grieta en su fachada rígida, pero solo vio una mirada de dureza, de satisfacción incluso, que se negaba a mostrar compasión. Javier, con la frialdad que siempre lo caracterizaba, parecía tomar un extraño placer en ver el sufrimiento de Nicolás, como si aquello le diera control.
—Es mejor que lo aceptes, Nicolás. Ya no hay nadie que te busque. Ellas se han ido. Tu vida aquí es la única que tienes —dijo Javier, con voz baja pero contundente, como si esa mentira tuviera el peso de una sentencia inquebrantable.
Las palabras resonaban en su mente, creando ecos que parecían empujar a Pía hacia un abismo oscuro, hacia un lugar del que temía no poder regresar. Era como si, al aceptar la muerte de su madre y de Vanesa, estuviera también enterrando una parte fundamental de sí misma. Las lágrimas brotaron de sus ojos, pero esta vez no intentó detenerlas. A cada lágrima que caía, sentía que un fragmento de "Pía" se desvanecía, dejando en su lugar a "Nicolás", un nombre que le era extraño y frío, como una ropa ajena que no terminaba de encajar.
—¿Por qué? —preguntó con voz temblorosa, mirando a Javier—. ¿Por qué me están haciendo esto?
Javier solo lo miró con indiferencia, encogiendo los hombros.
—Es lo mejor para ti, Nicolás. Deja de vivir en un pasado que ya no existe. Acéptalo y olvídate de todo lo demás.
Y en ese instante, Nicolás comprendió que estaba solo. Profundamente solo. Sentía que todo su mundo se había reducido a un vacío, un vacío en el que su verdadera identidad, sus recuerdos, sus sueños, todo lo que alguna vez había sido Pía, estaba siendo arrancado poco a poco.
En los días siguientes, Nicolás dejó de resistirse. No porque quisiera, sino porque el miedo comenzaba a corroerlo. Sentía que su único refugio era la identidad de “Nicolás”, como una máscara que, aunque dolorosa, lo protegía de un mundo que ya no le ofrecía consuelo. La imagen de su madre y de Vanesa se volvía cada vez más difusa, como si sus recuerdos estuvieran envueltos en una niebla que no podía disipar.
Con el tiempo, Nicolás comenzó a hablar menos, a reír menos. La alegría que alguna vez había tenido se apagaba, y en su lugar, surgía una apatía que lo hacía sentir como una sombra de sí mismo. Cada vez que miraba en el espejo, ya no veía a Pía; veía a alguien más, alguien que no reconocía.
“¿Quién soy ahora?” pensaba con frecuencia, viendo su reflejo con la mirada perdida. Esa pregunta, sencilla y desgarradora, resonaba en él cada noche, en cada silencio, en cada instante de soledad. Sentía que se había convertido en un extraño habitando su propio cuerpo, un cuerpo que ya no le pertenecía.
El miedo de quedarse solo lo perseguía cada día, como una sombra implacable que siempre estaba a su lado. Sabía que su única familia era Sara, pero ambos eran demasiado jóvenes para valerse por sí mismos. Si se rebelaba contra Javier y Verónica, ¿qué le quedaría? ¿Acaso terminaría en la calle, sin nadie que lo cuidara, sin un hogar al que regresar?
El temor a la soledad era tan fuerte que terminaba cediendo a todo lo que le pedían. Se mantenía en silencio, obedecía, se adaptaba. Aceptaba que era “Nicolás”, porque ser “Pía” significaba perderlo todo; significaba quedarse sin un techo, sin comida, sin la única conexión que le quedaba con su hermana. Cada vez que recordaba a su madre, el dolor lo embargaba tanto que sentía como si el corazón se le rompiera en mil pedazos, pero trataba de no pensar en ello. Su única opción era seguir adelante, con la esperanza de que algún día las cosas cambiarían, de que quizás algún día podría reencontrarse con su verdadera identidad.
Con el paso del tiempo, Nicolás comenzó a aceptar el olvido como un refugio. Pensaba que, si dejaba de recordar, si dejaba de soñar con su antigua vida, el dolor quizás disminuiría. Pero aunque lo intentara, los recuerdos seguían acechándolo en sus sueños, en esos momentos en que se permitía cerrar los ojos y dejarse llevar por el cansancio.
En sus sueños, veía a su madre y a Vanesa, a veces en la casa que solían compartir, otras veces en paisajes desconocidos y lejanos. En esos sueños, Pía seguía viva, con la risa de quien aún no conoce la traición, de quien aún puede creer en el amor sin condiciones. Pero al despertar, el peso de la realidad lo golpeaba con una dureza devastadora.
“Pía está muerta,” se repetía en silencio, intentando convencerse, aunque en el fondo sabía que eso no era del todo cierto. Pía seguía ahí, oculta, silenciosa, esperando un momento de debilidad para asomar su rostro, para recordarle que, aunque el mundo insistiera en hacerla desaparecer, ella no se rendiría tan fácilmente.
A veces, cuando la noche era especialmente silenciosa y la soledad se hacía insoportable, Nicolás se permitía hablar consigo mismo, como si estuviera conversando con esa parte de sí que intentaba olvidar.
—“No puedo ser tú, Pía,” murmuraba en voz baja, temiendo que alguien lo oyera.
—“¿Por qué no? Soy quien realmente eres. Soy la verdad que intentas ocultar,” parecía responderle una voz, suave y melancólica, una voz que solo existía en su mente, pero que era tan real como la propia realidad.
—“Si te acepto, lo perderé todo. No puedo arriesgarme.”
—“Ya lo has perdido todo. Lo único que te queda soy yo.”
Esa conversación, aunque dolorosa, le traía una extraña paz. Era como si, en ese diálogo interno, pudiera conectar con su verdadero ser, con esa Pía que había quedado atrapada en un laberinto oscuro, esperando encontrar la salida. Sabía que aquella voz no era real, pero escucharla le recordaba que, aunque todos insistieran en que Pía había desaparecido, ella seguía viva en algún rincón de su ser.
Una noche, mientras se encontraba solo en su habitación, Nicolás se miró en el espejo una vez más. La imagen que vio fue la de alguien desgastado, alguien que había perdido la esperanza. Sin embargo, en ese instante, sintió algo que no había sentido en mucho tiempo: determinación.
“No puedo perderme,” pensó, recordando la fuerza de su madre y de Vanesa, esa fortaleza que ellas siempre habían tenido y que ahora él debía encontrar en sí mismo. Hizo una promesa silenciosa, una promesa que no necesitaba palabras, pero que le dio fuerzas para seguir adelante.
Aunque Javier y Verónica lo controlaran, aunque el mundo intentara convencerlo de que debía olvidar, no dejaría morir a Pía en su interior. Quizás no podría mostrarse al mundo tal como era, pero en su corazón, en sus pensamientos, Pía seguiría viva. En silencio, sí, oculta, pero viva.
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Flor🌹
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Confianza en el Abismo.
Hayran KurguConfianza en el Abismo relata la historia de un mundo alternativo donde Vanesa Martín es una abogada feminista y defensora de los derechos humanos, y Mónica Carrillo, una madre atrapada en una relación abusiva. Vanesa, marcada por su propio pasado d...