Javier se enteró de la relación entre Mónica y Vanesa, y la noticia cayó sobre él como una tormenta, nublando su juicio y despertando en él una mezcla de resentimiento y deseo de control. Para él, sus hijas no deberían estar en manos de ellas, y esa idea comenzó a obsesionarlo. Decidió entonces tomar una medida extrema para "proteger" a sus hijos, sin comprender el verdadero impacto de sus decisiones en ellas. Desconocía las demandas legales que se estaban preparando en su contra; para él, la justicia y el poder eran algo que él podía ejecutar por sus propios medios.
Su mente retorcida ideó un plan preciso: organizar una "intervención" y crear una escena de confusión en la que pudiera tener la oportunidad de tomar a sus hijos y alejarlos de esas "enfermas" como el las consideraba. Sabía que Mónica estaba vulnerable y que, en el momento adecuado, podría aprovecharse de esa situación.
Aquella mañana, Mónica iba conduciendo con sus hijas en el asiento trasero, disfrutando de la música que sonaba en el auto y conversando sobre pequeños detalles de su vida cotidiana. El sol brillaba suavemente, pero en el ambiente había una inquietud extraña, una sensación que Mónica no lograba identificar del todo.
De repente, en el camino, apareció un coche parado en la carretera. Dos personas parecían estar en el suelo, como si hubieran sufrido un accidente. Siguiendo su instinto de ayudar, Mónica detuvo el auto y se volvió hacia las niñas.
—Quédense aquí, niñas. No se muevan, ¿de acuerdo? Solo voy a ayudar y regreso pronto.
Las niñas asintieron, mirando a su madre con una mezcla de curiosidad e incertidumbre. Mónica salió del auto y se dirigió rápidamente hacia las personas en el suelo, su mente centrada en ver si estaban bien. Pero en el fondo, algo la hacía sentir extraña, como si todo estuviera demasiado en silencio.
Antes de que pudiera darse cuenta, un grupo de personas apareció cerca de su auto y comenzó a rodearlo con movimientos rápidos y sincronizados. Todo sucedió en cuestión de segundos: las puertas traseras del auto se abrieron, y una figura tomó a las niñas, llevándolas rápidamente hacia una camioneta que aguardaba más adelante.
Los gritos de Pía y Sara resonaron en la quietud del lugar, y Mónica giró, comprendiendo con horror lo que estaba sucediendo. Corrió de vuelta hacia su auto, su corazón latiendo con fuerza, cada paso cargado de desesperación. El sonido de los motores y el eco de los gritos parecían confundirse en una sinfonía de caos, y la camioneta aceleró, dejándola sin aliento.
—¡No, no! —exclamó Mónica, viendo cómo el vehículo se alejaba rápidamente.
Su teléfono temblaba en sus manos mientras trataba de hacer una llamada de auxilio, pero su mente estaba bloqueada por el miedo y la tristeza. No había forma de detener el dolor y la desesperación que se apoderaban de ella. Era un vacío inmenso que solo el amor de una madre podía comprender, un dolor que no se podía calmar.
En la comisaría, Mónica estaba sumida en un mar de desesperación. Había dado su declaración y relatado cada detalle del suceso, desde el supuesto accidente hasta el momento en que escuchó los gritos de sus hijas. El "accidente" había sido una trampa, una ilusión cruel que se desvaneció tan rápido como apareció, dejándola sola y con el eco de los gritos de sus hijas grabados en su memoria.
Después de hablar con las autoridades, Mónica, temblorosa y exhausta, tomó su teléfono y marcó el número de Vanesa. La voz de Mónica, quebrada y desesperada, hizo que el corazón de Vanesa se acelerara.
—Vanesa… ellos se las llevaron… se llevaron a las niñas —dijo Mónica entre sollozos, apenas conteniendo el dolor.
—¿Qué? ¿Qué pasó? —preguntó Vanesa, tratando de asimilar las palabras de Mónica, su voz llena de pánico.
—Era una trampa… un accidente falso… yo solo quería ayudarlos… y en ese momento… en ese momento se las llevaron. Intenté correr, intenté detenerlos, pero fue demasiado rápido.
La conmoción y el miedo llenaron a Vanesa. Colgó el teléfono rápidamente y, sin dudarlo, corrió hacia la comisaría. Era como si cada paso suyo resonara con el latido frenético de su corazón, cada paso acercándola a una verdad que no quería enfrentar. Sabía que Mónica la necesitaba, y que las niñas las necesitaban ahora más que nunca.
Poco después, Ana también llegó a la comisaría. Su rostro, serio y decidido, reflejaba su sospecha.
—Mónica, Vanesa… —comenzó Ana con un tono sombrío—. Tengo una teoría sobre quién podría estar detrás de esto. Sé que no es fácil de escuchar, pero tengo razones para creer que Javier está involucrado.
—¿Javier? —preguntó Vanesa, aunque en su interior, una voz ya le susurraba la respuesta.
Ana asintió, su mirada severa.
—Sí, nadie más tendría tanto interés y tanta rabia como él para hacer algo así. Además, esta misma mañana entregué el caso al juez. Estábamos a punto de notificarlo. Todo encaja demasiado bien, como un rompecabezas que él mismo fue armando.
Un silencio tenso se apoderó de la habitación. Mónica y Vanesa se miraron, intentando comprender cómo alguien a quien ambas habían amado en su momento podía ser capaz de un acto tan oscuro.
—Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó Vanesa, su voz temblando.
—Lo primero es confirmar esta hipótesis. Si es él, vamos a encontrar pruebas, y no vamos a parar hasta traer de vuelta a las niñas —dijo Ana, con una firmeza que irradiaba una esperanza frágil pero poderosa.
Mientras tanto, lejos de allí, Veronica se encontraba hablando con Javier por teléfono en una residencia nueva, cuidadosamente elegida para mantenerlos en la sombra. Había planificado todo, desde la compra de la propiedad a nombre de un nuevo testaferro para que no sepan que es de el, hasta las instrucciones específicas para Verónica, quien cuidaría a las niñas. Para Pía, había dado indicaciones claras: desde ese momento, se volvería a llamar Mateo y la vestiría con ropa masculina.
Verónica, con una leve sonrisa de satisfacción, observaba a las niñas mientras jugaban en el patio, ajenas a la transformación de sus vidas. La pequeña Sara reía, inocente y despreocupada, mientras que Pía, aunque algo más reservada, seguía los juegos con la mirada perdida. Ambas estaban en un mundo creado por los caprichos y la necesidad de control de su padre, un mundo que él pensaba proteger, pero que en realidad era una cárcel invisible, construida con los hilos de su propio ego.
Javier, por su parte, estaba listo para interpretar su papel en la “desaparición” de sus hijas. Sabía que pronto la noticia llegaría a él, y que tendría que fingir la desesperación de un padre angustiado. Pero en el fondo, el control y la seguridad que sentía lo envolvían en una especie de delirio, una máscara de perfección que él creía inquebrantable. Para él, todo estaba planeado; cada pieza se movía exactamente como él había decidido, sin que nadie sospechara la profundidad de sus verdaderas intenciones.
En la comisaría, Ana, Mónica y Vanesa se miraron a los ojos, con una determinación nueva que se encendía entre ellas. Sabían que el camino sería arduo y que enfrentar a Javier requeriría cada gramo de su fuerza, pero no iban a permitir que él ganara. Iban a luchar, y no pararían hasta que sus niñas estuvieran a salvo.
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Aquí termina la segunda parte de esta historia. Si les va gustando espero sus comentarios, también sugerencias. 😁
Flor🌹
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Confianza en el Abismo.
FanfictionConfianza en el Abismo relata la historia de un mundo alternativo donde Vanesa Martín es una abogada feminista y defensora de los derechos humanos, y Mónica Carrillo, una madre atrapada en una relación abusiva. Vanesa, marcada por su propio pasado d...