Un año había pasado desde el secuestro, aunque para Nicolás el tiempo parecía una serie de días grises, fusionados en una interminable bruma de sombras y silencio. Valencia, con su cielo a menudo luminoso, su arquitectura colorida y sus playas abiertas al Mediterráneo, era para muchos un lugar vibrante y de luz. Pero para Nicolás, aquella ciudad era una prisión, donde cada rayo de sol, cada carcajada en la calle, contrastaba dolorosamente con su propia oscuridad interna.
Para Sara, ahora rebautizada como Dennis, el paso del tiempo había sido como un sueño que disipaba las pocas imágenes de su pasado. Verónica, por orden de Javier, se había convertido en la figura materna que la pequeña necesitaba, ofreciéndole el cariño que una madre daría, aunque fuera un afecto teñido de sombras y secretos.
Dennis era feliz. Demasiado feliz, pensaba Nicolás. La veía correr hacia Verónica con los brazos abiertos, abrazarla con ternura. Cada vez que la escuchaba llamar “mamá” a Verónica, sentía que una parte de él se rompía, como si el eco de esa palabra, dicha con tanta inocencia, intentara borrar en su propia memoria el rostro de su verdadera madre, Mónica, y también el de Vanesa, su mamá de corazón.
Nicolás mantenía en silencio a Pía, como un secreto. Aquella identidad, que Javier había intentado arrancar de raíz, era su refugio, su ancla en una realidad que se empeñaba en ignorar. Su propia alma se convertía en un terreno árido, donde las palabras no encontraban eco. Cada vez que escuchaba su nuevo nombre, Nicolás, sentía que algo en su interior se debilitaba, pero no lo suficiente como para quebrarlo por completo.
El primer día de escuela en Valencia llegó como una bofetada de realidad. En el patio, rodeado de otros niños que reían y jugaban, Nicolás sintió cómo el mundo parecía girar a su alrededor, mientras él permanecía inmóvil. Su hermana, sin embargo, parecía adaptarse con facilidad, integrándose con los otros niños con la misma facilidad con la que había aceptado su nueva identidad.
“¡Dennis!” la llamó una niña con una sonrisa radiante.
Dennis se giró, y su sonrisa fue instantánea. “¡Aquí estoy!” respondió sin dudar.
Esa respuesta golpeó a Nicolás como un martillo. En su mente, repetía el nombre: Sara… se llama Sara…
El sonido de su nombre verdadero era como una melodía olvidada, un susurro en medio del caos de la escuela. En ese entorno, donde todos le llamaban Nicolás, cada vez que escuchaba su nuevo nombre, sentía una distancia que crecía y lo separaba de su hermana, de su madre, y hasta de sí mismo.
Por las noches, Verónica se acercaba a él, tratando de jugar el rol de madre que Javier le había encomendado. Pero a pesar de sus esfuerzos, Nicolás sentía que ese cariño era un disfraz, una máscara más en el juego de la mentira.
“¿Nico?” le susurró Verónica una noche mientras le arropaba en su cama. “¿Te sientes bien aquí, con nosotros?”
La voz de Verónica era suave, casi tierna, y en otro momento, en otro contexto, tal vez Nicolás se habría sentido seguro. Pero en ese instante, cada palabra de ella era como una daga que se clavaba en su pecho.
“Sí,” respondió él, con una voz tan baja que apenas era audible. Sí, pensaba, pero sólo porque no tengo otra opción.
Verónica pareció contenta con su respuesta. “Recuerda que siempre estaremos aquí para ti y para Dennis,” le dijo, acariciando su cabello con una mano temblorosa.
Nicolás cerró los ojos, deseando poder escapar a un lugar donde esas palabras no pudieran alcanzarlo. “Dennis es feliz,” murmuró, casi en un suspiro.
Verónica asintió. “Sí, ella ha encontrado su lugar. Y tú también lo encontrarás, Nico. Solo tienes que darte tiempo.”
Pero en su interior, Nicolás sabía que esa promesa era falsa. Su lugar estaba lejos de allí, en un pasado que se desvanecía más y más con cada día que pasaba.
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Confianza en el Abismo.
FanfictionConfianza en el Abismo relata la historia de un mundo alternativo donde Vanesa Martín es una abogada feminista y defensora de los derechos humanos, y Mónica Carrillo, una madre atrapada en una relación abusiva. Vanesa, marcada por su propio pasado d...