Capitulo 44: La Mirada de Reconocimiento

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Ana y Ainhoa no podían dejar de mirar a la niña que, bajo el disfraz de inocencia y despreocupación, traía en sus ojos una sombra que resonaba profundamente en ellas. Luna había señalado a la niña como si fuera una vieja amiga, una persona de su círculo íntimo, a pesar de no haberla visto nunca antes. En el instante en que Luna gritó “¡Sara!”, el corazón de Ainhoa y Ana se detuvo, como si esa palabra hubiese hecho eco en algún rincón olvidado de sus almas.

Dennis, la niña en cuestión, giró hacia ellas, con una expresión de inocente confusión. Para Ana y Ainhoa, ver esos ojos familiares era como una ráfaga de viento que trae consigo el aroma de un pasado lejano y querido. Un escalofrío les recorrió el cuerpo: ¿podría ser que aquella pequeña fuese en realidad la hija perdida de Mónica y Vanesa?

—Ainhoa… —Ana susurró con voz temblorosa, sujeta por una mezcla de incredulidad y esperanza. —¿Te das cuenta? Esa mirada… Es como si estuviéramos viendo una parte de ellas.

Ainhoa asintió, sin poder apartar los ojos de la niña. —Lo sé, Ana. Algo en sus ojos… Hay una chispa que me resulta innegablemente familiar. ¿Será posible?

Ambas sabían que no podían lanzarse a una conclusión sin pruebas, pero esa sensación… Era una certeza que no tenía lógica, pero que resultaba tan firme como el suelo bajo sus pies. Como una promesa hecha por la intuición misma, aquella sensación se asentaba en sus corazones, dejándolas en un silencio compartido.

Sin embargo, había algo más que debían hacer. Consciente de que cada momento era vital, Ana se aventuró a tomar unas fotografías discretas. Lo hizo con cuidado, cada disparo de su cámara era un latido ansioso, un eco del deseo de confirmar lo que parecía ser un milagro inesperado. Logró captar varias imágenes de la niña. Si bien Verónica, quien la acompañaba, mantenía su rostro parcialmente oculto, Ana pudo fotografiar a Dennis y, además, memorizar la dirección a la que se dirigían.

La Navidad pasó con un velo de intriga. Aunque Ana y Ainhoa intentaron vivir aquellos días con alegría, compartiendo tiempo con Luna y su familia, su mente no dejaba de regresar a los momentos en el centro comercial. Ana supo que era momento de compartir la noticia con Mónica y Vanesa. Tomó el teléfono, su pulso acelerado, y marcó el número.

—¿Mónica? —dijo con un tono solemne al otro lado de la línea.

—¡Ana! —respondió Mónica, emocionada al escucharla y poniéndola en altavoz para que Vanesa pueda escuchar—. ¿Cómo les fue en Valencia? ¿Pasaron bien la Navidad?

Ana respiró profundamente, sabiendo que lo que iba a decir cambiaría el rumbo de aquella conversación, y quizás, de muchas vidas.

—Mónica, no sé cómo decirte esto… pero creemos que hemos encontrado a Sara.

Hubo un silencio denso, un vacío en el que Mónica y Vanesa parecían haberse sumergido de golpe, como si el tiempo se hubiera detenido de un golpe.

—¿Qué? ¿Qué estás diciendo? —preguntó Mónica, su voz temblorosa, pero llena de un ímpetu contenido.

Ana comenzó a narrarles cada detalle de lo que habían visto, de cómo Luna había señalado a la niña y de la familiaridad que ambas sintieron en sus miradas. Describió las fotos, la dirección, todo con el cuidado y precisión de quien sabe que está tratando con algo tan frágil como un cristal.

—Espera, ¿me estás diciendo que tienes fotos de ella? —preguntó Vanesa, su voz teñida de una mezcla de incredulidad y esperanza—. ¿Y tienes una dirección?

—Sí, tengo ambas cosas —respondió Ana, conteniendo sus propias lágrimas—. No quiero que se hagan ilusiones, pero sé que ustedes también necesitan saber lo que vimos.

Mónica y Vanesa no dudaron. Reservaron el primer tren a Valencia y se embarcaron en el viaje junto con Matías, su pequeño de dos años y medio, quien aún no comprendía la importancia de aquella travesía. Para él, era un viaje más, una aventura en la que sus mamás iban tomadas de la mano, aunque en sus rostros se reflejaba una mezcla de esperanza y miedo. Cada kilómetro que avanzaban hacia Valencia las acercaba a una posible realidad que podría cambiarles la vida para siempre.

Durante el trayecto, Mónica miraba a Vanesa con el brillo de quien espera un milagro, aunque en su corazón anidaba una sombra de incertidumbre.

—¿Y si realmente es ella, Vane? —susurró, intentando controlar el temblor en su voz—. ¿Y si logramos encontrar a nuestra hija después de tanto tiempo?

Vanesa tomó su mano con suavidad, mirándola con una mezcla de consuelo y fortaleza. —Entonces, haremos todo lo que esté en nuestras manos para recuperarla. No importa lo que nos cueste. Pero, Mónica, también debemos prepararnos… No sabemos qué encontraremos realmente. Puede que la hayan dado en adopción ilegalmente, o puede ser algo aún más complicado.

—Lo sé, pero… algo en mi corazón me dice que es ella. La mirada de esa niña en las fotos… Es como ver el reflejo de nuestros propios recuerdos.

Se miraron en silencio, dejando que el peso de sus palabras les diera la fuerza para afrontar lo que fuera necesario.

Al llegar a Valencia, Ana y Ainhoa las recibieron en la estación de tren. Mónica y Vanesa bajaron, cargando a Matías y con una mezcla de nerviosismo en sus rostros.

—¿Están listas? —preguntó Ana, consciente de la marea de emociones que aquellas palabras podían provocar en ellas.

Mónica asintió, con el rostro firme pero los ojos nublados. —Hemos esperado demasiado tiempo para encontrarla, Ana. Nada en este mundo nos impedirá seguir adelante.

Las cuatro mujeres caminaron juntas, sabiendo que, aunque los pasos fueran lentos, el destino les marcaba el ritmo hacia una verdad inevitable. Cada calle, cada esquina de Valencia, se sentía como un reflejo de sus propios temores y esperanzas.

Llegaron a la dirección que Ana había anotado. La casa estaba decorada con luces navideñas, pero el ambiente era silencioso, casi solemne. Como si aquellos muros también guardaran secretos. Mónica y Vanesa se quedaron un momento mirando la fachada, temblando de ansiedad, miedo y esperanza.

Ana les entregó la totalidad de las fotos que había tomado discretamente en el centro comercial, a Verónica se la veía de espaldas. Mónica miró las imagenes de Sara, y una lágrima silenciosa rodó por su mejilla.

—Es ella… —murmuró, su voz apenas un susurro.

Vanesa la miró, con la esperanza temerosa de quien desea creer pero teme caer en la decepción. —¿Estás segura, Mónica? No quiero que te hagas ilusiones en vano.

—La reconocería en cualquier lugar del mundo, Vane. Es nuestra hija. La siento aquí, en mi corazón.

Los corazones de todas palpitaban con fuerza. La realidad y la fantasía se entremezclaban, y los ojos de Mónica reflejaban la esperanza de un reencuentro largamente esperado.

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Flor🌹

Confianza en el Abismo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora