La casa de Vanesa parecía volverse más pequeña con el peso de sus pensamientos. Desde aquella noche en casa de Javier y Mónica, no podía sacarse de la cabeza la cercanía, la calidez y el alivio que sintió cuando sus miradas se cruzaron, el reconocimiento tácito en los ojos de Mónica, como si ambas supieran que se entendían sin palabras. Pero, ¿qué significaba todo aquello realmente? ¿Era cariño, simple afecto o algo que, por alguna razón, había pasado toda su vida sin descubrir?
Sabiendo que tenía que desahogar su confusión, decidió pedirle consejo a Ana, su amiga de toda la vida, quien siempre la escuchaba con paciencia y una sabiduría que la ayudaba a encontrar su camino.
Ana escuchaba en silencio, sosteniendo una taza de café que ya había perdido su calor mientras Vanesa intentaba explicarle lo que sentía sin encontrar las palabras adecuadas.
—¿Y cómo es esto, Vane? ¿Qué sentís cuando estás con ella? —preguntó Ana, con una expresión que combinaba empatía y curiosidad.
Vanesa suspiró, y en sus ojos se reflejaba la confusión que llevaba días sintiendo.
—No lo sé, Ana… Es como si fuera una mezcla de todo. Por un lado, siento que quiero cuidarla, que quiero estar cerca de ella y que ella esté bien. Y al mismo tiempo… hay algo que me hace sentir más viva cuando la veo. ¿Te parece una locura? —preguntó, mirándola con una mezcla de vergüenza y esperanza.
Ana la observó con ternura, viendo en su amiga a una mujer que por primera vez parecía estar encontrando un rincón oculto de sí misma.
—No es una locura, Vane. Lo que estás sintiendo es válido, pero no tenés que apurarte a definirlo. Si de verdad te importa Mónica, dale a este sentimiento el tiempo y espacio que necesita. No hace falta etiquetar nada, solo permítete sentirlo y ver hacia dónde te lleva.
Vanesa asintió, sintiendo una calma que no había experimentado hasta ahora. Ana tenía razón, después de todo. No era necesario entender todo de inmediato. Quizás la vida se trataba de eso, de descubrirse de a poco y sin prisa.
Mientras tanto, en casa de Mónica, los días habían traído un alivio inesperado. Javier había salido de viaje por trabajo y se había llevado a Sara, llevándola también a su niñera, Verónica, quien en silencio compartía algo más que trabajo con él. Para Mónica, era un alivio estar libre de la presencia de Javier, sin la carga de su control y vigilancia, y poder disfrutar de la casa en paz, aunque fuera por unos días.
Durante esas tardes, la casa se llenó de una serenidad poco común, y Mónica aprovechó para disfrutar de tiempo con su hija, una oportunidad para acercarse y permitir que su amor y apoyo hablaran más alto que las dudas y el miedo. Esos momentos compartidos se transformaron en pequeños rituales de risas, juegos y conversaciones, como si las dos estuvieran encontrando una paz que no habían experimentado en mucho tiempo.
Además, dio el paso de contactar a una psicóloga infantil especializada en infancias trans, para que Mateo —o mejor dicho, Pía, como se identificaba a sí misma— pudiera recibir el apoyo necesario para comprender su identidad y encontrar un entorno de respeto y amor. Hablar con la psicóloga le dio a Mónica un renovado sentido de esperanza, como si finalmente estuviera creando un espacio seguro para su hija, para que pudiera ser quien realmente era.
Aprovechando que Javier no estaba, Mónica invitó a Vanesa a su casa. Sabía que, en la mirada controladora de su esposo, Vanesa no representaba ninguna amenaza, por lo que podía disfrutar de su compañía sin problemas. La presencia de su amiga siempre traía un consuelo inesperado, una sensación de comprensión que no encontraba en nadie más. Para Mónica, era un alivio saber que podía contar con alguien que la escuchara y, más aún, alguien que no juzgara sus decisiones, sus miedos o el camino que estaba tomando.
Vanesa llegó con el corazón latiendo con fuerza. Sabía que estarían solas, y aunque intentaba convencerse de que era solo una visita más, la presencia de Mónica tenía un efecto indescriptible sobre ella. Mónica la recibió con una sonrisa suave, y tras ofrecerle una copa de vino, ambas se sentaron en el salón, en un silencio cómplice y sereno.
—Gracias por venir, Vane. Estos días han sido… un respiro en medio de una tormenta, y me hacía falta tenerte cerca —confesó Mónica, sus ojos reflejando una vulnerabilidad que pocas veces dejaba ver.
Vanesa asintió, sintiendo cómo el silencio hablaba tanto como las palabras. No necesitaban decirse nada; la conexión que existía entre ambas parecía llenar el aire, envolviéndolas en una especie de paz que ambas buscaban sin saberlo.
—Me alegra poder estar acá, Mónica. Sos importante para mí, aunque a veces no sepa cómo decirlo. —Su voz se quebró ligeramente al pronunciar esas palabras, sintiendo que cada sílaba contenía una verdad profunda que no podía seguir escondiendo.
Durante horas, hablaron de temas serios y banales, de sueños y temores. Mónica compartió lo difícil que había sido dar el paso de buscar ayuda para Pía, la resistencia de Javier y las dudas que aún tenía sobre su propio papel como madre. Vanesa escuchaba cada palabra con una mezcla de admiración y cariño, sintiendo que estaba presenciando el renacer de alguien que llevaba demasiado tiempo encerrada en una jaula de expectativas y obligaciones.
En un momento de silencio, cuando las palabras parecieron agotarse, Mónica miró a Vanesa con una intensidad que la sorprendió. No hubo advertencias ni explicaciones, solo un abrazo, un abrazo que surgió de la nada y que ambas aceptaron como si fuera una extensión natural de lo que sentían.
Ese abrazo fue más que un simple gesto de amistad. Fue una mezcla de alivio y de conexión, un contacto que no necesitaba explicarse ni justificarse. Vanesa sintió cómo el corazón le latía con fuerza, y en la calidez de los brazos de Mónica, encontró algo que jamás había sentido antes: una paz que la llenaba por completo.
Mónica, por su parte, se sintió envuelta en una ternura que no había conocido en años. Sentía que, por primera vez, alguien la veía, la entendía y la aceptaba sin condiciones ni expectativas. Cerrar los ojos en los brazos de Vanesa era como soltar una carga que había llevado en silencio durante demasiado tiempo, y se permitió disfrutar de ese momento, dejándose llevar por una sensación de libertad que no recordaba haber experimentado.
Al separarse, ambas se miraron a los ojos, y en ese instante compartido, comprendieron algo que no podían verbalizar. Había algo profundo e inexplicable entre ellas, algo que iba más allá de la amistad o del consuelo.
—Gracias, Vanesa… No sé cómo describir lo que siento, pero necesitaba esto más de lo que imaginaba —murmuró Mónica, con una mezcla de agradecimiento y timidez.
Vanesa asintió, incapaz de hablar. Sabía que había algo en ese abrazo que había cambiado todo entre ellas, que las había acercado de una manera que jamás habían experimentado antes. Y aunque no sabían qué significaba ni a dónde las llevaría, ambas comprendieron que ese instante les había revelado una verdad que ya no podían ignorar.
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Flor🌹
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Confianza en el Abismo.
FanfictionConfianza en el Abismo relata la historia de un mundo alternativo donde Vanesa Martín es una abogada feminista y defensora de los derechos humanos, y Mónica Carrillo, una madre atrapada en una relación abusiva. Vanesa, marcada por su propio pasado d...