Capítulo 41: Una vida fragmentada

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Cinco años han transcurrido desde aquel momento de oscuridad, desde que la vida de Nicolás y Sara fue destrozada y reconstruida, pieza a pieza, con hilos que no pertenecían a sus orígenes. Nicolás ha aprendido a convivir con una identidad que no es suya, una máscara que Javier, su “padre”, ha moldeado con precisión. En estos años, ha perfeccionado el arte de fingir. Pia se ha convertido en Nicolás de todas las maneras posibles menos una: su esencia, su espíritu, sigue resistiendo en silencio, manteniendo viva la imagen de Pía, la única figura de amor puro y sincero que guarda en su memoria.

Nicolás está atrapado en una existencia que no le pertenece, pero que, a su pesar, ha comenzado a adquirir cierta estructura de rutina y normalidad. La relación con Javier ha cambiado. La aparente aceptación de Nicolás ha provocado que Javier se convierta en un padre más presente, y su orgullo por la versión “mejorada” de su hijo lo impulsa a invertir en él. Javier asiste a todos los partidos de tenis de Nicolás, observando con satisfacción cómo su hijo manipula la raqueta con gracia y precisión. Con cada partido, con cada gesto de aprobación, Nicolás siente cómo se intensifica la presión para no defraudarlo, para continuar el engaño que lo mantiene atrapado.

—¡Muy bien hecho, hijo! —exclama Javier tras un partido, el orgullo evidente en sus palabras mientras le entrega una botella de agua fría.

Nicolás sonríe con discreción, guardando el sentimiento de rechazo que bulle en su interior. Asiente, sin responder demasiado, consciente de que cualquier palabra que revele su verdadera esencia rompería la ilusión.

—Gracias, papá. —El término sale de sus labios, casi automático, pero sin el peso emocional que debería llevar. Javier, sin embargo, no parece notarlo.

Javier se siente cada vez más satisfecho con el joven que ha “formado”, invirtiendo en él sin reparos. Le ha regalado la raqueta más cara del mercado, conjuntos deportivos de las marcas más exclusivas y, además, ha contratado a entrenadores profesionales. Cada detalle, cada gesto, está cuidadosamente diseñado para alimentar su orgullo, su ilusión de tener el hijo que siempre había deseado, aunque esta ilusión sea solo eso: una construcción.

Nicolás acepta cada obsequio, cada clase, cada palabra de aliento, consciente de que su obediencia es el precio que paga por sobrevivir en un mundo donde su verdadero ser no tiene cabida.

Pero dentro de él, hay algo que permanece intacto, una pequeña llama que sigue ardiendo con el recuerdo de Pía, la mujer que le mostró lo que significaba el amor incondicional. Esa llama le recuerda quién es realmente, y aunque cada día se vea obligado a adaptarse, a seguir el guion impuesto por Javier, no puede evitar que su esencia resista, que su alma grite en silencio.

Mientras tanto, Sara, a sus ocho años, ha adoptado plenamente la vida que le han impuesto. Ella no recuerda a Mónica ni a Vanesa; esos nombres son solo sombras difusas en el rincón de su mente. Verónica se ha convertido en la figura materna que necesita, y la relación con su padre es cálida, plena. La niña es feliz, rodeada de amigas, ocupando su tiempo en juegos y en maquillarse, imaginando ser una princesa moderna, una Barbie viviente.

Sara es líder entre sus compañeras, una pequeña reina que irradia alegría y confianza. En su mundo de vestidos y brillos, no hay espacio para las sombras del pasado. A diferencia de Nicolás, ella ha encontrado en esta vida impuesta una fuente de seguridad y afecto. Sus risas llenan los silencios de la casa, y su dulzura ha conquistado a todos a su alrededor. En su inocencia, ha aceptado este nuevo hogar sin cuestionarlo, y ha hecho de él su refugio.

A pesar de las máscaras y las mentiras, el vínculo entre Nicolás y Sara se mantiene fuerte. Entre ellos no hay necesidad de palabras; cada mirada, cada gesto, transmite un entendimiento profundo. Nicolás sabe que Sara ha olvidado, que para ella esta vida es la única que conoce, pero eso no disminuye su amor por ella. Al contrario, ese amor lo mantiene firme, lo impulsa a seguir adelante, a soportar cada día en silencio.

—¿Me llevas al parque, Nico? —le pide Sara una tarde, sus ojos llenos de ilusión.

—Claro, enana. Vamos.

Mientras caminan, Nicolás siente una mezcla de tristeza y alivio. La compañía de su hermana es la única verdad en su vida, el único lazo que lo conecta con un pasado que aún late en su corazón.

En el parque, mientras ella juega, él se permite un momento de descanso. Observa a los otros niños y se pregunta cómo sería su vida si no estuviera atrapado en esta farsa. Pero enseguida aparta esos pensamientos; sabe que cuestionarse solo traerá dolor.

A sus 13 años, Nicolás ha comenzado a destacar en la escuela, no solo por su destreza en el tenis, sino también por su apariencia. Con su cabello castaño claro, ojos verdes y su figura atlética, es objeto de admiración entre sus compañeras. Su atractivo físico y su aparente seguridad lo han convertido en el centro de atención, y aunque esto le incomoda, sabe que debe mantener las apariencias.

—Nico, ¿quieres venir al cine con nosotros? —le pregunta una de sus compañeras, con una sonrisa tímida.

Él acepta, consciente de que rechazar invitaciones solo levantaría sospechas. En estas salidas, se limita a tomar de la mano a las chicas o a darles besos castos, siguiendo el guion que Javier ha establecido para él.

Cada interacción se siente como una traición a sí mismo, pero ha aprendido a ocultar sus sentimientos, a vestir la máscara de "Nicolás", el hijo que Javier tanto anhela.

El tiempo pasa y con cada día que transcurre, Nicolás se ve atrapado en una vida de apariencias. Javier, ciego en su orgullo, no percibe la lucha interna de su hijo. Para él, Nicolás es la personificación de su éxito como padre, el reflejo de su influencia. La relación entre ellos es superficial, basada en expectativas y logros materiales, pero en su afán de construir un hijo perfecto, Javier ha ignorado la verdadera esencia de Nicolás.

Una noche, tras un partido especialmente duro, Javier se acerca a él.

—Estoy orgulloso de ti, hijo. Eres todo lo que siempre soñé.

Las palabras resuenan en la mente de Nicolás como un eco vacío. Se esfuerza por sonreír, pero en su interior, siente cómo cada palabra de su padre lo aleja más de su verdadero ser.

—Gracias, papá —responde, sintiendo cómo cada sílaba pesa en su lengua.

A solas en su habitación, Nicolás permite que sus pensamientos fluyan. Piensa en Pía, en la vida que alguna vez tuvo y que ahora parece un sueño lejano. Aunque su entorno lo obliga a adaptarse, a conformarse, sabe que hay algo dentro de él que jamás será conquistado.

—Un día… —susurra al vacío, aferrándose a la promesa de que algún día será libre, de que encontrará la manera de escapar de esta prisión de mentiras.

El amor por Sara y el recuerdo de Pía son las anclas que lo mantienen firme. Aunque su vida esté llena de adaptaciones y sacrificios, la llama de su identidad sigue ardiendo, inquebrantable.

En ese momento, Nicolás comprende que, aunque el mundo le haya arrebatado su libertad, su espíritu sigue intacto. Y mientras esa chispa permanezca viva, seguirá luchando, esperando el momento en que pueda finalmente recuperar su vida.



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Flor🌹

Confianza en el Abismo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora