Capítulo 35: Sombras y Secretos

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Los días pasaban como sombras en la vida de Mónica y Vanesa, mientras que para Javier, las sombras se volvían aliadas. Con cada mes que transcurría, su plan parecía ganar solidez. En su mente, él era el tejedor de una nueva realidad, en la que podía moldear a los niños lejos de su pasado, lejos de la influencia de sus madres. Sin embargo, esta nueva "familia" no era más que una ilusión; un papel cuidadosamente interpretado por él y Verónica, mientras que en el fondo, todos los involucrados cargaban secretos, temores, y recuerdos que pesaban en sus almas.

En uno de sus viajes a Valencia, Javier se encontró a solas con Verónica en un restaurante. Las luces suaves del lugar proyectaban sombras en sus rostros, y había algo en sus miradas que insinuaba una cierta complicidad. Se trataba de un juego de poder, en el que cada uno conocía su papel, pero también sabía que el equilibrio podía romperse en cualquier momento.

“Verónica,” empezó Javier, mientras jugueteaba con el borde de su copa de vino, “nuestra vida aquí es… una segunda oportunidad, no solo para los niños, sino para nosotros también.”

Verónica lo miró, una pequeña sonrisa escapándose de sus labios. “¿Nosotros, Javier? Siempre hablas de nosotros como si realmente hubiera un vínculo entre tú y yo. Pero sabes que yo estoy aquí solo por Dennis... o Sara, como prefieras llamarla.”

Javier asintió lentamente, sabiendo que esa respuesta era lo que había esperado, pero aun así, cada vez que Verónica mencionaba la posibilidad de distanciarse, sentía una punzada de incertidumbre. Si ella abandonaba el plan, toda la fachada que había construido podría desmoronarse.

“Lo sé, Verónica, pero estamos cerca de tener lo que necesitamos. Pronto ellos ni siquiera recordarán a su madre y a esa desviada... La memoria de un niño es frágil, se adapta a lo que nosotros queremos que recuerden.”

Verónica no respondió de inmediato. En el fondo, sabía que Javier no se detenía ante nada para lograr sus objetivos, y eso la asustaba. Pero también había algo en él que la fascinaba; una intensidad y un control que parecían imposibles de romper.

En la pequeña habitación donde ahora vivían, Nicolás se miraba en el espejo. Llamarse Nicolás era como ponerse un disfraz; uno que empezaba a sentirse cada vez más ajustado, más confuso. Antes de que Javier empezara a moldearlos, Pía solía imaginarse que era como una corriente de agua libre, sin nombre ni forma que la contuviera. Pero ahora, Javier la había convertido en Nicolás, y aunque ese nombre parecía simple para los demás, para ella era un laberinto que debía recorrer sola.

Dennis, por otro lado, se había adaptado más rápidamente. Con solo tres años, sus recuerdos de Mónica y Vanesa se habían desvanecido como un sueño olvidado al amanecer. Para Dennis, los días empezaban y terminaban con Javier y Verónica, y la imagen de una madre diferente era apenas una sombra en su memoria.

Un día, mientras jugaban en el parque, Dennis miró a Nicolás y le preguntó con inocencia: “¿Nico, crees que papá siempre estará con nosotros?”

Nicolás se detuvo un momento, observando la expresión confiada en el rostro de su hermana. Quería decirle que nada era seguro, que en cualquier momento todo podía cambiar. Pero el miedo y la lealtad conflictiva hacia su padre lo mantenían en silencio.

“Sí, Dennis, creo que sí,” respondió finalmente, sintiendo una extraña mezcla de culpa y alivio. Cada vez que usaba ese nombre, Nicolás sentía que dejaba morir un poco más a Pía, enterrando los recuerdos de su verdadera identidad en algún rincón oscuro de su mente.

En la casa, Verónica y Javier adoptaron sus roles de pareja con una naturalidad inquietante. Verónica trataba de mostrarse cariñosa con las niñas, aunque su afecto era distante, casi mecánico. Los gestos de Javier, en cambio, eran calculados, y aunque aparentaba ser un padre protector y atento, Nicolás podía ver en sus ojos una frialdad que le daba escalofríos.

Una noche, mientras cenaban, Javier miró a Dennis y Nicolás, sus ojos brillando con una intensidad que bordeaba en lo teatral. “Mis pequeños,” dijo, esforzándose por sonar amable, “quiero que sepan que siempre vamos a estar juntos. Somos una familia, y eso significa que nos cuidamos y apoyamos. ¿Entendido?”

Dennis, ajena a cualquier doblez en las palabras de su padre, asintió entusiasmada. Pero Nicolás, aunque respondió con un breve asentimiento, sintió cómo esas palabras se convertían en un peso más sobre sus hombros. Sabía que las intenciones de su padre iban mucho más allá de la protección o el cariño, y cada promesa que él hacía se sentía como una cadena invisible.

Verónica intentó suavizar el ambiente, colocando una mano en el hombro de Javier. “Ellos necesitan estabilidad, Javier. Recuerda que aún son muy pequeños, y ya han pasado por demasiados cambios. Dales tiempo.”

Javier le lanzó una mirada que denotaba impaciencia. “¿Tiempo, Verónica? El tiempo es justamente lo que menos tenemos. Si logramos que acepten esta realidad ahora, será mucho más fácil mantenerlos a salvo de... bueno, de todo aquello que intenten recordar.”

Nicolás observó este intercambio en silencio, consciente de que cada palabra que decían estaba cargada de significados que aún no comprendía del todo. Era como si estuviera viendo una obra de teatro en la que todos los actores conocían el guion, excepto ella.

Esa noche, Nicolas se quedó despierta en su cama, mirando el techo. En su mente, las sombras tomaban formas familiares: el rostro de Mónica, la risa de Vanesa, los abrazos que solían darle. Se sentía atrapada entre dos realidades, cada una tirando de ella con una fuerza invisible. Su verdadero nombre, su identidad como Pía, flotaba en su mente como un eco lejano, uno que Javier intentaba borrar cada día un poco más.

Al escuchar la respiración tranquila de Dennis a su lado, Nicolás susurró, apenas un murmullo para no despertarla: “No importa cuánto intenten, siempre seré yo, siempre recordaré quién soy.” Era una promesa hecha en silencio, un voto de lealtad hacia sí misma y hacia el pasado que aún no estaba dispuesta a dejar ir.

En su oficina, Javier revisaba los documentos y planes que tenía en marcha. Para él, cada detalle era crucial. Cambiar las identidades de los niños no era solo una cuestión de nombres; era un acto de control absoluto. Al convertir a Pía en Nicolás y a Sara en Dennis, sentía que finalmente tenía el poder de reconstruir sus vidas a su manera.

“Son tan maleables a esta edad,” murmuró, satisfecho. “Tan fáciles de manipular. En poco tiempo, Mónica y Vanesa no serán más que figuras en un sueño que pronto olvidarán.”

Verónica, que había entrado en la oficina sin que él lo notara, lo escuchó en silencio. Había algo en sus palabras que la inquietaba, aunque no lo admitiera. A veces, se preguntaba si ella también era solo una pieza más en el tablero de Javier. Pero su dependencia emocional hacia él era fuerte, y prefería ignorar sus dudas.

A medida que los días pasaban, Nicolás comenzó a jugar un juego silencioso. Fingía ser el niño que su padre quería que fuera, respondía al nombre de Nicolás sin dudar, actuaba como el hermano protector de Dennis y como el hijo obediente que Javier demandaba. Pero en su interior, mantenía viva la chispa de su verdadera identidad.

En su mente, el nombre “Pía” era un refugio sagrado, un rincón de resistencia donde podía recordar su pasado sin miedo. Allí, en esa pequeña fortaleza invisible, guardaba los rostros de Mónica y Vanesa, las risas, los abrazos, las noches en las que era solo una niña amada. Aunque la voz de su padre y las manipulaciones constantes intentaban sepultar esos recuerdos, Nicolás se aferraba a ellos con una tenacidad que ni siquiera él entendía.

Esa noche, antes de dormir, miró a Dennis, que ya se había olvidado de todo, y susurró para sí misma: “No importa cuánto cambien las cosas. Yo sé quién soy. Y algún día, cuando sea seguro, lo recordaré todo.”

Así, en la penumbra de su habitación, Nicolás se convirtió en el guardián de una historia secreta, la historia de una niña llamada Pía que se negó a ser olvidada.

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Flor🌹

Confianza en el Abismo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora