Capítulo 29: Ropa Desordenada

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La tarde se sumía en un sosiego profundo, como si incluso el tiempo se detuviera para ser testigo de lo que estaba a punto de ocurrir. La suave luz dorada se filtraba a través de las cortinas, acariciando las paredes con reflejos cálidos y envolviendo el ambiente en una atmósfera íntima, que parecía llamar a Vanesa a tomar su guitarra, a expresar lo que, hasta ahora, solo había habitado en el silencio de su corazón. Mientras sostenía el instrumento, sus dedos recorrieron las cuerdas con esa familiaridad que sólo los amantes del arte y de la música entienden; cada acorde, cada sonido, era una confesión que se abría camino desde lo más profundo de su ser.

Vanesa comenzó a cantar Ropa Desordenada, una canción tejida con sus sentimientos más profundos. Su voz acariciaba las palabras como si buscara esconder en cada verso un destello de la devoción y el anhelo que sentía por Mónica. La letra brotaba como un susurro íntimo, cada frase llena de simbolismos, de pequeñas escenas que evocaban momentos juntas, miradas, sonrisas y noches de complicidad. Se dejó llevar por la melodía y la letra, transformando la habitación en un rincón de confesión, un lugar donde cada acorde se deslizaba suavemente, guiando sus pensamientos hacia Mónica y la forma en que llenaba su vida de color y amor.

Sin que Vanesa lo supiera, Mónica había llegado antes de lo previsto dejando a las niñas en la casa de sus padres, y se detuvo en el umbral de la puerta, inmóvil ante la escena que tenía frente a sus ojos. La figura de Vanesa, envuelta en la luz de la tarde y en la calidez de su voz, le hizo comprender que aquel amor que compartían era más fuerte que cualquier palabra, que cualquier miedo o duda. Se dejó llevar por la melodía, por la pureza de aquel momento, y sintió que cada palabra era un llamado silencioso hacia ella, una invitación a ser parte de aquella intimidad que Vanesa le ofrecía.

Cuando la canción terminó, Vanesa alzó la mirada, sorprendida de encontrar a Mónica observándola con una ternura imposible de esconder. Mónica se acercó despacio, sentándose a su lado y, sin decir nada, le pidió que cantara nuevamente. En los ojos de ambas había una comprensión profunda, una conexión que trascendía las palabras. Mientras Vanesa cantaba otra vez, Mónica la observaba con intensidad, sus ojos reflejando un deseo contenido y un amor que había estado creciendo silenciosamente, como una llama que había encontrado su lugar y su propósito.

Cuando Vanesa dejó la guitarra a un lado, quiso expresar lo que sentía, decirle a Mónica que estaba lista para entregarse por completo, sin reservas. Pero antes de que pudiera hablar, Mónica la interrumpió con un gesto arrebatado, sentándose arriba de ella, capturando sus labios en un beso lleno de pasión. Era como si el tiempo, que antes se había detenido, ahora acelerara para ellas, arrastrándolas a un remolino de emociones.

Se miraron profundamente, sus ojos comunicando todo aquello que no podían expresar con palabras. Con delicadeza, Mónica acarició el rostro de Vanesa, recorriendo cada línea, cada curva, como si quisiera memorizarla, como si en ese momento quisiera guardar para siempre la esencia de quien tenía frente a ella. Era un momento en el que el amor, ese amor profundo y sincero que ambas compartían, encontraba su expresión en los gestos, en las miradas y en las caricias.

El mundo exterior se desvaneció, y lo único que importaba era el amor que compartían, esa conexión que se había tejido a lo largo del tiempo, entre risas, miradas y confesiones. El silencio que las envolvía estaba lleno de significados, de promesas no dichas, y en cada roce de sus manos había un compromiso, una declaración implícita de un amor que no necesitaba palabras para ser entendido.

Aquella tarde, en la penumbra de la habitación, se entregaron la una a la otra con la misma pasión que habían contenido durante tanto tiempo. Sus caricias eran suaves, cuidadosas, y cada toque era una forma de decir "estoy aquí, contigo". Fue una intimidad que trascendía el plano físico; era como si en aquel momento, sus almas se encontraran, y cada movimiento, cada susurro, fuera una danza delicada que celebraba la unión de sus corazones. Hicieron el amor por primera vez en sus vidas.

Más tarde, permanecieron en silencio, pero entre suspiros cargados de emociones por lo vivido abrazadas. El amor que las envolvía era suficiente para llenar todos los espacios, para acallar cualquier duda. Mónica apoyó la cabeza en el pecho de Vanesa, y ella, la abrazo y acaricio suavemente su cabello, supo que, en aquel instante, tenía todo lo que siempre había deseado.

El tiempo continuó su curso, pero el amor entre Mónica y Vanesa se mantenía inmutable, como una llama que, lejos de extinguirse, crecía cada día, con cada desafío y con cada momento compartido. Ellas sabían que la vida no siempre sería fácil, pero, en el fondo de sus corazones, confiaban en que ese amor que las unía sería lo suficientemente fuerte como para enfrentar cualquier obstáculo, cualquier adversidad.

Aquella tarde, la letra de Ropa Desordenada se había convertido en algo más que una canción; era el reflejo de su historia, de su amor, del deseo y de un vínculo que, lejos de desvanecerse, continuaba creciendo y fortaleciéndose.

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Flor🌹

Confianza en el Abismo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora