Capítulo 28: "Ahora es mí turno Cariño"

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En el silencio de la mañana, Mónica empujaba con cuidado la silla de ruedas de Vanesa hasta su casa. Había conseguido una silla ligera y unas muletas para que ella pudiera moverse a su propio ritmo. A medida que llegaban al umbral, el nerviosismo crecía en Mónica; no podía dejar de preguntarse si había hecho todo bien, si la habitación estaba lo suficientemente cómoda o si Vanesa se sentiría a gusto en este espacio temporalmente convertido en refugio. Abrió la puerta, y con una sonrisa ansiosa, guió a Vanesa hasta la habitación preparada para ella.

—Aquí es donde te vas a quedar, Vane. —La voz de Mónica sonaba suave, pero temblaba con una mezcla de emoción y anticipación. Sus ojos recorrían la habitación, buscando cualquier cosa que pudiera mejorar—. ¿Necesitás algo más? Puedo traer lo que quieras de tu casa… o comprarlo, cualquier cosa que haga falta, solo tenés que decirme.

Vanesa observó la habitación. Era un espacio modesto, pero estaba lleno de los detalles que solo el cariño podía tejer. Las sábanas eran de un suave tono lavanda, y sobre la mesa de noche había una lámpara que despedía una luz cálida y suave, como un abrazo de bienvenida. Vanesa sonrió, y sus ojos se encontraron con los de Mónica. Había en su mirada un amor imposible de ocultar, una ternura que desbordaba cada palabra no dicha.

—Mónica, estás haciéndolo todo perfecto. —Su voz era apenas un susurro, pero llevaba en sí la promesa de mil caricias—. Lo único que necesito ahora mismo sos vos.

Mónica se sonrojó, y un leve temblor recorrió sus manos. Antes de que pudiera responder, Vanesa la tomó de la muñeca y la acercó con suavidad, sentándola en su regazo. Sin más preámbulo, sus labios se unieron en un beso profundo, uno de esos que decían más que cualquier palabra. El tiempo pareció detenerse en ese instante, y el mundo quedó reducido a ese espacio diminuto entre ambas. Mónica, envuelta en esa cálida cercanía, envolvió sus brazos alrededor del cuello de Vanesa, dejando que el amor que había contenido durante tanto tiempo fluyera sin barreras.

—Te amo, Vanesa —susurró, apenas separándose lo suficiente para que las palabras se escucharan sin romper el hechizo del momento.

—Y yo a vos, Mónica —respondió Vanesa, acariciando su mejilla con la yema de los dedos, como si al tocarla pudiera grabar aquel instante en su memoria para siempre.

Los días se fueron sucediendo, y así también las semanas. Cada mañana, Mónica ayudaba a Vanesa a realizar sus ejercicios de rehabilitación, llevándola a las sesiones de kinesiología y acompañándola en cada paso de su recuperación. Poco a poco, Vanesa fue ganando fuerza y movilidad, hasta que finalmente dejó de depender de la silla de ruedas. Aún necesitaba las muletas, pero cada día su avance era más notable, y su espíritu se llenaba de una renovada esperanza.

La presencia de Pía y Sara llenaba la casa de alegría. Las niñas se habían acostumbrado rápidamente a la nueva rutina, y la presencia de su “tía Vane” se había vuelto parte de su vida cotidiana. Las risas infantiles, los juegos en el patio, las conversaciones a la hora de la cena, todo se entrelazaba en una armonía cálida y natural. Para Vanesa, cada día era una nueva oportunidad de redescubrir la vida a través de esos pequeños momentos de felicidad compartida.

Una tarde, mientras Vanesa practicaba sus ejercicios en la sala, Mónica se acercó con una sonrisa juguetona y se sentó a su lado.

—A ver, ¿quién es la valiente que se atreve a competir conmigo? —dijo, con una chispa de desafío en sus ojos—. Te propongo una carrera de… bueno, de dos metros. El primero que llegue a la cocina, gana un beso.

Vanesa soltó una carcajada, sintiendo cómo la risa la llenaba de una energía renovada. Se acomodó en sus muletas y le devolvió la mirada.

—Estás en problemas, Mónica. A vos te pienso ganar.

Se prepararon como si estuvieran en la línea de partida de una gran maratón. Las niñas, emocionadas, comenzaron a contar en voz alta: “¡Uno, dos, tres… ya!”. Y con una velocidad que solo el amor puede dar, ambas se dirigieron hacia la cocina, moviéndose con torpeza y risas entrelazadas. Mónica llegó primero, y antes de que Vanesa pudiera decir nada, la rodeó con sus brazos y beso su mejilla.

—Vos ganaste en el corazón, y eso vale más que cualquier carrera —susurró, con una sonrisa que decía más de lo que las palabras jamás podrían expresar.

Vanesa sintió que todo su esfuerzo y dolor valían la pena solo por estar allí, en los brazos de Mónica, compartiendo aquellos momentos que se grabarían para siempre en sus recuerdos. Y aunque la rehabilitación era un camino arduo, aquel amor era la fuerza que la impulsaba a seguir adelante, un día tras otro.

Una noche, mientras se preparaban para dormir, Pía se acercó al cuarto de Vanesa. Había olvidado a qué iba, pero al abrir la puerta, vio algo que la dejó sin palabras. Allí, bajo la tenue luz de la lámpara, Mónica y Vanesa estaban compartiendo un beso, tan delicado como una promesa en la oscuridad. Pía se detuvo en seco, sintiendo una mezcla de sorpresa y emoción. Sin decir nada, cerró la puerta suavemente, con una sonrisa en los labios.

Esa noche, cuando volvió a su habitación, se quedó pensando en lo que había visto. No era solo un beso; era un acto de amor puro, algo que resonaba incluso en su mente infantil. Aunque no entendía del todo, supo en su corazón que aquel vínculo era especial, algo que ella misma deseaba proteger. A partir de aquel día, comenzó a ver a Vanesa no solo como la tía cariñosa y divertida, sino como alguien que formaba parte de su familia en un sentido aún más profundo.

Mientras los meses pasaban, Vanesa continuó con su recuperación. Aunque todavía le faltaba camino por recorrer, había recuperado casi todos sus movimientos, y su determinación parecía imparable. Mónica, por su parte, seguía a su lado en cada paso, brindándole apoyo y amor incondicional. Habían encontrado en su relación un refugio, una certeza en medio de la incertidumbre, y juntas sabían que podían enfrentar cualquier desafío.

Una noche de verano, mientras las estrellas brillaban en el cielo, Mónica y Vanesa salieron al patio y se sentaron juntas en un banco de madera. La brisa acariciaba sus rostros, y el silencio se llenaba de la melodía de los grillos y de las palabras no dichas.

—Nunca pensé que podría ser tan feliz —susurró Vanesa, apoyando su cabeza en el hombro de Mónica—. Este tiempo a tu lado ha sido como un sueño.

Mónica acarició suavemente el cabello de Vanesa y sonrió.

—Es solo el comienzo, mi amor. Ahora es mi turno de cuidarte, de hacerte feliz. Vamos a vivir todo lo que hemos hablado estos meses juntas.

Vanesa cerró los ojos, dejándose envolver por el calor de esas palabras, y sintió cómo su corazón latía al unísono con el de Mónica. Allí, bajo el manto de estrellas, sellaron una promesa silenciosa, una que no necesitaba de palabras para ser eterna.

El tiempo seguiría avanzando, y los desafíos continuarían, pero ambas sabían que, mientras estuvieran juntas, el mundo siempre sería un lugar lleno de esperanza y amor.


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Flor🌹

Confianza en el Abismo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora