Capítulo 26: Sumida en la Oscuridad

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En la negrura profunda en la que Vanesa estaba sumida, el tiempo parecía haberse disuelto en un manto de silencio pesado. La oscuridad, sin forma ni color, la envolvía en una especie de quietud densa, como un sueño del que no podía despertar, como una sombra que no podía sacudirse. Era una prisión invisible, pero al mismo tiempo un refugio, donde nada alcanzaba sus sentidos… salvo una voz que a veces aparecía, suave, trémula, un ancla en medio de ese vacío. Esa voz, con cada palabra, parecía acercarla de vuelta a la vida.

Vanesa, aun sumida en esa neblina, empezó a sentir que no estaba sola en esa oscuridad. Podía reconocer la cadencia de esa voz, el temblor de esa respiración que parecía casi suplicarle que regresara. Era Mónica. Se abrió paso en su inconsciencia como un susurro al otro lado de un muro inquebrantable.

“Vanesa…” La escuchaba en momentos de calma, cuando su mente se detenía, y en el eco de esa palabra suya, había una mezcla de amor y dolor que atravesaba la bruma, que de algún modo la ataba al mundo que parecía estar perdiendo.

Entonces, en uno de esos instantes, Mónica habló, su voz trémula como si se aferrara a la idea de que podía ser escuchada:

—"Si pudieras verme ahora, si pudieras escucharme… no te irías. Lo sé. Porque… estoy enamorada de vos, Vanesa. Y quiero decírtelo, no con miedo ni con dudas… sino con la certeza de quien sabe que encontró algo único, algo que sólo existe una vez en la vida."

Esas palabras flotaban, hundiéndose en la mente de Vanesa como pequeñas luces en el fondo de un lago oscuro. Desde esa profundidad, ella respondía, aunque sus pensamientos no llegaban a traspasar el abismo entre ambas, “Mónica… siempre estuviste ahí, en cada rincón de mí. Siempre lo supe…”

Las palabras de Mónica se repetían en su mente, como un eco distante, pero claro. Le llegaban a través de capas de oscuridad, y aunque no podía reaccionar, en lo más profundo de su ser entendía que Mónica estaba allí. Y que la amaba.

Ana y Ainhoa también aparecían, fragmentos de conversaciones dispersas que lograba capturar. A veces, en la penumbra de sus pensamientos, escuchaba a Ana tratando de animar a Mónica.

—"Dale tiempo, Mónica. Está luchando. No se iría sin decir adiós,"— dijo una tarde, y en su voz había una ternura frágil que también se extendía a Vanesa.

Era extraña la sensación de ser testigo de sus propias ausencias, de escuchar cómo hablaban de ella como si ya no estuviera. Pero sabía que seguía allí, anclada a ese mundo por el amor de quienes la rodeaban. Y, sobre todo, por Mónica. Era esa confesión, esa pequeña verdad escondida en palabras simples, la que la mantenía flotando, suspendida en algún rincón de su conciencia.

A veces escuchaba a Ainhoa, quien con voz suave y contenida le susurraba a Mónica:

—"Esto la va a cambiar, lo sabés, ¿no? Nadie pasa por algo así sin salir marcado… Pero si alguien puede entenderla, es vos, Mónica. Vos y ese amor que ya no podés esconder."

Vanesa sentía cada una de esas palabras resonar en ella, como notas que se arremolinaban en su pecho en una silenciosa sinfonía. Y aunque su cuerpo estaba inmóvil, sus pensamientos respondían en una suerte de susurro intangible, “Mónica, aunque cambie, sé que volveré a vos…”

En el octavo día, cuando Mónica susurró nuevamente, lo hizo desde un lugar tan profundo que atravesó la oscuridad con una fuerza que Vanesa sintió como una ola en su interior.

—"Estoy enamorada de vos, Vanesa. Quiero que lo sepas. Quiero que despiertes para decírtelo mirándote a los ojos. No importa lo que pase, ni lo que haya pasado. Te quiero, y quiero que me escuches. Necesito que despiertes."

Fue como una llave girando en una cerradura, como un murmullo que se transformó en un clamor ensordecedor. Vanesa comenzó a sentir sus propios pensamientos aclararse, a flotar de nuevo hacia la superficie de su conciencia. Lentamente, comenzó a sentir el peso de su propio cuerpo, el frío de la habitación, el dolor latente en cada rincón de su ser. La luz se filtraba por sus párpados cerrados, un resplandor tenue que la cegaba y al mismo tiempo la empujaba hacia la vigilia.

Finalmente, con un esfuerzo inmenso, sus ojos se entreabrieron. Vio a Mónica, dormida, sosteniendo su mano con una ternura que parecía inquebrantable. Las palabras de Mónica resonaban aún en su mente, como una melodía que no se desvanecía.

Con voz ronca y casi un susurro, murmuró:

—"¿En serio estás enamorada de mí?"

Y en ese momento, Mónica levantó la cabeza, sus ojos llenos de lágrimas y una sonrisa quebrada, pero iluminada, que confirmaba todo aquello que había confesado en la oscuridad.



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Flor🌹

Confianza en el Abismo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora