Capítulo 32: Las Niñas, la Terapeuta y un Pedido de Ayuda

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La reunión en la sala de terapia era un espacio en el que se encontraban la preocupación, la tristeza y el amor. Mónica y Vanesa se miraban con un nerviosismo compartido. Sabían que la conversación de hoy no sería fácil, y aunque ambas estaban seguras de que era lo correcto, la realidad de enfrentar el dolor de las niñas era algo para lo que ninguna madre estaba preparada. Ellas comprendían que, aunque Pía había expresado su rechazo hacia su padre, la pequeña Sara aún lo veía como un héroe. No había nada en el mundo que pudiera preparar a una niña de tres años para enfrentar la dolorosa verdad de que su padre no podía estar en su vida de la manera que ella deseaba.

A su lado estaban Paula y Sofía, las dos terapeutas, quienes habían diseñado un plan con extrema cautela y sensibilidad, un enfoque delicado para ayudar a las niñas a comprender, sin causarles un trauma mayor. Paula, la terapeuta de Mónica, era una mujer de mirada profunda y voz calmada; había acompañado a la familia en cada paso, y ahora más que nunca, deseaba ofrecerles toda su empatía y guía. Sofía, por su parte, era la terapeuta infantil de Pía, una mujer con una habilidad especial para conectar con los niños, y cuyo rostro irradiaba calma y paciencia.

Las niñas estaban sentadas frente a ellas. Pía, a sus siete años, tenía una madurez notable y mantenía una expresión seria, aunque se notaba que en su interior había muchas emociones contenidas. Sara, la más pequeña, se aferraba a la mano de Mónica, su carita llena de curiosidad e inocencia, sin entender aún el motivo de aquella reunión.

Paula fue la primera en hablar, dirigiéndose a ambas niñas con una sonrisa suave.

—Hola, Pía, Sara —empezó, con tono cariñoso—. Hoy queremos hablar de algo muy importante, algo que tiene que ver con su familia. Todas las personas que estamos aquí las queremos mucho, y estamos aquí para ayudarlas y para que sepan que nunca estarán solas.

Sara frunció un poco el ceño, sin comprender del todo. Pía, en cambio, asintió ligeramente, reconociendo la seriedad de la conversación que estaba por comenzar.

Sofía, la terapeuta infantil, tomó la mano de Sara con una sonrisa cálida, tratando de establecer un vínculo inmediato con la pequeña.

—Sara, sé que eres una niña muy valiente y que quieres mucho a tu mamá y a tu hermana —le dijo suavemente—. Hoy queremos hablar de tu papá, y necesitamos que sepas que es un tema que puede ser un poco difícil de entender. Queremos que escuches con calma y que sepas que puedes hacer todas las preguntas que quieras.

Sara la miró con curiosidad, sin soltar la mano de su madre. La mención de su papá pareció iluminarle el rostro por un momento, aunque no entendía del todo el motivo de la reunión. Para ella, la figura de su padre era sinónimo de juegos y risas, de un amor que, aunque idealizado, era su única realidad.

Sofía continuó con voz dulce.

—Sara, a veces los adultos tienen problemas muy grandes que necesitan resolver, problemas que nosotros, como niños, no podemos solucionar. Tu papá está pasando por un momento así. Es como cuando uno se lastima y necesita tiempo y cuidados para sanar. Él ahora tiene que estar lejos, para poder aprender cosas y mejorar. Y aunque sé que eso te puede poner triste, queremos que sepas que tu mamá y Vanesa están aquí para ti.

Sara la miró, confundida, sus ojitos llenándose de lágrimas.

—¿Pero… por qué no puede venir a verme? —preguntó con un tono de voz quebrado—. Yo no quiero que esté lejos.

Mónica sintió que el corazón se le rompía al escuchar esas palabras, y acarició el cabello de su hija mientras intentaba mantener la compostura.

—Sara, amor, sé que esto es difícil de entender. Pero estamos aquí para cuidarte, para protegerte. Tu papá no está aquí ahora, pero nosotras nunca vamos a dejar que te falte nada.

Sara se lanzó a los brazos de su madre, buscando el consuelo que solo ella podía ofrecerle. Las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas, y Mónica la abrazó con fuerza, intentando transmitirle todo el amor y la seguridad que necesitaba.

Pía, por su parte, observaba en silencio, conteniendo sus propias emociones. Para ella, esta no era una noticia completamente inesperada. Ya había notado la ausencia de su padre y había comenzado a entender las razones por las cuales no podía estar en sus vidas. Pero ver la tristeza en los ojos de su hermana menor la afectaba profundamente.

Vanesa se acercó a Pía y la tomó de la mano, apretándola suavemente.

—¿Estás bien, Pía? —le susurró, preocupada.

Pía asintió lentamente, aunque sus ojos estaban llenos de lágrimas.

—Sí… solo que… me duele ver a Sara así. Ella no entiende… y yo… —hizo una pausa, tomando aire para calmarse—. Ojalá las cosas fueran diferentes.

Vanesa la abrazó con ternura, permitiéndole liberar sus emociones sin decir nada más. Sabía que, en ese momento, no había palabras que pudieran aliviar el dolor de la pequeña, pero también entendía que la cercanía y el amor que podía ofrecerle eran más importantes que cualquier cosa que pudiera decir.

Sofía, quien había estado observando la interacción entre ambas, decidió intervenir de nuevo, esta vez dirigiéndose a Pía.

—Pía, sé que eres una niña muy fuerte y que entiendes muchas cosas que a veces son difíciles. Quiero que sepas que está bien sentirse triste, está bien si sientes que esto es injusto o que te enoja. Todas esas emociones son normales, y estamos aquí para ayudarte a entenderlas.

Pía miró a Sofía y luego a Vanesa. Con una mezcla de tristeza y determinación en su mirada, dijo algo que sorprendió a todos.

—Vanesa… ¿te puedo llamar mamá también? Quiero que seas mi otro papá… o mi otra mamá… —su voz temblaba, pero había una sinceridad inquebrantable en sus palabras.

Vanesa se quedó sin palabras, y sus ojos se llenaron de lágrimas. Era la primera vez que Pía expresaba un deseo tan profundo y claro. Sin dudarlo, la abrazó con fuerza, sintiendo en ese momento el peso de la responsabilidad y el amor que le unían a esa pequeña que, sin quererlo, había sufrido tanto.

—Pía, mi amor, puedes llamarme como quieras. Yo siempre estaré aquí para ti, como una mamá, como una amiga, como lo que necesites. Te amo muchísimo, y quiero que siempre te sientas segura conmigo.

La pequeña sonrió entre lágrimas, sintiendo que, a pesar de todo el dolor que había vivido, estaba rodeada de amor.

Al final de la sesión, Paula y Sofía observaron con ternura cómo las niñas se acurrucaban junto a su madre y Vanesa, buscando el consuelo que solo ellas podían ofrecerles. Sabían que el camino que tenían por delante no sería fácil, pero también estaban seguras de que, juntas, podrían enfrentar cualquier obstáculo. Mónica y Vanesa, aunque con el corazón aún pesado, se miraron con complicidad, sintiendo una profunda gratitud hacia las terapeutas por guiarlas en este proceso tan doloroso, y sobre todo, por ayudarles a ofrecerles a las niñas un entorno de amor y seguridad.


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Flor🌹

Confianza en el Abismo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora