Capítulo 34: La Decisión del Silencio

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Mónica y Vanesa permanecían en la sala de su abogada, sentadas en silencio, atrapadas en una tensión tan espesa que se sentía como una cuerda invisible que las sujetaba a ambas. Sus ojos, a menudo llenos de luz y fuerza, estaban ahora oscurecidos por el peso de una decisión que ni siquiera las palabras podían aligerar. Ana, su abogada y amiga, las observaba con empatía. Sabía que no era solo una decisión legal; era una herida profunda que amenazaba con abrirse y nunca cerrarse.

Vanesa rompió el silencio con una voz apenas audible, como si cada palabra fuera arrancada de su pecho. “No quiero hacerlo, Mónica. No quiero dejar de luchar por nuestras niñas. Pero... no puedo soportar la idea de que les pase algo peor por nuestra culpa, hay que frenar el juicio contra Javier.”

Mónica asintió, aunque su expresión revelaba el conflicto que se debatía en su interior. Ella era madre, y su corazón estaba en llamas. La lucha por sus hijas había sido su motivo para levantarse cada día desde que Javier se las había llevado. Y ahora, al borde de una tregua que no deseaba, sentía que estaba traicionando cada latido de amor que había sostenido por Pía y Sara.

Ana tomó aire antes de intervenir, eligiendo cada palabra con cautela. “Esta decisión no significa que las estén abandonando. Es solo... un aplazamiento. Sin pruebas concluyentes, la ley es limitada, y Javier... se ha asegurado de cubrir cada rastro. Ustedes lo conocen mejor que nadie; saben cómo puede manipular a todos a su alrededor.”

Como en un mal sueño, Javier había creado una versión de sí mismo que las autoridades y la sociedad parecían adorar. Era el padre angustiado, el hombre solitario que deseaba lo mejor para sus hijas. Había dejado caer frases ensayadas, miradas desgarradoras, hasta lágrimas estratégicas que convencieron a todos menos a quienes verdaderamente lo conocían. Mónica, Vanesa y Ana sabían que todo era una actuación. Sabían que tras esa máscara de padre dolido y arrepentido, se escondía un hombre peligroso.

Días después, en una sala de mediación, Javier las esperó con una sonrisa calmada, esa sonrisa que en otro tiempo había sido amorosa, pero que ahora era solo un recordatorio cruel de lo que era capaz de hacer. Cuando Mónica y Vanesa entraron junto con Ana, sintieron como si el aire mismo se volviera pesado, tóxico. Habían venido preparadas, sabiendo que esta vez tendrían que enfrentarse a una fachada impenetrable.

“Mónica, Vanesa,” dijo Javier suavemente, inclinando la cabeza como si estuviera ante una reverencia. “No tienen idea de cuánto lamento todo esto. Nunca imaginé que las cosas llegarían tan lejos. Las niñas... las niñas merecen paz, estabilidad. Lo único que quiero es lo mejor para ellas. Las vamos a encontrar”

Vanesa se estremeció. Su instinto era gritarle, desenmascararlo frente a todos los presentes. Pero sabía que eso solo le daría más razones a Javier para prolongar el juicio, para prolongar la tortura. En lugar de eso, respiró hondo y respondió con frialdad: “Sabes que lo que haces está mal. Sabes que no es por las niñas. Es solo... por control, por ego. Vos sabés muy bien dónde se encuentran Pía y Sara”

Javier suspiró, mirándola como si fuera ella la que estuviera equivocada, como si fuera una persona desquiciada hablando sin sentido. “No entiendo por qué me atacas así, Vanesa. Solo quiero que todos sigamos adelante. Que puedan... rehacer sus vidas. Sé lo de ustedes dos, y lo acepto. Solo quiero lo mejor para ustedes. Y si supiera dónde se encuentran mis hijas, no estaríamos aquí hablando tratando de unir fuerzas, ellas ya estarían con nosotros” La palabra ‘ustedes’ salió de su boca como un veneno dulcemente disfrazado, una concesión que solo él consideraba noble.

Mónica sintió una punzada en su pecho. Las palabras de Javier, su tono, la falsa humildad, todo le recordaba aquellos primeros años en los que él la había seducido con su carisma. Lo había amado una vez, pero ahora comprendía que aquel amor era solo un espejismo, una mentira construida sobre el control y el egoísmo.

“Javier, por favor, devuélveme a mis niñas,” dijo Mónica con voz firme. “Sabemos quién eres realmente. Y aunque decidas seguir escondiéndote detrás de esa máscara, algún día la verdad saldrá a la luz.”
Javier solo negó con la cabeza y descargo unas lágrimas fingidas.

Aquella noche, en el silencio de su habitación, Mónica y Vanesa intentaron procesar lo que había sucedido. El peso de la resignación caía sobre ellas como una manta fría, congelándolas en un estado de impotencia. Mónica se sentía desgarrada, como si parte de su alma hubiera sido arrancada con cada palabra de aquel encuentro.

“No puedo soportar esto, Vanesa,” susurró finalmente, sus lágrimas cayendo en silencio. “Es como si estuviéramos enterrando la esperanza junto con el juicio. No sé cómo... cómo seguir adelante sin sentir que las estoy abandonando.”

Vanesa la abrazó, apretándola contra su pecho. Sabía que no tenía palabras para aliviar el dolor de Mónica, porque ella también lo sentía. Habían soñado tanto con un final feliz, con el regreso de Pía y Sara, y ahora la realidad parecía desgarrar cada hilo de ese sueño.

“Las vamos a encontrar, Mónica,” dijo Vanesa, tratando de sonar convencida. “No importa cuánto tiempo pase. No importa cuánto Javier intente borrar nuestros rastros en sus vidas. Algún día, vamos a traerlas de vuelta. Es solo... una pausa, ¿entiendes? No es el final.”

Mónica asintió débilmente, aunque en su corazón aún persistía el vacío. El sacrificio que estaban haciendo era inmenso, y aunque lo comprendía, no podía evitar sentir que algo se rompía dentro de ella, algo que quizás nunca podría sanar.

Mientras tanto, en un rincón desconocido de Valencia, Pía y Sara estaban en la cama, acurrucadas en la oscuridad. Pía miraba al techo, sus pensamientos oscilando entre la confusión y la tristeza. Sabía que su vida había cambiado, que ya no era la niña que una vez había sido, pero no entendía por qué. Su padre y Verónica le hablaban de una nueva vida, de un nuevo nombre, y aunque intentaba entender, en su corazón aún resonaba el eco de otro tiempo, otro lugar donde era amada.

Sara, demasiado pequeña para comprender la magnitud de su pérdida, miraba a su hermana mayor, buscando consuelo. Pía le acarició el cabello, susurrándole una canción que su madre le había cantado alguna vez. Aunque las palabras comenzaban a desvanecerse en su memoria, el sentimiento permanecía.

“¿Crees que mami y la tía Vane piensen en nosotras?” preguntó Sara en voz baja.

Pía cerró los ojos, luchando por mantener el control. “Sí, mami y Vane siempre piensan en nosotras. Aunque no podamos verlas, ellas siempre estan aquí,” susurró, señalando el corazón de su hermana pequeña.

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Flor🌹

Confianza en el Abismo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora