Confianza en el Abismo.

Capítulo 4: Una Amistad para Siempre

Capítulo 4: Una Amistad para Siempre

El sol comenzaba a iluminar la ciudad de Málaga, desbordando sus tonos dorados sobre la ventana de la oficina de Vanesa. Era una luz suave, casi tímida, como si estuviera tanteando su camino. Vanesa observaba esa luz desde su escritorio, inmersa en el pensamiento de cuánto habían cambiado las cosas. Cada amanecer le recordaba que los días traían nuevas posibilidades, pero también cicatrices que aún sanaban lentamente.

Ana, su amiga de toda la vida, era quien la sostenía en esos momentos de introspección, quien la ayudaba a navegar en las aguas oscuras de su pasado. Se habían conocido en la secundaria, dos jóvenes que compartían no solo aulas y libros, sino también ideales. Más tarde, ambas decidieron estudiar Derecho, y durante esos años universitarios, su amistad se volvió irrompible. Trabajaron juntas en la defensa de los derechos humanos, y fue ahí donde forjaron una promesa silenciosa de estar siempre una para la otra.

“¿Qué haría sin ti, Ana?” musitaba Vanesa a veces, con una sonrisa.

Ana solo respondía con una mirada comprensiva, una que decía sin palabras: "Siempre estaré aquí."

Ana era la otra mitad de su historia, su confidente, la guardiana de sus secretos más oscuros. Conocía cada rincón de su dolor, especialmente el dolor que dejó Fernando, el hombre que había transformado el corazón de Vanesa hasta el punto de volverlo silencioso ante el amor. Antes de él, Vanesa había disfrutado de relaciones convencionales; los hombres le interesaban, su vida era como cualquier otra. Pero Fernando fue la sombra que nubló su deseo, apagando su vida emocional hasta hacerla sentir que sólo podía dedicarse a su trabajo, a su misión de ayudar a mujeres en situaciones de violencia y abuso.

Aquella mañana, Ana entró a la oficina con dos cafés, su sonrisa iluminando la habitación más que el propio sol. “¿Lista para otro día en la trinchera?” preguntó, con su tono casual y una chispa en los ojos.

“Siempre estoy lista cuando estás conmigo,” respondió Vanesa, esbozando una sonrisa sincera.

Mientras hablaban, la conversación se desvió hacia Luna, la hija de Ana y su pareja, Ainhoa. Vanesa tenía una debilidad especial por Luna; esa pequeña de ojos vivos era su “Tita Vane”, su héroe y su refugio. Luna era el faro que Vanesa necesitaba en su vida para recordar que el amor podía ser tierno y sin heridas.

“Ayer Luna preguntó si Tita Vane podía ir a la feria con nosotras este fin de semana,” comentó Ana entre risas. “Está convencida de que eres la única que puede ganar el premio de los patitos.”

Vanesa soltó una carcajada, su risa se sentía libre y auténtica, algo que pocas veces permitía salir a flote. “¡Pues claro que sí! ¡No dejaré que mi pequeña se vaya sin un premio de la feria!”

El brillo en sus ojos era innegable. Luna era el pedacito de alegría que la hacía recordar que, aunque su corazón se hubiese vuelto reticente al amor romántico, aún había amor en ella, amor sincero y generoso.

Ana, con esa intuición casi sobrenatural que tenía para leer a Vanesa, le puso una mano en el hombro. “Sabes, Vane, no importa cuántas batallas enfrentes en el tribunal o cuántas causas defiendas, siempre tendrás a Luna y a mí. Nos tienes a nosotras para lo que necesites. A veces, solo necesitas recordar que no estás sola.”

Vanesa asintió en silencio, sin palabras suficientes para agradecerle por su apoyo incondicional. Aunque el mundo parecía una guerra interminable, sabía que siempre tendría un refugio en esa amistad, en esa conexión que la había acompañado desde la adolescencia y que ahora era su fortaleza.

Aquella mañana, mientras terminaban sus cafés y se preparaban para enfrentar el día, el vínculo entre ambas se sintió aún más fuerte, tan irrompible como el primer día. Era una amistad hecha de confidencias, de sueños compartidos y de apoyo mutuo, una amistad que, como el amanecer, le recordaba que cada día traía una nueva oportunidad de encontrar la paz que tanto anhelaba.

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Flor🌹