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Ace observaba el símbolo de la tripulación de Barbablanca, sintiendo una mezcla de orgullo y anhelo. Quería honrar a su capitán llevándolo en su piel, como lo hacían muchos de sus Nakamas. Para él, el emblema de Barbablanca representaba una familia que nunca pensó que tendría, y el deseo de mostrar su lealtad y respeto hacia su capitán era más fuerte que nunca.
Un día, se dirigió a Marco, el primer comandante, con una sonrisa entusiasta, sus ojos brillando con determinación.
— ¡Marco! ¡Quiero hacerme el tatuaje de la tripulación en la espalda! —anunció, señalando el espacio donde pensaba ponerlo.
Marco alzó una ceja, mirándolo con una expresión cautelosa. Sabía que lo que Ace pedía no sería tan sencillo. Había algo que su impulsivo compañero aún no le había revelado a la tripulación: ya tenía un tatuaje grande que cubría casi toda su espalda.
Un par de meses antes de unirse a la tripulación, en uno de los momentos más inciertos de su vida, Ace había decidido tatuarse un fénix naranja rodeado de flores de hibisco. Para él, era un símbolo de renacimiento, de su deseo de dejar atrás el peso de su linaje y de ser alguien más allá de la sombra de su apellido. Las flores de hibisco, además, eran un homenaje a su madre, quien siempre había sido su inspiración. Ese tatuaje era su secreto, una parte íntima de él que nunca había compartido con nadie.
— Ace, creo que deberías decirles a todos sobre el tatuaje que ya tienes —sugirió Marco, colocando suavemente una mano en su hombro.
Ace se tensó, apartando la mirada un poco avergonzado.
— No quiero que piensen que no respeto el símbolo de Barbablanca… —murmuró, sin saber cómo explicar que el fénix de su espalda también era parte de él.
Marco lo miró fijamente. Sabía que Ace era leal hasta el fondo, que no haría nada que deshonrara al capitán. Y aunque Ace podía ser terco, también era alguien con un gran corazón. Marco, quien había conocido esa faceta en él y había empezado a sentirse profundamente unido a él, quiso ayudarlo a entender que no tenía que ocultarse de la tripulación.
— Eres parte de esta familia, Ace. Si ellos ven el tatuaje, entenderán lo que significa para ti. No tienes que esconderte de nosotros… y tampoco de mí —susurró Marco, sus palabras llevando un tono más personal, su mano aún descansando en el hombro de Ace.
Ace lo miró y, por un segundo, notó algo cálido en la mirada de Marco. Había pasado tanto tiempo ocultando quién era, guardando sus secretos, que sentía un peso en el pecho. Pero con Marco ahí, mirándolo con esa expresión de comprensión y apoyo, sintió que quizás… quizás estaba bien mostrar esa parte de él.
— Está bien —susurró Ace, tomando aire profundamente. A la mañana siguiente, reunieron a la tripulación en la cubierta. Cuando todos estuvieron atentos, Ace respiró hondo y, de un tirón, se quitó la camisa, dejando que la piel de su espalda quedara a la vista de todos.
En su espalda, brillaba el tatuaje de un fénix naranja, con alas abiertas que abarcaban sus omóplatos, rodeado de hibiscos coloridos. Las flores parecían danzar alrededor de la figura, como protegiendo al fénix que parecía listo para alzar el vuelo. La imagen era poderosa y cautivadora, una representación de su deseo de renacer.
La tripulación lo observó en silencio. Algunos mostraban sorpresa, otros sonreían con admiración. El propio Barbablanca lo miraba con una expresión de profundo respeto.
— No necesitas otro tatuaje, Ace —dijo el capitán finalmente—. Llevas contigo una marca de quien eres, algo que representa tu espíritu. Y como fénix, serás parte de esta familia sin importar qué.
Ace suspiró de alivio, sintiéndose comprendido. Sin embargo, entre todos los que lo miraban, fue Marco quien se acercó primero, sin decir nada, simplemente colocando una mano sobre su espalda, en un gesto de apoyo silencioso. Aquel toque envió una corriente de calma a través de Ace, y cuando giró la cabeza para mirarlo, se encontró con la suave sonrisa de Marco.
Esa noche, cuando los demás ya dormían, Marco y Ace se quedaron a solas en cubierta. La luna iluminaba el mar, y ambos se sentaron juntos, en silencio, hasta que Marco rompió la quietud.
— Ese tatuaje… es hermoso. Refleja exactamente quién eres. Siempre has sido como un fénix, Ace. Alguien que se levanta del fuego, que tiene la fuerza para renacer —murmuró Marco, su tono suave.
Ace se sonrojó ligeramente, sin atreverse a mirar a Marco a los ojos.
— No creí que lo entenderías —admitió Ace en voz baja, y luego sonrió con timidez—. Pero contigo es diferente… siempre me siento seguro cuando estás cerca.
Marco le devolvió la sonrisa y, con una suavidad inesperada, entrelazó su mano con la de Ace.
— Yo también. Eres alguien increíble, Ace. Más allá de cualquier marca, cualquier símbolo. Eres tú quien me importa —susurró Marco.
Por un momento, el tiempo se detuvo. Ace se giró hacia él, sorprendido, pero Marco lo miraba con esa mezcla de ternura y firmeza que siempre había visto en él. Finalmente, Ace cedió y dejó que sus sentimientos fluyeran. Se inclinó hacia Marco, y en un movimiento casi instintivo, se acercó hasta que sus labios se encontraron en un beso suave y cálido.
Fue un beso lleno de promesas, de sentimientos que ambos habían guardado hasta ahora. Un beso en el que los dos supieron que, más allá de las marcas y las heridas del pasado, siempre tendrían un lugar seguro el uno en el otro.
Desde ese día, Ace no volvió a ocultar su tatuaje, ni tampoco sus sentimientos por Marco. Ambos se encontraban más unidos que nunca, no solo como compañeros de la tripulación, sino como dos almas que compartían un vínculo especial.