Bajo el Mismo Cielo

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Título: Bajo el Mismo Cielo

El bullicio de la ciudad nunca parecía detenerse. Makino, una joven con el apellido más famoso de los mares, Monkey D., caminaba por las calles del centro de la ciudad con una taza de café en mano. La gente la reconocía por ser la hija adoptiva de Garp, uno de los nombres más conocidos en las fuerzas armadas, pero ella siempre intentaba llevar una vida normal, lejos de las expectativas que su apellido generaba.

A pesar de su famoso padre adoptivo, Makino había decidido no seguir el mismo camino de él. En lugar de unirse a las fuerzas armadas, había decidido trabajar en una pequeña cafetería en la ciudad. Le gustaba la paz que ofrecía su trabajo, lejos de las tensiones y las responsabilidades que otros veían en su apellido. Sin embargo, su vida tranquila estaba a punto de cambiar.

Una tarde, mientras Makino estaba en su descanso, se encontraba disfrutando de un café cerca del parque, observando cómo la gente pasaba. El sonido de pasos altos y elegantes interrumpió sus pensamientos. Al levantar la vista, vio a una mujer de figura impresionante, con el cabello oscuro y brillante, y un aire que no dejaba lugar a dudas: Boa Hancock.

Hancock, en este mundo moderno, era una celebridad mundial, conocida por su belleza y su éxito en el mundo del entretenimiento. Era la dueña de una agencia de modelos y tenía una influencia poderosa en el ámbito de la moda, pero rara vez salía en público sin ser rodeada por seguridad. Aquella tarde, sin embargo, parecía disfrutar de un raro momento de tranquilidad, caminando por las calles sin los habituales destellos de cámaras.

Makino no pudo evitar mirarla por un momento más largo de lo habitual. La presencia de Hancock era innegable, incluso sin los reflectores de las cámaras. Había algo en ella que la hacía destacar, no solo por su belleza, sino por una aura de confianza que la rodeaba.

Hancock, al notar que una joven la observaba, decidió acercarse. No era común que alguien la mirara sin admiración superficial, y había algo en los ojos de Makino que la intrigaba.

— ¿Te gustaría unirte a mí? —preguntó Hancock, con una sonrisa cálida pero cargada de esa misma arrogancia tranquila que la caracterizaba.

Makino, sorprendida pero sin perder su compostura, asintió y se levantó. No era común que personas tan famosas se acercaran a ella de esa manera, pero algo en la invitación de Hancock le parecía natural.

— Claro, ¿te molesta si me siento contigo? —respondió Makino, con su tono habitual, relajado y amigable.

Ambas se sentaron en el banco del parque, con el bullicio de la ciudad de fondo. A pesar de la diferencia de mundos entre ellas, un silencio cómodo se instaló entre ambas. Hancock observó a Makino por un momento, intrigada por la calma con la que la joven se comportaba.

— ¿Eres la hija adoptiva de Monkey D. Garp, verdad? —preguntó Hancock, curiosa pero sin la admiración obvia que muchos otros mostraban al mencionar ese apellido.

Makino asintió, sin mostrar señales de incomodidad por la pregunta.

— Sí, soy Makino. Aunque prefiero no hablar demasiado de eso. —sonrió suavemente, como si las expectativas sobre ella fueran algo que había aprendido a manejar.

Hancock, sin embargo, no podía dejar de observarla. La joven parecía tener una tranquilidad que muchas veces ella misma envidiaba. En su mundo, todo era glamour y atención, y aunque disfrutaba de su éxito, también se sentía agobiada por la constante presión.

— Entiendo lo que dices —comentó Hancock, casi en un susurro. — A veces la gente espera que seas algo que no eres. Como si tu vida estuviera predestinada por lo que otros esperan de ti. Yo misma he tenido que luchar por ser quien soy ahora.

Makino la miró, sorprendida por su sinceridad. No esperaba que Hancock, conocida por su aparente frialdad y glamour, compartiera algo tan personal.

— No me imagino lo que debe ser vivir bajo tanta presión. —Makino reflexionó en voz alta. — Pero por lo que puedo ver, lo manejas bien.

Hancock sonrió ligeramente, una sonrisa menos arrogante que las usuales.

— No siempre lo hago, pero trato. —Hancock suspiró, tomando un sorbo de su bebida. — Y tú, Makino... ¿qué es lo que realmente quieres hacer en la vida? No todo el mundo está obligado a seguir los pasos de su familia.

La pregunta sorprendió a Makino, que por un momento no supo cómo responder. Había pasado tanto tiempo enfocada en ser la hija adoptiva de Garp que no se había detenido a pensar qué quería realmente para ella misma, más allá de su trabajo en la cafetería.

— Creo que me gustaría... seguir ayudando a los demás, de alguna manera. Pero sin la presión de ser alguien que no soy. Me gusta la paz, las cosas simples. —respondió finalmente, sonriendo tímidamente.

Hancock la miró con una mezcla de curiosidad y admiración. Había algo en la manera en que Makino veía el mundo que la hacía sentir envidiosa, deseando tener esa misma capacidad de encontrar la tranquilidad entre el caos.

— Entonces, quizás somos más similares de lo que pensaba. —comentó Hancock, con una sonrisa que no podía ocultar su sinceridad. — A veces creo que la gente exitosa como yo necesita encontrar a alguien que te recuerde lo que realmente importa, y tú pareces ser esa persona.

Makino, sorprendida por la observación, se rió suavemente.

— No soy tan especial, pero me alegra que lo pienses. —respondió.

Ambas continuaron conversando durante horas, compartiendo historias sobre sus vidas, sus pasiones y sus luchas internas. Aunque provenían de mundos diferentes, algo en su conversación les permitió conectarse de manera profunda.

Al final del día, cuando las luces de la ciudad comenzaron a brillar con fuerza, Hancock se levantó.

— Ha sido un placer, Makino. Me alegra haber pasado este tiempo contigo. Quizás podríamos hacerlo otra vez. —dijo Hancock, con una sonrisa genuina.

Makino asintió, un brillo en sus ojos que denotaba una creciente amistad.

— Claro, sería un placer. —respondió Makino, con una sonrisa sincera.

A pesar de sus diferencias, ambas mujeres se dieron cuenta de que en la amistad no hay barreras, solo la comprensión mutua. Y aunque el mundo moderno estaba lleno de fama, expectativas y responsabilidades, había algo inquebrantable en la conexión humana. Algo que ni la fama ni los apellidos podían cambiar.

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Fin.

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