La Serpiente y el Corazón

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en un contexto donde sus personalidades se encuentran y surgen sentimientos. Imagina que se encuentran en un escenario alternativo donde sus caminos se cruzan, quizás después de ciertos eventos en One Piece:

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Título: La Serpiente y el Corazón

Makino estaba acostumbrada al ajetreo de la taberna en el Pueblo Foosha. Aunque la vida allí no era la más excitante, le ofrecía una paz tranquila, y sobre todo, la oportunidad de cuidar de los chicos del pueblo y, en especial, de Luffy, quien siempre llenaba su vida de caos y alegría. Sin embargo, ese día, algo diferente estaba en el aire. Mientras limpiaba la barra y organizaba las botellas de licor, notó una figura elegante que entraba en el local.

Era una mujer imponente, alta y con una gracia difícil de ignorar. Makino no era ajena a los rumores de las grandes piratas del mundo, y esa figura, con su porte real, era difícil de olvidar: Boa Hancock, la emperatriz de las siete grandes piratas, conocida por su belleza y su poder, además de su posición como gobernante de la isla Kuja.

Makino, aunque sorprendida, intentó mantener la compostura. No esperaba que alguien tan famoso llegara a la taberna, mucho menos una mujer de tal estatus. No sabía si la emperatriz estaba de paso o si había venido por algún otro motivo, pero algo en su mirada parecía... diferente. Aunque Hancock era famosa por su temperamento y su orgullo, esa tarde algo parecía calmo en ella.

Boa Hancock avanzó lentamente por el local, sus ojos buscando algún asiento. Los hombres que estaban en el lugar no pudieron evitar admirar su belleza, pero ella los ignoró por completo, su mirada fija en Makino, que limpiaba un vaso tras la barra. De repente, se detuvo frente a ella, y la presencia de la emperatriz se hizo más fuerte.

—Eres Makino, ¿verdad? —preguntó Hancock, su voz suave, pero cargada de una autoridad innegable.

Makino, sorprendida, dejó el vaso y levantó la vista. Sus ojos se encontraron con los de Hancock, y algo en su interior dio un pequeño salto. La pirata no estaba mirando con la arrogancia con la que muchos la conocían, sino con curiosidad.

—Sí, soy yo. —Makino sonrió, un poco tímida, pero con una calidez natural. No sabía qué hacer ante alguien tan imponente. —¿En qué puedo ayudarte, Emperatriz?

Hancock la observó por un momento, su mirada estudiando a Makino con detenimiento. Luego, de repente, sonrió ligeramente.

—Solo quería ver si este lugar es tan agradable como dicen. Mi hermano, el Capitán mihawks, me habló de este pueblo. Y, al parecer, tú eres bastante conocida por aquí, Makino. —Hancock se sentó en una de las sillas frente a la barra, cruzando sus piernas con elegancia.

Makino quedó un poco sorprendida por la mención de mihawks, pero rápidamente se recompuso.

—¡Oh! No sabía que mihawks,había hablado de mí... No soy más que una simple tabernera aquí. —Makino se encogió de hombros con una sonrisa, sin la menor intención de vanagloriarse.

Hancock la observó con una mirada más suave, más cálida. Había algo en la sencillez y la humildad de Makino que la hizo sentirse extraña. En todos sus años de ser la emperatriz de las Kuja, rara vez encontraba a alguien que no estuviera intimidado por su estatus o belleza. Pero Makino, con su naturalidad, parecía no temerle en absoluto. Esa cualidad le resultaba intrigante, incluso atractiva.

—No subestimes tu rol en este mundo, Makino. Hay algo en ti que es... refrescante. —Dijo Hancock con una sonrisa enigmática. No era una halagadora, sino una mujer que decía lo que pensaba, pero algo en sus palabras revelaba una admiración genuina.

Makino sonrió, sin saber bien cómo responder. Pero, por alguna razón, su corazón latió un poco más rápido. Aquella mujer tenía una presencia arrolladora, pero al mismo tiempo, en sus ojos había una vulnerabilidad que Makino no esperaba ver en alguien tan fuerte.

—No tienes que ser tan formal, Hancock. Yo... no soy tan importante. —dijo Makino, moviendo las manos como si restara importancia a lo que acababa de decir.

Hancock observó a Makino durante un largo rato, como si estuviera evaluando sus palabras, y luego inclinó ligeramente la cabeza.

—Creo que sí eres importante, Makino. Más de lo que piensas. —Hancock se acercó un poco más, su mirada fija en ella, esta vez más profunda, más cercana. — La gente como tú, que no busca poder ni reconocimiento, son las que realmente cambian el mundo. Tal vez no de una manera grande, pero sin duda, de una forma muy especial.

Makino sintió un calor en sus mejillas y apartó la vista por un momento, desconcertada por la intensidad de la mirada de Hancock. A pesar de que la emperatriz era conocida por su orgullo, su belleza y su fuerza, también había algo en ella que Makino no podía dejar de admirar: una especie de soledad oculta, un peso que se reflejaba en su mirada. A veces, la realeza y el poder también dejaban cicatrices invisibles.

Hancock, al notar el pequeño rubor en las mejillas de Makino, no pudo evitar sonreír suavemente. Era un gesto genuino, algo raro en ella, pero la calidez de Makino lo despertaba en su interior.

—¿Por qué no me acompañas a dar un paseo, Makino? —preguntó Hancock con una voz más suave, un tono que no era de comando, sino de una invitación amigable, casi tímida.

Makino la miró sorprendida, pero su sonrisa creció al ver la expresión sincera de Hancock.

—Me encantaría. —dijo Makino con una sonrisa tranquila, ya sin la sensación de estar frente a la temible emperatriz, sino frente a una mujer que buscaba compañía.

Mientras salían juntas, caminando por las tranquilas calles del pueblo, la conexión entre ellas fue creciendo. Dos mujeres de mundos diferentes, pero unidas por la complicidad silenciosa de un lazo que, aunque apenas comenzaba, prometía ser fuerte.

Y así, con el paso de las horas, entre risas y conversaciones profundas, Makino y Hancock compartieron momentos que ninguna de las dos había anticipado. Quizás no fueran iguales, pero en esa tarde, ambas encontraron en la otra algo que necesitaban sin saberlo: una amiga, una confidente, y tal vez, algo más.

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