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Desde que tenía memoria, Luffy había vivido en la isla de Dawn junto a su abuelo Garp. Creció rodeada de aventuras, pescando, entrenando y buscando comida en los rincones de la isla. No era una chica común y corriente, pero, para ser honesta, nunca lo había pensado de esa forma. ¿Por qué tendría que hacerlo? Luffy nunca entendió las diferencias que el mundo veía entre hombres y mujeres.
Desde pequeña, siempre había sido tratada como "uno de los chicos" por todos en el pueblo. Su actitud rebelde, su forma de vestir y sus actitudes nunca generaron una duda. A veces, su abuelo la llamaba "mi niña", pero a Luffy eso nunca le pareció más que una expresión cariñosa, como cualquier otra. "Luffy es Luffy", pensaba. No importaba si la llamaban "chico" o "chica", para ella, todo eso era irrelevante.
Su cabello oscuro y desordenado, su rostro siempre lleno de sonrisas y su energía imparable la hacían diferente, sí. Pero nunca se dio cuenta de que la gente la miraba de forma diferente por ser una mujer, ya que nunca le importó. Su libertad era lo único que le importaba. Cuando decidió convertirse en pirata, su sueño fue el de ser el Rey de los Piratas, sin necesidad de clasificaciones o etiquetas.
Cuando Luffy finalmente zarpa hacia el mar, al inicio, todo parece normal. Su tripulación comienza a tomar forma con personas que se convertirán en sus amigos y compañeros de vida. Zoro, Nami, Usopp, Sanji, Chopper... todos se unieron a ella en su aventura, cada uno con su propio sueño, pero todos aceptando a Luffy tal cual era: un líder con un corazón de oro, sin que nadie se detuviera a cuestionar su género. En su mundo, el "hombre" o la "mujer" nunca fue una distinción importante.
En un momento en que todos estaban reunidos en la cubierta del Going Merry, la conversación naturalmente pasó a ser sobre las relaciones y el futuro de la tripulación.
— ¿Y tú, Luffy? ¿Algún interés romántico? —preguntó Sanji, mirando a Luffy con su típica expresión de galán, como si estuviera esperando algún tipo de respuesta interesante.
Luffy frunció el ceño, pensativa. No entendía muy bien a qué se refería. ¿Por qué todo el mundo estaba siempre hablando de "intereses románticos"? ¡Ella solo quería ser la mejor pirata! Finalmente, con una gran sonrisa en su rostro, respondió sin pensarlo demasiado.
— ¡¿Romántico?! No sé de qué hablas, Sanji. No tengo tiempo para esas cosas, ¡yo quiero ser el Rey de los Piratas! ¡Ese es mi único interés!
La tripulación se quedó en silencio, algunos sorprendidos por la respuesta. Pero Luffy, ajena a las miradas curiosas, continuó hablando con su característica forma de ser.
— ¡No necesito preocuparme por esas cosas! ¡Ya verán, cuando sea el Rey de los Piratas, seré el mejor y tendré a todos los tesoros del mundo! —gritó, entusiasmada.
El silencio que siguió fue extraño. Todos se miraban entre sí. Zoro, que siempre había sido el más directo, fue el primero en hablar.
— Bueno, Luffy, nadie te está diciendo que no seas el Rey de los Piratas, pero... tal vez en algún momento puedas considerar que podrías tener una pareja. ¿Quién sabe qué podría pasar cuando seamos famosos?
Luffy se rió y se encogió de hombros, completamente indiferente.
— ¡Yo no quiero eso! ¡Soy libre! ¡No me importa tener pareja, ni amigos, ni nada! Mi sueño es ser el mejor. —respondió sin un atisbo de duda.
Lo que Luffy no sabía era que había algo en su actitud que hacía que la tripulación se cuestionara de vez en cuando. A veces, incluso en momentos de confianza, Nami se miraba en silencio mientras Zoro soltaba una risa incómoda al ver que Luffy no se interesaba por nada relacionado con el género o las relaciones.
El punto culminante llegó cuando un día, durante un enfrentamiento con algunos piratas rivales, uno de ellos le preguntó a Luffy:
— Oye, chica, ¿no te gustaría unirte a nosotros? Podríamos ser más fuertes si te unieras. Si fueras parte de mi tripulación... te cuidaríamos bien, pequeña.
Luffy, con su usual actitud alegre pero desafiante, miró al pirata y respondió:
— ¿Chica? ¿Qué es eso? Yo soy Luffy, y no soy parte de tu tripulación. ¡Soy el futuro Rey de los Piratas!
El pirata, sin entender por completo, la miró confundido, y en ese momento fue cuando Zoro intervino.
— ¡Ya basta, idiota! ¿No ves que Luffy es... Luffy? No importa si es una chica, un chico o un monstruo marino. ¡Ella es la Capitán! ¡Y si no te gusta, te vas de este barco!
Luffy, completamente ajena al lío que se estaba armando, giró hacia su tripulación con una sonrisa.
— ¡Sí, soy la capitana! ¡Vamos, chicos, tenemos un sueño que cumplir! ¡Y nada ni nadie me va a detener!
Esa era la esencia de Luffy: no importaba lo que pensara el mundo de ella. No importaba si la llamaban chica, chico, o si la gente veía su forma de actuar de una manera extraña. Para Luffy, todo era igual. Su sueño y su espíritu indomable eran los únicos que importaban. Los géneros, las etiquetas, las expectativas... todo eso solo era ruido para ella.
Al final del día, en su mundo, el género no tenía importancia. Lo que realmente importaba era quién eras y qué soñabas hacer. Luffy vivía sin barreras, porque para ella, todos los seres humanos, independientemente de su género, eran capaces de alcanzar sus sueños si ponían el corazón en lo que querían lograr.
Y, con su sueño intacto, Luffy seguía adelante, sin importar cuántos días pasaran o cuántas dudas tuvieran los demás. Para ella, solo había una verdad: el camino hacia ser el Rey de los Piratas no tenía etiquetas. Y ese camino, sin dudas, solo acababa de comenzar.
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Fin.