Capítulo 6: El cáliz de fuego.

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Como era de esperarse aquel día aquel cartel había armado un revuelo entre todos. Los días que faltaban el castillo parecían estar sometido a una limpieza especialmente concienzuda. Habían restregado algunos retratos mugrientos, para irritación de los retratados, que se acurrucaban dentro del marco murmurando cosas y muriéndose de vergüenza por el color sonrosado de su cara. Las armaduras aparecían de repente brillantes y se movían sin chirriar, y Argus Filch, el conserje, se mostraba tan feroz con cualquier estudiante que olvidara limpiarse los zapatos que aterrorizó a dos alumnas de primero hasta la histeria.

Los profesores también parecían algo nerviosos. Neville aquel día esperado fue regañado más de lo normal, pobre chico, pensó Alessia, la cual raramente sentía pena ajena.

Cuando bajaron a desayunar la mañana del 30 de octubre, descubrieron que durante la noche habían engalanado el Gran Comedor. De los muros colgaban unos enormes estandartes de seda que representaban las diferentes casas de Hogwarts: rojos con un león dorado los de Gryffindor, azules con un águila de color bronce los de Ravenclaw, amarillos con un tejón negro los de Hufflepuff, y verdes con una serpiente plateada los de Slytherin. Detrás de la mesa de los profesores, un estandarte más grande que los demás mostraba el escudo de Hogwarts: el león, el águila, el tejón y la serpiente se unían en torno a una enorme hache.

Alessia caminó con prisa con Theo pisándole los talones antes de sentarse al lado de Malfoy, era el único asiento disponible entre los de cuarto.

— Casi parece como si vinieran la realeza, no entiendo porque tanto escándalo— comentó Alex a Nott, mientras desayunaban, sorprendiendo un poco a Malfoy —. Por cierto, ¿sabes quienes quieren participar? —preguntó sin mostrar interés, ya que quería saber que personas intentarían entrar...

— Cedric, de Hufflepuff— respondió el pelinegro, sin ella saber a quién se refería.

— ¿Sabes cómo elegirán al mago? —preguntó esta vez al terminar su desayuno.

—No, ¿Por qué?, ¿piensas entrar? —preguntó en forma de burla pero ella solo sonrió antes de levantarse para ir a su clase de transformaciones, y por supuesto él seguirla.

Aquel día había en el ambiente una agradable impaciencia. Nadie estuvo muy atento a las clases, porque estaban mucho más interesados en la llegada aquella noche de la gente de Beauxbatons y Durmstrang.

Los jefes de las casas colocaban a sus alumnos en filas.

—Weasley, ponte bien el sombrero —le ordenó la profesora McGonagall a Ron—. Patil, quítate esa cosa ridícula del pelo.

Parvati frunció el entrecejo y se quitó una enorme mariposa de adorno del extremo de la trenza.

—Seguidme, por favor —dijo la profesora McGonagall—. Los de primero delante. Sin empujar...

Bajaron en fila por la escalinata de la entrada y se alinearon delante del castillo. Era una noche fría y clara. Oscurecía, y una luna pálida brillaba ya sobre el bosque prohibido. Pero aun no llegaba nadie, todo estaba oscuro y silencioso, hasta que al fin Dumbledore habló.

— ¡Ajá! ¡Si no me equivoco, se acercan los representantes de Beauxbatons!

— ¿Por dónde? —preguntaron muchos con impaciencia, mirando en diferentes direcciones.

— ¡Por allí! —gritó uno de sexto, señalando hacia el bosque.

Una cosa larga, mucho más larga que una escoba (y, de hecho, que cien escobas), se acercaba al castillo por el cielo azul oscuro, haciéndose cada vez más grande.

— ¡Es un dragón! —gritó uno de los de primero, perdiendo los estribos por completo.

—No seas idiota... ¡es una casa volante! —le dijo Dennis Creevey.

Mi igual (Draco Malfoy)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora