cartas, sombras y ¿toallas?

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La cerradura hizo clic.

Yuta no esperó mi respuesta. Solo cerró la puerta desde fuera con la precisión de alguien que no lo hacía por primera vez.

—Quédate aquí —fue lo último que me dijo, antes de desaparecer por el pasillo.

Y ahora estaba sola.

La habitación parecía más oscura de lo habitual. La tormenta afuera no ayudaba. La lluvia golpeaba las ventanas como si intentara entrar. Las cortinas danzaban con el viento que se colaba por una rendija mal cerrada. Cada sombra, cada rincón, se sentía más vivo de lo que debía.

Apoyé la frente en la puerta y cerré los ojos, intentando escuchar.

Nada al principio.

Pero luego… pasos. Uno. Dos. Tres. No eran rápidos, ni violentos. Eran firmes. Decididos. El sonido del cazador que no teme a lo que va a enfrentar.

El corazón me latía tan fuerte que pensé que si alguien se acercaba, podría oírlo desde fuera.

¿Qué era eso allá afuera? ¿Por qué la lluvia había empezado justo esa noche? ¿Y por qué esas cartas?

—Sabes que ahí no es seguro.

Tragué saliva. Esa frase se repetía en mi mente una y otra vez, como un eco sin fin.

¿Quién lo había escrito?

Y sobre todo…

¿Cómo sabían dónde estaba?

Me giré de espaldas a la puerta y me deslicé hacia el suelo, sentándome con las rodillas contra el pecho. Mis dedos apretaban el dobladillo de mi pijama como si pudieran protegerme.

Entonces lo escuché.

Una voz.

No la de Yuta.

Una voz femenina, susurrante, que no provenía del piso de abajo… sino justo detrás de la pared, como si hablara desde dentro de la casa.

—No puedes quedarte aquí para siempre, Suyen.

El susurro fue tan claro que el aire se congeló en mis pulmones.

Me puse de pie de un salto, mirando a todos lados.

Nada.

Y sin embargo… algo en el ambiente había cambiado. Como si la habitación hubiera contenido la respiración. Como si algo más también estuviera esperando.

Entonces, abajo… se escuchó el sonido de la puerta abriéndose.

Y no fue Yuta quien la abrió.

El aire estaba más pesado, la atmósfera densa, como si la casa misma intentara tragarse los ruidos, todo en silencio pero con algo que se movía entre las paredes. Mi respiración se hacía más rápida y errática mientras el eco de esa voz aún retumbaba en mi cabeza.

No puedes quedarte aquí para siempre, Suyen.

¿Quién me estaba hablando? ¿Y por qué se sentía tan real?

Me acerqué a la ventana, entrecerrando los ojos. El resplandor de los relámpagos iluminaba las sombras de la casa, creando figuras que se retorcían en las paredes como si fueran algo más que meras sombras.

No puedes quedarte aquí para siempre.

—¡Cállate! —grité, aunque nadie me estaba escuchando.

Mi voz se perdió en el estrépito de la tormenta, y me quedé en silencio, paralizada. ¿Debería quedarme aquí?

꧁༒¿𝘗𝘳𝘦𝘰𝘤𝘶𝘱𝘢𝘤𝘪ó𝘯?༒꧂ Yuta Okkotsu Donde viven las historias. Descúbrelo ahora