Lo que ella no ve (pero yo si).

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No sé cuánto tiempo llevo mirándola.

Suyen duerme profundamente, con la cabeza ladeada en el sillón y una de las mantas favoritas cubriéndole hasta la mitad del cuerpo. La otra mitad está siendo secuestrada por tres de los gatos, estratégicamente distribuidos como si jugaran a conquistar terreno. Uno en su regazo, uno en el respaldo, y otro en su pancita.
Yo les gané la parte del silencio.

Tiene el ceño fruncido. Seguramente sueña que se acabaron los roles de canela. O que alguien le ofreció chocolate y luego se lo quitó.

No me sorprendería.

La amo con toda mi alma, pero también temo por el mundo el día que alguien le diga que no a un antojo. Me ha amenazado con una cuchara por mucho menos.

Cinco meses -pienso mientras la observo respirar despacio-.
Cinco meses dentro de los cuales ha llorado por: un comercial de jugo, un gato que se le subió encima y se bajó a los dos segundos, y porque dijo que ya no le gusta su nariz, aunque es la misma nariz de siempre.

Me inclino un poco para sacarle un mechón del rostro. No se despierta, pero chasquea la lengua. Me contengo la risa. Parece un hámster dormido... uno muy bonito, hormonal y probablemente armado.

Hoy debo irme a una misión. Nada del otro mundo, en teoría. Pero llevo suficiente tiempo siendo hechicero como para saber que cuando dicen eso... es cuando te lanzan un dragón sin cabeza o algo peor.
Y aún así, lo que más me preocupa es dejarla sola.

No porque no sepa cuidarse... sino porque últimamente no encuentra sus propias llaves, intenta meter comida al microondas sin sacarla del envase metálico, y la semana pasada le puso sal al té "porque parecía azúcar".

Voy a ser papá.

Repito la frase en mi cabeza, otra vez. Y otra.
A ver si con eso se vuelve real.
Pero no. Se sigue sintiendo como si estuviera bromeando.

Yo. Padre.
El que olvida si ya se lavó el cabello mientras se ducha. El que no sabe doblar ropa sin hacer un desastre. El que un día pensó que sería soltero para siempre y ahora está aquí, casado con la criatura más hermosa y volátil del universo, viendo cómo se forma una vida nueva dentro de ella.

¿Quién permitió esto?

Miro su vientre, suave, redondo, habitado. Me asombra cómo duerme con una mano siempre ahí. Como si supiera que esa personita va a necesitarla incluso antes de salir.

Y yo... bueno.
Yo no estoy seguro de si sabré cómo sostener algo tan frágil sin romperlo.

Acaricio con cuidado un mechón de su cabello.
Suyen suspira bajito, y uno de los gatos -Leo, el más rebelde- me lanza una mirada que grita "toca a mi humana otra vez y verás". Lo ignoro.

¿Y si no soy suficiente? ¿Y si fallo como esposo... como padre?

A veces tengo estas dudas, silenciosas, feas. No se las digo a ella. No cuando está tan ocupada siendo todo: fuerte, valiente, cansada, adorable y, últimamente, muy sensible a los comerciales de pañales.

Pero las tengo.

Me siento en el borde del sillón sin despertarla. Me quedo ahí un momento, viéndola dormir. Viéndolos dormir. Porque ya no está sola. Nunca más estará sola.

Y entonces, me sorprendo riendo bajito.

¿Cómo carajos alguien tan pequeño me hace sentir tan responsable?
No lo he visto, no sé su rostro, no conozco su voz...
Pero ya lo amo. Porque es parte de ella. Porque es ella, multiplicada por dos.
Y porque si se parece a ella, voy a vivir con dos personas que me griten por traer la comida equivocada.

꧁༒¿𝘗𝘳𝘦𝘰𝘤𝘶𝘱𝘢𝘤𝘪ó𝘯?༒꧂ Yuta Okkotsu Donde viven las historias. Descúbrelo ahora