Los días comenzaron a teñirse de gris. Como si el cielo, de algún modo, supiera que algo dentro de mí se rompía lentamente, y decidiera acompañarme en silencio. Las horas pasaban lentas, pesadas… y cada rincón de la casa parecía recordar lo que yo intentaba olvidar.
Verlo… solo verlo caminar por el pasillo, aunque fuera por unos segundos antes de irse a una misión, era suficiente para que mis ojos se llenaran de lágrimas. A veces no podía evitarlo. Corría de nuevo a la habitación, cerraba la puerta tras de mí y me escondía bajo las sábanas como si eso pudiera protegerme del dolor de su traición.
Los desayunos y cenas que me dejaba antes de salir eran simples, pero tan llenos de detalles. Mi bebida favorita, el pan recién hecho, la fruta ya pelada. Todo eso me partía el alma. ¿Cómo podía seguir cuidándome así, con tanto amor? ¿Cómo podía seguir tratándome como si todo estuviera bien… si fue él quien me arrancó lo que más amaba?
Me encontraba llorando frente a una tostada, sintiéndome una tonta por extrañarlo, por necesitarlo. Era una batalla entre mi orgullo y ese maldito amor que se negaba a morir.
Las cartas que pasaba por debajo de la puerta eran aún peores. Esos “lo siento”, “por favor, hablemos”, “no quise herirte”, escritos con su letra prolija, me hacían trizas. Las leía una y otra vez, apretando los dientes para no dejarme vencer por las lágrimas, pero siempre terminaban empapadas, arrugadas bajo mi almohada.
Y luego estaban sus mensajes. “Mira este gato con una cara chistosa”... “Pasé por tu cafetería favorita, aún tienen ese pastel que te gusta”... “Hoy vi a un anciano con un sombrero como el que te burlabas y pensé en ti”.
Como si nada. Como si el mundo no se hubiera desmoronado.
Y me daban coraje. Me daban ganas de gritarle, de reclamarle por qué seguía actuando como si no me hubiera arrancado de la vida que yo quería. Pero lo peor de todo… es que lo amaba. Incluso así. Incluso rota, incluso enfadada, incluso llorando como una niña cada noche. Lo amaba. Y eso… eso era lo que más dolía.
Esa noche no pude más.
No hubo una carta bajo la puerta. No hubo desayuno esperándome. Solo silencio. Silencio y el eco de mis propios pensamientos, rebotando en las paredes como si intentaran desgarrarme desde dentro.
Salí de la habitación por primera vez en todo el día. Mis pasos eran lentos, arrastrados, como si llevara un peso invisible sobre los hombros. Lo vi ahí, en la cocina, de espaldas, revisando algunos papeles, tal vez planeando su próxima misión… como si yo no existiera, como si yo no me estuviera deshaciendo a su lado.
—Yuta… —mi voz salió apenas como un susurro.
Él se giró de inmediato, sorprendido. Sus ojos se abrieron al verme ahí, tan deshecha, tan rota, tan diferente a la “bonita” que solía tener siempre una sonrisa para él.
Me miró en silencio, esperando que dijera algo más. Y entonces, sin pensarlo, sin planearlo, sin contenerlo… lo solté todo.
—No quiero estar más sola.
Sentí el temblor en mi voz, pero no me detuve.
—No quiero despertarme cada día en esa cama sin saber qué sentido tiene. No quiero mirar mi uniforme colgado y sentir que soy un adorno. No quiero tener que fingir que los desayunos me hacen feliz cuando lo único que me recuerdan es que no puedo salir, que no puedo luchar, que ya no soy útil para nada.
Mis ojos se llenaron de lágrimas. Él dio un paso hacia mí, pero levanté una mano con suavidad, suplicándole sin palabras que me dejara terminar.
—Me siento vacía, Yuta. Como si lo que soy… lo que era… se hubiera ido. Como si esta casa fuera una jaula, por muy linda que sea. Como si cada día me fuera apagando un poco más.
ESTÁS LEYENDO
꧁༒¿𝘗𝘳𝘦𝘰𝘤𝘶𝘱𝘢𝘤𝘪ó𝘯?༒꧂ Yuta Okkotsu
Fanfiction"¿Posesivo? Solo estoy cuidando de ti para que sigas a mi lado"
