Luz de miel.

122 14 19
                                        

¿Quién demonios pensó que hacer un logo sería fácil? Porque yo, estúpidamente ingenua, creí que con una hoja en blanco y un par de crayones robados del cajón de arte de Yuta todo saldría perfecto.

Spoiler: no fue así.

Llevaba como cuatro horas dibujando cosas que parecían más un insulto al diseño gráfico que una propuesta seria para una cafetería. El primer intento era una taza… o eso se suponía. Parecía una rana triste. El segundo era una galleta feliz. Se convirtió en una papa mutante. El tercero… bueno, mejor ni hablamos de ese. Ese terminó en la basura tan rápido como Yuta cuando ve a un gato en apuros.

—¿Cómo va todo, artista? —preguntó él, asomando la cabeza por la puerta como si no fuera un hechicero de alto rango sino mi roomie de la universidad que venía a burlarse.

—Estoy considerando nombrar mi cafetería "El desastre gráfico" —respondí, señalando mis horrores visuales—. ¿Qué opinas?

Él entró, se agachó a ver mis papeles, y se quedó en silencio… demasiado silencio.

—Esta taza parece... ¿Godzilla? —dijo finalmente, aguantándose la risa.

—¡Era una nube de leche humeante! —le lancé un cojín—. ¿¡Tú qué sabes, hechicero estético!?

—Nada, pero si haces stickers con esta carita de papa galletosa, yo los pego en mi espada —rió.

Lo odié un poco. Pero también lo amé más. Porque llegaba cansado, con los hombros caídos y las ojeras del tamaño de su nobleza, pero siempre tenía una palabra dulce y esa manera suya de hacerme sentir que lo mío importaba. Que lo mío era bonito.

Además de diseñar un logo, estaba buscando el local perfecto. Uno que no quedara a tres años luz del apartamento, que tuviera buena luz natural y, de preferencia, que no se sintiera embrujado. Porque no sería la primera vez que un lugar “barato” resulta tener un pasado lleno de espíritus rencorosos y una tetera que se movía sola.

La búsqueda era intensa. Cada día marcaba opciones, hablaba con dueños, revisaba planos que no entendía y rezaba para no caer en una estafa inmobiliaria de esas donde el único café que sirves es el de tu propia tristeza.

Pero entre toda esa locura… me sentía bien. Viva. Ilusionada.

Yuta llegaba por las noches y me encontraba con las manos manchadas de tinta, el gato dormido sobre mis bosquejos y mi cara pegada al escritorio.

—Te traje pan dulce —decía, como si eso fuera más poderoso que cualquier hechizo. (Lo era.)

—Dame dos y no hago preguntas —le respondía, alzando la mano como una princesa derretida.

A veces, me contaba cómo le fue. A veces solo nos acostábamos con el gato entre los dos, mientras él jugaba con mi cabello y yo le contaba los nombres más absurdos que se me ocurrían para la cafetería.

—¿Y si le pongo "La Cafetera Mágica de la Dama Emocionalmente Inestable"? —le pregunté un día.

—Perfecto. Tiene personalidad. Y me describe también a mí —contestó.

Nos reímos tanto que el gato se bajó de la cama indignado.

Así iban mis días. Entre tazas mal dibujadas, correos a agentes inmobiliarios, y las miradas de él que me recordaban que, aunque no llegara durante el día, siempre estaba ahí al final.
.
.
.

Estaba teniendo un buen día.

Uno de esos raros días donde todo parecía fluir: había encontrado un local que no olía a humedad ni a tragedias pasadas, el logo empezaba a tomar forma gracias a una app de diseño que básicamente hacía el trabajo por mí (gracias, tecnología), y el gatito había aprendido a usar su arenero sin incidentes extraños.

꧁༒¿𝘗𝘳𝘦𝘰𝘤𝘶𝘱𝘢𝘤𝘪ó𝘯?༒꧂ Yuta Okkotsu Donde viven las historias. Descúbrelo ahora