Todo está encajando.

113 13 3
                                        

Me temblaban las piernas, aunque no lo admitiera. Llevaba días con las señales ahí, con los mimos de Yuta creciendo como si ya supiera más de lo que decía. Pero verlo impreso en una pantalla, verlo con mis propios ojos… eso era otra historia.

La clínica olía a desinfectante y nervios. Yo tenía los dedos entrelazados con los de Yuta, que no paraba de balancear nuestras manos como si estuviéramos en una cita casual en el parque y no a punto de confirmar que íbamos a ser padres.

—¿Lista? —me susurró.

—No —dije, sin pensarlo mucho—. Pero contigo sí.

Me regaló una sonrisa de esas chiquitas, tiernas, que calman el alma.

La doctora fue amable, cálida. Me explicó todo mientras preparaba el gel para el ultrasonido, y yo solo asentía como si entendiera algo. Yuta estaba al lado, con los ojos más abiertos que nunca, y con esa mezcla extraña entre "estoy a punto de llorar" y "voy a hacer una broma porque me estoy muriendo de emoción".

Y ahí apareció. En la pantalla, una pequeña manchita parpadeante.

—Esa bolita... —dijo la doctora, con voz suave—. Es el saco gestacional. Aquí se está formando su bebé.

Silencio.

Y entonces Yuta soltó:

—¿Así que eso es? ¿La futura heredera de tu adicción al pan de plátano?

—O el heredero de tus pésimos chistes —respondí sin pensar, con la voz entrecortada por la emoción.

Nos miramos.

Yuta acercó su rostro al mío, pegando su frente contra la mía mientras la imagen seguía ahí, flotando en la pantalla. Sus ojos brillaban, igual que los míos.

—¿Cómo puede ser que algo tan pequeño ya me tenga el corazón así? —susurró.

—Porque es nuestro… —le dije, apretando su mano—. Porque es real.

Y entonces él la vio otra vez, a la pantallita, como si estuviera contemplando una estrella que acababa de descubrir.

—Parece una bolita de arroz —soltó de la nada, con voz medio seria.

—Yuta…

—¡Pero una bolita de arroz con talento! Mira nada más ese parpadeo, ya tiene ritmo.

Me reí. Me reí tanto que la doctora sonrió también.

Y mientras limpiaba el gel de mi vientre, sentí cómo las lágrimas me recorrían sin avisar. Lágrimas de amor, de ternura, de ese susto bonito que da lo desconocido cuando lo compartes con alguien como él.

Ya no era solo yo.

Ni solo él.

Éramos tres.
.
.

Llegamos a casa con las manos entrelazadas, y aún me parecía surreal pensar que esa imagen que vimos era nuestra. No paraba de darle vueltas en la cabeza, como si no quisiera que se me escapara ningún segundo de lo que vivimos.

Apenas abrimos la puerta, Yuta me dejó pasar primero, como siempre, y luego soltó:

—¿Crees que si le hablamos al arrozito ya nos reconozca la voz?

Solté una carcajada que hizo eco en la entrada.

—Dale chance, Yuta, que apenas tiene forma. No puede ni escucharnos todavía.

—Pero sí puede sentir el amor. —Se acercó por detrás y rodeó mi cintura con sus brazos, apoyando la barbilla en mi hombro—. Y eso ya se lo estamos dando de sobra, ¿verdad?

꧁༒¿𝘗𝘳𝘦𝘰𝘤𝘶𝘱𝘢𝘤𝘪ó𝘯?༒꧂ Yuta Okkotsu Donde viven las historias. Descúbrelo ahora