Contacto de emergencia.

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Perspectiva de Yuta!

Desde mi lugar en la barra, observaba todo con una mezcla de extrañeza y sospecha. Era raro. Rarísimo. Aún no había pasado media hora desde que abrimos la cafetería, pero la energía que solía envolver este lugar estaba… ¿ausente? Como si alguien hubiese apagado el interruptor de las almas vivas.

Kuro, normalmente el primero en hacer un chiste estúpido o preguntar cómo se siente tener más tarjetas negras que calcetines, solo me saludó con un breve movimiento de cabeza. Estaba acomodando las sillas, pero sin ritmo, sin su usual música innecesariamente fuerte por los audífonos. Incluso me atrevería a decir que no se peinó.

Noulan, la más energética y propulsada por cafeína del grupo, no estaba patinando, sino arrastrando los pies con una tristeza que jamás pensé que vería en ella. Su coleta medio torcida y el delineador ligeramente corrido me dieron la idea de que ni siquiera se preocupó por pelear con su espejo esta mañana. La vi mirar fijamente una taza vacía como si ahí flotaran sus sueños rotos. No era gracioso. Era triste. Raro.

Kennedy, mi versión joven y menos ojerosa, entró sin levantar la mirada más de un segundo. Saludó a Suyen con un seco "buenos días", lo cual me provocó levantar una ceja porque él siempre la saluda como si fuera una reina y madre adoptiva al mismo tiempo.

Shousa estaba más gótica que de costumbre. No me preguntes cómo. Pero lo logró. Estaba organizando las servilletas y cubiertos con una lentitud que sólo puede explicarse si se está viendo la vida pasar y no queriendo tomar parte en ella. Ni siquiera hizo su típico comentario sarcástico al verme pasar cerca.

Y Sakura... pobrecita. Ella, que siempre dobla los manteles con precisión quirúrgica y acomoda los muffins como si fueran obras de arte, hoy dejó caer dos galletas y no se molestó en hacer su acostumbrado pequeño grito de alarma. Las recogió como si fueran piedras en el camino y las puso en la bandeja sin siquiera disculparse consigo misma.

¿Yo? Estaba empezando a preocuparme.

—Suyen —me acerqué a mi esposa, que preparaba un latte de calabaza con espuma de gato (literal, un dibujo de gato en la espuma).—, ¿qué pasó aquí? ¿Estamos en medio de una invasión zombi emocional y no me avisaron?

Ella soltó un suspiro y me miró con una mezcla de ternura y resignación. Su panza asomaba apenas bajo el delantal de la cafetería, y una de sus manos la acariciaba de forma inconsciente. Señal de que algo la inquietaba también.

—Les negaron el permiso para montar el puesto en el festival de otoño de la escuela —me dijo en voz baja, como si le costara repetirlo.—. Les dijeron que era para propuestas más "académicas"... no aceptaron nuestra cafetería del terror.

Y ahí lo entendí todo.

Desde hace semanas, los chicos venían planeando su famoso proyecto: una cafetería temática de terror, con decoración espeluznante, bebidas con efectos de humo y hasta uniformes de zombies adorables. Habían trabajado en los diseños, organizado turnos, y se habían emocionado de una forma que me hizo pensar que este año sería uno de sus mejores recuerdos. Además, era la primera vez que permitían propuestas exteriores en el festival. Nos habían invitado con emoción, planeaban presumirnos ante sus compañeros y profesores.

Negarles eso… fue como quitarle el brillo a una estrella justo cuando está por explotar.

Me acerqué a la barra y observé a todos una vez más. El silencio que había no era por pereza ni mal humor: era duelo. Duelo por una ilusión rota. Por no poder compartir con el mundo algo que habían construido con cariño.

—Malditos burócratas de escuela media —murmuré.

Suyen rio suavemente.

—Lo sé. Pero no quise decirles nada más. Sé que están procesándolo…

꧁༒¿𝘗𝘳𝘦𝘰𝘤𝘶𝘱𝘢𝘤𝘪ó𝘯?༒꧂ Yuta Okkotsu Donde viven las historias. Descúbrelo ahora