Estoy para ti. siempre.

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No suelo tener días libres, pero cuando los tengo, prefiero no estar cerca de muchas personas. No me molesta la compañía, simplemente no la busco.

Hoy, sin embargo, caminé hasta la cafetería de Suyen sin pensarlo dos veces.

No es como si me hubiera invitado. Tampoco lo necesitaba. Desde que éramos niños, Suyen y yo siempre supimos encontrarnos en el momento justo, aunque no mediara palabra. Siempre hemos tenido esa conexión extraña… cómoda, familiar. Como si hubiéramos nacido para ser hermanos, aunque nuestros apellidos dijeran otra cosa.

En la bolsa que llevo en la mano hay una caja pequeña. Un obsequio simple: una cadena con un dije de cristal en forma de hoja. No me gustan las cosas ruidosas ni extravagantes. Pero me pareció que esa hoja, liviana y transparente, se parecía un poco a cómo siempre vi a Suyen. Delicada, pero firme. Hermosa sin intención.

Al entrar, me recibe el tintineo de la campanilla. La cafetería huele a café recién hecho y a vainilla. La veo de espaldas, hablando con uno de los empleados. Tiene el cabello recogido, la blusa un poco manchada de harina y una sonrisa en los labios que no le había visto desde que tenía catorce años. Sonríe más desde que está con Yuta. Y se le nota.

Cuando se gira y me ve, sus ojos se iluminan. Como si no fuera solo una visita casual.

—¡Megumi! —dice, como si mi nombre le supiera a buena noticia.

La saludo con una inclinación leve de cabeza, como siempre. No soy bueno para demostrar afecto. Pero ella ya lo sabe.

—Tenía el día libre —explico, dejando la caja en el mostrador sin más.

Ella la mira y me sonríe. No pregunta qué es, no lo abre enseguida. Solo pone su mano encima y me mira con esos ojos que siempre me recuerdan que me conoce más que nadie.

—Gracias… Me alegra verte. ¿Te quedas un rato?

Asiento. Me siento cerca de la ventana. Ella prepara mi café sin preguntarme cómo lo quiero. Ya lo sabe.

Mientras me lo sirve, no puedo evitar mirarla con más detenimiento. Sus manos son las mismas, pero un poco más lentas, más cuidadosas. El delantal apenas oculta su vientre. Cuatro meses. Cuatro.

Y aún no termino de procesarlo.

La niña que me arrastraba por los pasillos para mostrarme una luciérnaga, la que decía que los hechiceros también merecíamos tener cumpleaños bonitos… ahora espera un hijo. Y está casada con Yuta.

No tengo celos. Nunca fue algo romántico entre nosotros. Pero hay un nudo en mi garganta. Porque una parte de mí todavía la ve como esa niña. Y otra parte está sinceramente… aliviada.

Aliviado de que no haya seguido el mismo camino que nosotros. Que no haya terminado manchada de maldiciones y misiones sin fin. Que no tenga las manos llenas de sangre como las mías.

A veces, en silencio, le agradezco a Yuta.

Y otras veces, recuerdo cuánto me enfurecí cuando la sacó del mundo de los hechiceros sin siquiera consultarle. Me pareció injusto. Violento. Como si le arrancara algo.

Pero luego la vi reír.

Y entonces entendí. La salvó. Y si alguien debía hacerlo… me alegra que haya sido él.

—¿Estás bien, Megumi? —me pregunta de pronto, interrumpiendo mis pensamientos.

La miro. Asiento.

—Sí. Solo… me alegra verte feliz.

Y ella sonríe. Y yo bajo la mirada, porque no sé manejar tantas emociones juntas.

꧁༒¿𝘗𝘳𝘦𝘰𝘤𝘶𝘱𝘢𝘤𝘪ó𝘯?༒꧂ Yuta Okkotsu Donde viven las historias. Descúbrelo ahora