Recuerdos de la boda.

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La habitación estaba en penumbra, con la luz tenue del escritorio encendida y el sonido suave de las plumas contra el papel. Me gustaba venir aquí. La oficina de Yuta tenía su olor, su esencia, su calidez silenciosa. Aunque él no estuviera, su presencia se sentía en cada rincón.

Los gatos estaban esparcidos por el suelo y los muebles, como si también lo extrañaran a su manera. Uno dormía sobre el respaldo de la silla grande, otro estaba acurrucado sobre el montón de papeles que Yuta juraba que "organizaría pronto", y el más pequeño maullaba de vez en cuando, como buscando algo... o a alguien.

Tenía entre mis manos una libreta de tapas suaves. No era realmente un diario. Era un intento. Un juego. Una forma de sentirme más cerca de él. Le escribía cartas que no pensaba enviarle, como si el simple acto de plasmar lo que sentía ayudara a calmar la ansiedad de no tenerlo aquí.

"Querido Yuta," escribí, con una sonrisa cansada.
"Hoy intenté preparar un té nuevo para la cafetería, uno de jazmín con lavanda. Me supo a tierra, Panda dijo que sabía a champú. Estoy embarazada y sensible, y me lo tomé personal."

Hice una pausa. El gatito gris subió a mi regazo y se quedó ahí, ronroneando con fuerza. Lo acaricié con una mano mientras seguía escribiendo con la otra.

"También lloré por un cupcake. No estaba tan bueno, pero me pareció injusto que algo tan bonito pudiera saber tan... meh. Lo más irónico es que tú me habías dicho que no confiara en los que llevan fondant."

Me reí bajito. Casi podía escuchar su voz diciéndolo. Tan seguro de sí mismo, tan amable incluso cuando bromeaba.

"Te extraño. No es una novedad, pero sí una constante. Me hace bien escribirlo aunque lo sepas. Aunque seguro ya lo sientas."

Dejé la pluma un momento y recosté la cabeza contra el respaldo de la silla. Me dolía un poco la espalda, y el más grande de los gatos —el primero que adoptamos, o que me obligaron a adoptar, mejor dicho— saltó a mi escritorio y me miró como si supiera que algo no estaba bien. Le acaricié la cabeza.

—Sí, sí, ya sé que me tengo que acostar temprano… Yuta también lo diría —le susurré, como si fuera un mensajero.

Me quedé mirando al techo, sin ganas de moverme. El gato del escritorio se acomodó junto a mi cuaderno, como si cuidara mis palabras. Otro se subió a la repisa de los libros y me observaba con los ojos entrecerrados.

—No me vean así —dije en voz baja, dirigiéndome a los seis.
Todos me prestaban atención como si de verdad entendieran. Y, honestamente, no me sorprendería si lo hicieran. Desde que empecé a sentir al bebé, me pasaban cosas raras. Intuiciones, escalofríos suaves, sueños intensos.

Suspiré.
—Estoy agotada. No sé cómo hacen las mujeres que tienen como tres hijos y siguen funcionando. Yo solo tengo uno… ¡Y aún ni nace!

Me sobé el cuello mientras uno de los gatos me empujaba suavemente la mano para que siguiera acariciándolo.

—Y encima ese hombre se va. Se va como si no estuviera yo aquí… gestando una vida, luchando con mis antojos, mis achaques, y mis emociones nivel montaña rusa.

Hice una pausa dramática.
—¿Acaso no es eso más peligroso que una misión con maldiciones? ¡Lo es! ¡Mucho más! —levanté un dedo al aire, teatrera como yo sola.
El gato blanco bostezó. Me sentí ignorada.

—No sé por qué me casé con un hechicero, la verdad. —Me crucé de brazos—. Pudo haber sido un panadero. O un florista. Uno de esos que regalan flores por gusto.
—¡PERO NO! Tenía que ser el más dulce, el más paciente, el más guapo, el más protector… y el más ocupado del universo.

꧁༒¿𝘗𝘳𝘦𝘰𝘤𝘶𝘱𝘢𝘤𝘪ó𝘯?༒꧂ Yuta Okkotsu Donde viven las historias. Descúbrelo ahora