Todavía nosotros.

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Estábamos en esa cafetería pequeñita a la que me llevaba cuando las cosas se ponían demasiado pesadas. Afuera, la ciudad seguía su curso, pero ahí dentro, entre el aroma a pan recién horneado y la espuma de mi chocolate caliente, el mundo se sentía más lento. Más soportable.

Yuta no decía mucho. Solo me miraba, con esos ojos que siempre parecían cargar más de lo que decían. Hasta que, de repente, dejó la taza a un lado y soltó:

—He estado pensando en que podrías hacer algo para ti —dijo, su voz tranquila, como si no acabara de abrir una herida nueva—. Algo que te guste de verdad. No tiene que ver con misiones, ni con maldiciones… algo solo tuyo.

Lo miré, confundida, con la cucharita suspendida en el aire.

—¿Cómo qué?

Él se encogió de hombros, sonriendo con suavidad.

—No sé… podrías tener una cafetería. O una florería, incluso. Eres buena con las manos. Eres buena con la gente… aunque no lo creas. Algo donde puedas respirar. Donde nadie te mande a morir.

Mi corazón se apretó. Sonaba lindo. Tan lindo que dolía. Porque sabía que ese "algo nuevo" era lo que él quería darme… mientras él seguía atrapado en lo de siempre.

—¿Y tú? —pregunté, sabiendo ya la respuesta—. ¿Qué vas a hacer tú?

Yuta suspiró, y ahí estuvo el peso de todo.

—A mí no me van a dejar salir, Suyen. No me lo permiten. Soy un hechicero de alto nivel. Me necesitan allá afuera. No puedo dejarlo.

Bajé la mirada. Porque claro que lo sabía. Porque ya me lo había dicho. Porque esa era la verdad. A él lo retenían. A mí me soltaron. A mí me dejaron ir porque era más fácil, porque era mujer, porque era más sencillo decir “retirada por causas emocionales” y deshacerse de mí como un problema resuelto.

—¿Y eso no te molesta? —pregunté. Mi voz salió bajita, como una hoja que se cae sin ruido.

Él me tomó la mano. La suya estaba cálida, fuerte. Como si con solo ese contacto quisiera sostenerme entera.

—Claro que me molesta. Quisiera tener el lujo de soñar contigo una vida fuera de todo esto. Quisiera que los dos saliéramos. Pero no puedo. Lo único que puedo hacer ahora… es asegurarme de que tú sí lo tengas.

Me ardieron los ojos. Porque no era justo. Porque se suponía que éramos un equipo. Porque si él no podía irse, ¿por qué yo sí? ¿Por qué me quedaba a mí la libertad y la culpa?

Lo miré. Y mi dilema estaba ahí, en su sonrisa herida, en su forma de cuidarme tanto que casi dolía.

¿Lo esperaba entre misiones? ¿Vivía con ese nudo en el pecho cada vez que salía y no sabía si volvería? ¿O me atrevía a intentar algo nuevo, mientras él seguía enfrentándose al mundo?

Yuta me apretó la mano y susurró:

—Hazlo por ti. No para distraerte de mí… sino para encontrarte a ti misma otra vez.

Y ahí fue cuando me quebré un poquito más. Porque odiaba cuánto lo amaba… y cuánto estaba dispuesta a perdonarlo por querer darme un mundo donde él no podría quedarse.

Me quedé mirando nuestras manos entrelazadas sobre la mesa. Su pulgar acariciaba el dorso de la mía como si pudiera borrar con eso todos los pensamientos oscuros que me carcomían desde dentro. Pero no podía. Y lo peor era que él lo sabía.
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Esa noche, después de la cafetería, no regresamos hablando. No hubo bromas tontas, ni juegos, ni silencios cómodos. Solo ese tipo de silencio que parece hueco, que retumba más cuando intentas llenarlo con cualquier tontería. Yuta me seguía con la mirada en todo momento, pero no decía nada. Y eso me dolía más que cualquier palabra.

꧁༒¿𝘗𝘳𝘦𝘰𝘤𝘶𝘱𝘢𝘤𝘪ó𝘯?༒꧂ Yuta Okkotsu Donde viven las historias. Descúbrelo ahora