Grata sorpresa.

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Han pasado tres años.

Tres años desde que colgué mi uniforme de hechicera para siempre. Tres años desde que dejé de correr por mi vida… y empecé a correr por no quemar un pastel. Mi cafetería —todavía no me acostumbro a decirlo así, mi cafetería— se volvió mi refugio. Mi orgullo. Mi caos.

Las mañanas huelen a café recién hecho y mantequilla derretida. Las tardes, a panecillos y libros abiertos. Y las noches… las noches son mis favoritas. Porque justo una hora antes de cerrar, él siempre llega.

Yuta entra como si el lugar fuera suyo. Sin uniforme de hechicero, sin rastro de las misiones peligrosas que vive en silencio. Solo con una sonrisa cansada y el cabello despeinado. A veces trae un ramo de flores. A veces una bolsa de harina porque “la tuya ya está vencida”. Siempre trae algo.

Hoy no fue la excepción.

Lo vi entrar mientras limpiaba una de las mesas. Traía una caja de cartón bajo el brazo y una sonrisa que no pude leer del todo.

—¿Qué traes ahora? —pregunté, alzando una ceja.

—Tus favoritos —dijo, mostrándome un par de roles de canela de la panadería de la esquina—. Para que no comas solo lo que tú cocinas.

Rodé los ojos, pero ya estaba sonriendo como tonta. Me los entregó y, mientras lo hacía, sus ojos bajaron un segundo a mi abdomen.

Otra vez.

No fue descarado. Ni obvio. Solo… sutil. Como si buscara algo y no quisiera que me diera cuenta. Pero claro que me di cuenta.

Lo ha hecho los últimos días.

También ha empezado a evitar que levante cosas pesadas. Me insiste en que descanse más. Y ayer se negó rotundamente a dejarme tomar mi segundo café.

No he querido decir nada… pero entre eso y que últimamente lloro con cualquier comercial de comida, mi sospecha va creciendo. Aunque todavía no he conectado todos los puntos. Solo estoy cansada, me repito.

—¿Todo bien? —le pregunté, mientras nos sentábamos detrás del mostrador, en nuestra mesita especial.

Él sonrió con dulzura, esa que te desmonta el corazón sin avisar.

—Sí. Solo me gusta verte así —dijo.

—¿Así cómo?

—Tranquila. Feliz. Hermosa… y con chocolate en la mejilla.

Me reí bajito, limpiándome como si me hubiera descubierto un crimen.

Él se quedó mirándome unos segundos más, y en su mirada vi algo nuevo. Una ternura más profunda. Como si supiera algo que yo no… o como si se estuviera preparando para algo enorme.

Y entonces, sin decir nada más, se puso de pie, caminó hacia el fregadero y empezó a lavar los platos como si esa fuera su misión más importante del día.

Lo miré desde mi silla, el corazón haciendo cosas raras en mi pecho.

No sé qué me está pasando.

Pero él… él parece que sí.
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Es extraño cómo las pequeñas cosas se vuelven tan significativas cuando eres feliz. Como el sonido de las llaves al abrir la puerta de la cafetería a primera hora de la mañana, o el aroma del pan recién horneado envolviendo el aire. Esas cosas se quedan en tu memoria, y me gusta pensar que nunca me voy a cansar de ellas.

Pero aún más extraño es cómo algunas personas logran convertirse en parte de esas pequeñas cosas.

Yuta, por ejemplo.

꧁༒¿𝘗𝘳𝘦𝘰𝘤𝘶𝘱𝘢𝘤𝘪ó𝘯?༒꧂ Yuta Okkotsu Donde viven las historias. Descúbrelo ahora