Capítulo 2 | Corazón comprometido

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Santiago revolvió su cabello una última vez antes de salir de su casa. Aún le resultaba increíble pensar que su Abril había regresado, que estaba nuevamente allí, cerca a él. La idea de volver a escuchar sus consejos, de volver a conversar con ella durante horas, lo emocionaba.

Tras caminar los pocos metros que separaban su casa de la de Abril, tocó el timbre de la puerta y, a los pocos minutos, una Abril sonriente le abrió.

—Hola —murmuró la chica.

—Hola.

Unas horas atrás, la emoción de saberse cerca del otro no les había permitido albergar alguna otra emoción, sin embargo, estando allí sentados, a solo centímetros de distancia, observándose el uno al otro, Abril sintió cómo aquellas mariposas de la infancia y la adolescencia volvían a ella.

Era extraño, pensó, había estado con otros chicos, había besado otros labios, ¡incluso llegó a enamorarse de alguien más!, pero sabia que sólo Santi despertaba aquellos sentimientos tan sublimes.

Sin embargo, desechó aquella idea, tal vez fuera simple nostalgia.

—¿Pasa algo, Abril? —preguntó el muchacho, extrañado de que su amiga sólo se había limitado a mirarlo.

Ella parpadeó, intentando escapar de aquellos pensamientos que, creía, no tenían lugar en el presente.

Después de todo, el tiempo había pasado y tanto ella como Santiago habían crecido.

Hizo señas a su amigo, y ambos se sentaron sobre los escalones de la entrada. Nuevamente, el pasado golpeó con fuera a Abril: era justo aquél el sitio donde solían hablar, besarse, o simplemente recostarse sobre el otro mientras guardaban un silencio que jamás resultó incómodo.

—No, sólo pensaba en cuánto extrañaba este lugar —mintió.

—Yo te he extrañado a ti —admitió el chico. Las palabras salieron de sus labios mucho antes de que él tuviera tiempo de pensarlas.

Abril sonrió y, en respuesta, Santiago tomó una de sus manos, acariciando con su pulgar la palma de la chica.

—¿Cómo ha sido todo después de... —Santiago cerró sus labios, ligeramente contrariado de lo que había estado a punto de decir—, de que te fuiste de aquí?

—Estuvo bien —dijo Abril—. Nunca quise irme, lo sabes, pero quería que papá fuera feliz, así que intenté entretenerme con algo, e iba a la playa dos veces a la semana, visitaba algunos lugares... luego entré al colegio y pude cursar el último año de bachillerato. Encontré una academia de baile y no dudé en inscribirme.

—E hiciste amigos —completó Santiago, con una sonrisa—. Eres buena haciendo amigos.

Su mirada bajó y se quedó en el dorso de la mano de Abril.

—Los hice —se encogió de hombros—. Aún hablo con una de ellas, su nombre es Gala. Prometió visitarme en cuanto pueda.

—Este es nuevo —murmuró el chico, aún con la vista en la mano de Abril.

La chica siguió la mirada de Santiago, pues no sabía de qué hablaba, hasta que se fijó: un lunar oscuro.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó enternecida.

El chico elevó su mirada y miró fijamente a los ojos de Abril.

—Tú... lo sabes —dijo—. Siempre me han gustado tus lunares. Podría decir que los conozco bien —rió.

La chica, conmovida por aquello, sonrió, y su mirada quedó enganchada a la de Santiago. Sintió que había viajado tres años atrás, cuando todo parecía mantenerla en las nubes.

De tu mano ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora