Capítulo 6 | Te sigo amando

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Abril se asomó por la ventana de su habitación sin poder dar crédito a lo que sus ojos veían. Santiago, el chico al que consideraba perdido, se encontraba allí, mirándola desde el jardín con actitud suplicante.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, medio susurrando, medio gritando.

Él bajó la cabeza y rió, no sin antes encogerse de hombros.

—No lo sé —dijo—, ¿no quieres bajar a averiguarlo?

Abril entornó los ojos, sin embargo, se debatió internamente. Santiago estaba ebrio, y ella había tomado un poco. Ya habían pasado por aquello antes, y en esa ocasión todo acabó en un montón de besos y caricias. El sólo recuerdo provocó que su cuerpo temblara ligeramente.

Sacudió su cabeza en un afán de dispersar aquellos pensamientos.

—¿Pretendes que me lance de un segundo piso? —preguntó—. Estás loco.

Santiago soltó una carcajada que le vino la mar de bien a Abril. Había anhelado su risa por lo que parecía un montón de tiempo.

—¡Vamos, Abril! —gritó el muchacho, y ella se llevó dos dedos a sus labios: no quería que su padre o Amber se enteraran de lo que estaba sucediendo—, ¿dos años y ocho meses son suficientes para que olvides cómo hacer todas las locuras que hacías por nuestro amor?

"Nuestro amor", se repitió la pelirroja en su fuero interno.

No podría contar todas las veces que hizo alguna estupidez por Santiago: por verlo, por besarlo, por estar con él o simplemente por hablarle.

Para ellos nunca existió una barrera demasiado poderosa.

—¿Y las que tú hacías? —preguntó la chica en un hilillo de voz.

En medio de la penumbra, Abril logró distinguir una brillante sonrisa.

—Jamás las olvidaré, Abril —dijo—. Las sigo cometiendo.

Aquellas palabras hicieron que la muchacha esbozara la sonrisa más sincera que habían sentido sus labios en mucho tiempo.

—Ayúdame —dijo.

Rememorando las muchas veces que había hecho aquello en el pasado, Abril pasó una de sus piernas por el alféizar de la ventana y luego la otra, apoyándose del marco. Con sus manos bien sujetas, tanteó con uno de sus pies la pared, hasta encontrar un ladrillo ligeramente suelto.

Las manos de Santiago —frías y sumamente conocidas— tocaron cada lado de su cadera, y Abril soltó un respingo ante el tacto sumamente familiar.

Como aquello era algo que habían hecho en el pasado, y hasta daba la impresión de que estaban practicando una coreografía ensayada muchas veces antes, Abril se dejó caer sobre las manos de Santi, sin recordar que él se encontraba mareado a causa del alcohol.

Cayeron sobre el pasto riendo e ignorando el dolor punzante de sus brazos. El torso de Abril reposaba en horizontal sobre el vientre de Santi, y parecía que ninguno podía dejar de reír.

Con algo de torpeza, se acomodaron poco a poco sobre hasta sentarse uno frente al otro.

Cuando la risa cesó y sólo quedó un silencio electrizante, se lanzaron una sonrisa cargada de recuerdos.

La mirada de Santiago quedó enganchada en el rostro de Abril, estudiando aquella bonita cara que siempre había amado, que seguía amando. La pelirroja no pasó por alto el tierno brillo en los ojos del muchacho, ¿y cómo hacerlo, si él era la única persona en el mundo capaz de mirarla así, como si ella fuera perfecta, como si no necesitara nada más?

De tu mano ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora