Ya le asignaron una habitación. 407. Estoy a la espera de que despierte, o de la llegada del médico.
Claro. Estaré al pendiente. Sigo buscando a Rosa.
OK. Trata de decírselo con cuidado, ¿sí?
¿Tú estás bien?
Este no es el mejor día de cumpleaños que uno podría desear, pero me las apaño. Amber está furiosa.
Puedo entender por qué. Créeme.
Abril guardó su celular en uno de los bolsillos del jean, y miró a Santiago, quien se encontraba dormido, dopado, anestesiado, o lo que fuera. Nadie le daba razones. Todas las enfermeras decían que pronto llegaría el doctor a explicar lo que había sucedido, pero tal parecía que todos se encontraban ocupados.
Sólo hasta que vio a Santiago salir bien después del procedimiento que le hicieron, pudo respirar con tranquilidad. Incluso sus piernas —que no habían dejado de temblar— regresaron a la normalidad.
Tan pronto como supo que él estaba convulsionando, se apresuró a girarlo, e intentó llevar a cabo todo lo que le habían enseñado sobre primeros auxilios. Pero en clases era muchísimo más sencillo que en la vida real. Tal vez se debiera a que cuando te enseñaban, tenías ambas manos libres, mientras que, con Santiago, ella intentaba mantenerlo ladeado mientras, con la otra mano, marcaba en su celular el número de su padre para que la ayudara.
Una garganta se aclaró en la puerta de la habitación.
—¿Es familiar del paciente? —preguntó el médico, mientras entraba a la habitación.
—Soy su... su novia.
Él asintió.
—¿Ingirió bebidas alcohólicas con él?
Abril negó.
—Lo encontré esta mañana. Estaba muy tomado. Lo metí bajo el chorro de la regadera, y comenzó a convulsionar. Traté de brindarle primeros auxilios mientras la ayuda llegaba.
Él hombre se acercó a Santiago, y revisó sus signos vitales. Mientras estaba en ello, el muchacho despertó.
Al abrirse, sus ojos recorrieron la habitación, claramente confundido.
Posó su vista sobre Abril, y entonces, cierto rastro de memoria pareció invadirlo. Ella, por su parte, no sabía si abrazarlo o abofetearlo.
—¿Qué sucedió? —preguntó. Típico.
—Bebiste hasta perder la consciencia —respondió Abril—. Convulsionaste.
El médico alternó su mirada entre ambos jóvenes, pero al final centró su atención en Santiago. Se acercó a él, y revisó sus ojos con una pequeña lamparita.
—Todo parece estar bien, sin embargo, me temo que no podrás irte hasta que tengas una conversación con un psicólogo.
—¿Un psicólogo? —Preguntó un sorprendido Santiago—, ¿por qué?, ¿para qué?
—Convulsionaste debido a la ingesta de alcohol —explicó el médico—. Dado el caso, es nuestro deber como profesionales de la salud, asegurarnos de que no se repita, o de que al menos te informes sobre la cantidad que puedes ingerir, y de lo responsable que debes ser cuando bebes.
El castaño lo miró como si estuviera loco.
—Sé cuánto puedo o no beber.
Él hombre chasqueó la lengua. Parecía algo aburrido.
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De tu mano ©
RomansaDesde el momento en que se conocieron, Abril y Santiago han vivido para alejarse y encontrarse una y otra vez. Discusiones de niños, hormonas queriendo darse a conocer, malos entendidos y padres queriendo escapar es solo la punta del iceberg de t...