Capítulo 7 | Sólo contigo

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Un golpe en la rodilla despertó a Santiago del sueño en el que se encontraba sumido. Al abrir los ojos, un rayo de sol cayó sobre ellos. Fue consciente de dos cosas: la primera, que su cabeza dolía tanto, que le daba la impresión de que una banda de rock había tocado toda la noche dentro de ella. La segunda, que unas rojizas hebras de cabello cosquilleaban en su mentón y mejilla.

Como si de una avalancha se tratara, todos los recuerdos de la noche anterior inundaron su mente. Recuerdos que lo hacían feliz.

—Borra esa estúpida sonrisa de tu rostro —advirtió una joven voz masculina.

Santiago se levantó con cuidado y tocó el brazo de Abril, instándola a despertar. La pelirroja se incorporó con pereza, pero en cuanto se fijó en los dos jóvenes frente a ella, todo residuo de somnolencia abandonó sus ojos.

Adrien y Gala la miraron con desaprobación, y la muchacha sintió un peso sobre su pecho: ¿qué había hecho?

—Agradezcan que hemos sido nosotros, y no Belén, quienes los han encontrado así —dijo Gala—, ¿qué demonios creen que están haciendo?

Santiago soltó una respiración que había estado conteniendo. Obviamente, la noche anterior echó a un lado a su novia. No le había dado importancia a nadie más que a Abril. En esos momentos, con el alcohol fuera de su cabeza, no supo cómo sentirse con respecto a ello.

El muchacho aclaró la garganta.

—Nosotros... —comenzó, pero fue interrumpido por Abril.

—Nosotros tenemos que hablar —dijo—. A solas.

Gala le lanzó una mirada inquisitiva, dudando si debía o no irse, y antes de dar media vuelta, se dirigió a Abril.

—Llegué aquí a las tres de la mañana y no te encontré en la habitación —dijo—. No quise despertar a tus padres, pero estaba muerta de miedo. Por suerte, llamé a Adrien esta mañana y cuando se disponía a entrar, encontró esto —los señaló—. ¿Qué pasó con todo lo que dijiste ayer, eh?

—Cálmate, Gala —esta vez fue Santiago quien habló—. No le hables así, ¿quieres? Ella y yo hablaremos de esto, pero no juzgues sin conocer bien lo que sucedió.

La aludida se cruzó de brazos.

—¿Qué importa lo que sucedió? —preguntó—. Estoy bastante segura de que lo aquí importa es que no quieres a mi amiga. Uno no lastima a las personas que quiere, Santiago. Y lo estás haciendo al darle esperanzas mientras estás con alguien más.

Tras aquello, la muchacha salió del pequeño jardín con Adrien.

Con temor, Santiago buscó la mirada de Abril, y el horror llenó su pecho en el momento en que sus sospechas se confirmaron: los ojos de la pelirroja estaban cargados de culpa.

—¿Qué hicimos? —susurró.

Santi estiró su brazo y tocó una de las muñecas de Abril, donde había un lunar irregular. La muchacha retiró su mano y la guardó cerca de su regazo.

—No nos hagas esto —dijo él.

Aunque había estado ebrio, recordaba claramente la promesa que se había hecho: no la dejaría ir otra vez.

—¿Hacer qué? —Preguntó la muchacha, levantándose de su lugar—. Yo no puedo hacer esto, Santiago. No voy a lastimar a Belén, y tampoco voy a lastimarme a mí misma.

—Abril, por favor... —pidió el muchacho, acercándose a ella.

Ella negó mientras se alejaba de él.

De tu mano ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora