Noviembre del 2010

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El hombre caminaba, anonadado, de una esquina de la habitación a otra, y lanzaba miradas al par de jóvenes que se hallaban en la estancia, con la cabeza gacha, a la espera de un enorme regaño, o de un castigo severo. O ambas.

Santiago estiró lentamente la mano, en busca de la de Abril, y ella al notar el gesto rozó sus dedos con los del muchacho. Y aunque el gesto fue casi imperceptible, el padre de la pelirroja lo vio por el rabillo del ojo.

—¿Creen que no tuvieron suficiente con el espectáculo de pulpos que estaban dando? —preguntó.

Cada vez que pestañeaba, podía ver cómo las manos de Santiago habían recorrido con total gozo la piel de su hija, de su pequeña.

—Sería bueno que te sentaras, papá —sugirió Abril, quien ya empezaba a preocuparse por el pálido semblante de su padre, pero él ni siquiera le devolvió la mirada.

—Sería bueno que guardaras silencio, Abril.

El rostro de la muchacha se crispó, sin embargo, obedeció las órdenes de su padre. Él siempre había sido cariñoso, pero desde unos meses antes había cambiado un montón. Casi siempre estaba de mal genio.

—No estaban haciendo nada malo, Roger —habló por primera vez Amber, quien se había dedicado hasta ese momento únicamente a observar la situación.

La cabeza del hombre giró hasta quedar cara a cara con su esposa.

—¿Es que no los viste, Amber? ¡Estaban a punto de tragarse el uno al otro!

Pese a lo incomoda de la situación, y a lo enojadísimo que estaba Roger, Abril y Santiago no pudieron evitar que se les escapase una risita.

Amber sonrió.

—Sé que estuvo mal que Abril no nos contara de su relación con Santiago, y debe tener una reprimenda por eso, pero no tienes que ajusticiarla por besarse con un chico. Tarde o temprano, se iba a dar esta situación, y lo sabes.

La chica agradeció con una mirada a Amber. Era su salvadora, siempre lo había sido.

El hombre tardó un momento en hablar, y cuando lo hizo, sonaba incluso más molesto que segundos antes.

—No está bien que andes dando semejantes shows, señorita. Yo no te he criado para eso. Estás muy joven, Abril, y no pienso permitir que el pensar con todo menos con la cabeza, tenga consecuencias de las que luego te arrepientas.

Amber se levantó, molesta por las palabras del hombre, consciente de cuánto acababa de herir a su hija.

—No la has criado sola, Roger. Yo también lo he hecho, y es precisamente por eso que estoy segura de que Abril sabe con exactitud cuándo detenerse.

El corazón de la chica se aceleró. Sabía que aquello estaba a punto de pasar a un nivel diferente. Últimamente, lo único que sabían hacer era discutir.

—Es mi hija, Amber. La conozco mejor que tú.

Los ojos de la mujer se humedecieron, y asintió casi imperceptiblemente, y solo en ese momento el hombre supo cuán erradas habían estado sus palabras.

—Amber, yo...

—No te atrevas a decir que no quisiste decirlo, porque desde hace tiempo has estado pensándolo. Cada vez que tratamos de decidir algo sobre Abril, me excluyes por completo.

Tras eso, la mujer salió de la habitación, seguida por su esposo, quien intentaba disculparse.

Los muchachos, quienes extrañamente habían pasado a un segundo plano, se miraron. Santiago buscó en su mente las palabras que necesitaba escuchar Abril, pero no las consiguió.

Se limitó, entonces, ha abrazarla con todas sus fuerzas, mientras la muchacha empezaba a sollozar.

***

En unos minutos publicaré el capítulo 13 <3

De tu mano ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora