A veces la vida puede guiarte por un extenso recorrido antes de dejarte justo en el lugar que has estado deseando. Otras veces, puede darte pequeños sorbos de esa felicidad, y arrebatártela una y otra vez. Tu corazón puede romperse, puede lastimarse las veces que ella quiera, y tantas como tú permitas, pero si sus desbocados latidos pertenecen a alguien, no hay modo de que pases una vida sin reunirte con esa persona.
Y la reconocerás. Serás capaz de reconocer su voz, su tacto, su aroma..., serás capaz incluso, de reconocer lo que su mirada te dice. Su boca te producirá suspiros, y su roce estremecimientos.
Sus ojos, por otra parte, te hablarán de amor.
Y allí estaba Abril, reconociendo el tacto de Santiago. Cada milímetro de su piel entraba en un ensordecedor júbilo cuando él la acariciaba. Era apenas el roce de sus dedos, pero la devoción que demostraba su delicadeza le producía el más maravilloso de los placeres, y por aquel sonido que brotaba de su garganta, tenía la certeza de que él sentía lo mismo.
Sus labios depositaron delicados besos sobre su cuerpo, declarando con cada uno de ellos cuánto habían ansiado vivir una vez más ese sublime momento.
De vez en cuando abrían los ojos sólo para observarse el uno al otro entregándose por completo. Los ojos del muchacho estaban tan brillantes, que el corazón de Abril se aceleraba sólo con verlos, con saber la promesa tras aquella luz. Era increíble ver cómo el tiempo pasaba sin borrar de la memoria los recuerdos.
Fueron la primera vez del otro, y la segunda y tercera..., y muchas más. Conocieron del cuerpo en los brazos del otro, y era difícil describir cuánto les provocaba aquello, cuán armonioso era saberse en las manos de quien siempre habían añorado.
Ella reconocía sus sonidos, sabía cuál era justo el lugar que debía tocar, sabía lo que producía un roce suyo en la oreja del muchacho, o un pequeñísimo beso justo en el huequillo que había tras su mandíbula. Y él..., bueno, él sabía lo que posar sus labios sobre la curvatura del cuello de la pelirroja podría causar.
Se entregaron así, si esperar más, aferrados únicamente a la piel del otro, deseando que el poquísimo espacio que los separaba se convirtiera en cenizas.
Y durante todo ese tiempo, una y otra vez se dijeron "te amo".
Se mantuvieron en silencio, permitiendo que lo único que se escuchara en esa habitación fueran sus respiraciones acompasadas. No se habían atrevido a hablar, no se habían dicho una sola palabra: no hacía falta. Y es que de eso, de lo mucho que se decían a boca cerrada, era de lo que trataba su amor.
Santiago dibujó figuras sin sentido sobre la espalda de Abril. Se sentía pleno al saberla nuevamente entre sus brazos. Un día, años atrás, ella se fue, y él pensó que jamás volvería a estar con ella de ese modo. A decir verdad, pensó que jamás estaría nuevamente junto a ella en absoluto. Sin embargo, la vida supo ponerla otra vez en su vida, y tan sabia como es, lo hizo justo en el momento adecuado.
Pese a todo, él no cambiaría una palabra de su historia con ella. Tal vez, de nunca haberse separado, jamás habrían reconocido cuán difícil era vivir sin el otro. Pero en aquel momento, esa ya no hacía parte de las dudas que los albergaban... de hecho, con respecto al otro, ninguno de ellos tenía reserva alguna.
Una fugaz idea cruzó por la mente de Santiago al saber cuánta verdad había en ello, y aunque trató de desecharla de inmediato —o guardarla en un cajoncito que sabía que abriría en algún momento de su vida, en todo caso— ésta no desapareció.
No estaba dispuesto a dejarla ir nuevamente. Ni en un millón de años.
No habría día que pasase sin que ella no corroborara una y otra y otra vez que él la amaba, y que ese sentimiento se intensificaba con cada latido que daba su corazón, y no habría poder humano que le hiciera faltar a esa promesa.
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De tu mano ©
RomanceDesde el momento en que se conocieron, Abril y Santiago han vivido para alejarse y encontrarse una y otra vez. Discusiones de niños, hormonas queriendo darse a conocer, malos entendidos y padres queriendo escapar es solo la punta del iceberg de t...