Capítulo 14 | Roto

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Los vigilantes entraban y salían del recinto. Algunos le echaban uno que otro vistazo, pero seguían su camino. Abril identificó rápidamente al guardia de seguridad que solía cubrir la mayoría de los turnos mientras Santiago había estado en el hospital, y al que hacia la requisa los domingos. Probablemente había "revisado" y "tanteado" más de lo debido mientras hacia su trabajo. Ella siempre había sentido repulsión por esos hombres, e iba en aumento con cada visita. A veces las manos de ellos viajaban por más tiempo del necesario sobre su delgada figura.

Por esa misma razón, Santiago jamás había estado de acuerdo con las visitas constantes de su novia a aquel lugar: para nadie en el mundo era un secreto lo mucho que pasaba tras los muros de una cárcel.

Pero eso estaba llegando a su fin.

Su mente aún intentaba procesar que la pesadilla —al menos la mayor parte de ella— en la que llevaba dos meses.

Adrien posó sus manos sobre el cuello de Abril y masajeó, intentando evadirla de la tensión en la que claramente se encontraba, pero no había poder humano que lo consiguiera.

—Ya relájate, rojita —le aconsejó Adrien—. Ya debe estar a poca distancia, ¿sí? Y entonces nos largaremos de aquí para no volver otra vez. Ni tú, ni yo, ni mi padre, ni Santi. Nadie.

El muchacho había permanecido recostado en el lateral del auto, y solo se había limitado a seguir con la mirada a su amiga mientras ella se paseaba de un lado a otro, a la espera de que Santiago saliera por esa puerta y recuperara su libertad.

Abril asintió, su respiración volviéndose un tanto más pesada.

Miraba una y otra vez el portón, a la espera de que Santiago saliera en compañía de Naider, el padre de Adrien, quien se había apersonado del caso del muchacho desde que supo lo que estaba sucediendo. Abril no tenía cómo agradecérselo.

—¿Cómo crees que actuará? —preguntó nerviosa, sus manos sudando más de lo que habían sudado en toda su vida—. Ha estado ausente aquí... muy... no como él.

Adrien asintió.

—Abril, sabes muy bien, desde el día que Santi entró a este nefasto sitio, que no era la sentencia lo más duro a lo que iba a enfrentarse. Va a necesitarnos más que nunca. No podemos dejarlo solo ahora. No va a ser fácil, pero no hay nada imposible, ¿cierto?

La pelirroja posó su vista en Adrien. En sus ojos se notaba la incertidumbre y el temor que sentía al saber que debía enfrentarse a un futuro incierto y difícil.

—Es que me aterra pensar que no será el mismo de siempre, Adrien —murmuró. Daba la impresión de que simplemente estaba dándole voz a los pensamientos que habían rondado por su mente desde mucho tiempo atrás—. No quiero perderlo. No quiero que se pierda a sí mismo.

Secó de inmediato la lágrima que rodó por su mejilla, ansiosa por desaparecerla. Aquel día era un montón de cosas, pero no triste. Probablemente un poco extraño, pero nada más. Y no iba a llorar. Ya lo había hecho por demasiado tiempo.

—Vamos a estar a su lado para recordarle quién es, ¿sí? Nadie esperaba que... ocurriera lo que pasó, y Santiago no tiene malos sentimientos. Esto es difícil para él, pero sé que podemos ayudarle. Tengo fe en nosotros mismos.

Una sonrisa triste se dibujó en el pecoso rostro de Abril, quien asintió: la vida les había puesto millones de pruebas a la relación que tenía con Santi, pero como había pasado hasta ese momento, estaba más que preparada para superar también esa.

El ruido del portón —que había estado deseando escuchar por más de una hora— sonó, y dos figuras salieron. Una de ellas era un hombre mayor, con el cabello ligeramente encanecido, y el otro, un joven de cabello castaño que miraba el asfalto sin poder creérselo, como si fuera un hombre de antaño que acababa de hacer un viaje al futuro.

De tu mano ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora