Agosto del 2011

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Abril miró con ojos tristes a Santi, queriendo hacer algo por verlo mejor, por levantarle un poquito el ánimo, pero era inútil, principalmente porque ella también sentía que alguien cavaba un enorme agujero en su corazón y destruía las piezas que parecieran tener la posibilidad de sobrevivir.

—Lo sabía —dijo el castaño luego de un rato—. Supe que tu padre daría con Amber, y entonces te alejaría de mí.

Ella torció el gesto, y se acercó a él. Posó su mano sobre el antebrazo del muchacho.

—Él no me está alejando de mí —corrigió—. Mi papá quiere buscar a la mujer que ama y...

—Y nuestra relación quedó en medio.

La pelirroja suspiró. No era mentira lo que su novio estaba diciendo. Las decisiones que tomó su padre los llevaron hasta donde estaba en esos momentos, y el daño colateral se lo terminó llevando la relación de los jóvenes. Pero llegados a ese punto, no era mucho lo que podía hacerse.

—Si pudiera cambiar algo sabes que lo haría, ¿no? Pero no es posible.

Santi cerró los ojos y respiró hondo.

Se iba. La chica que amaba con todo su ser se iba de su lado por quién sabe cuánto tiempo, y él ni siquiera podía imaginarse su vida sin ella; se había acostumbrado a tenerla con él, a contar con ella siempre, a tenerla —literalmente— a unos pasitos de distancia. Y ahora... ahora habría mar de por medio.

—México empieza a gustarme un poquito menos —musitó finalmente, y muy a su pesar, Abril soltó una risita, y lo besó en la mejilla.

Se encontraban en la casita del árbol, el mismo lugar que había sido testigo de tantas vivencias bonitas. Parecía justo que fuera allí donde hablaran de algo tan doloroso como lo era su despedida.

La muchacha se aferró al brazo del castaño como si en ese preciso momento la estuvieran obligando a alejarse de él.

La idea de no verlo dolía casi físicamente. No lograba hacerse a la idea de que su tiempo juntos estaba llegando a su fin. No era justo que las cosas entre ellos acabaran de ese modo; no quería que llegara el día de decir adiós. Supo que una parte de ella moriría en el mismo instante en que sucediera.

A la pelirroja le ardían los ojos: sus lágrimas estaban luchando por ver la luz, pero ella no quería rendirse, no quería que él la viera así, porque entonces sería más doloroso. Estaba intentando ser fuerte, pero lo veía cada vez más difícil.

Y entonces, una gotica de agua cayó en su mano. Fue mínima, pero desbordó la represa de su dolor.

Miró a Santiago, y lo encontró con los ojos llenos de lágrimas, y fue demasiado. Ella comenzó a llorar, y se aferró a su pecho. Quería convertirse en uno solo con él, porque ningún tipo de cercanía que sus cuerpos les brindaban parecía ser suficiente.

Habían crecido en compañía del otro, amándose incluso cuando discutían o se alejaban por un tiempo. Siempre tuvieron la certeza de que el otro estaría lo suficientemente cerca. Por Dios, hasta habían tomado la costumbre de hablar desde la ventana hasta que el sueño los obligaba a ir a la cama.

¿Cómo les podían hacer algo así? ¿Cómo eran capaces de arrancar a Abril del lado de Santiago, si él no era capaz de estar por mucho tiempo a su lado sin tocarla, sin sentirla, como si su piel fuera algún tipo de droga? ¿Cómo en el mundo iban a ser capaces de algo así? Ninguno de los dos lo concebía.

—No estoy dispuesta a decirte adiós para siempre —murmuró Abril con voz nasal.

Dentro de los planes de su padre no estaba regresar a menos que Amber así lo quisiera. Eso, por no contar el tiempo que le llevaría al hombre convencerla de que lo perdonara.

—Yo odio la idea de verte partir —contestó el muchacho, y besó la coronilla de la chica—. No seré capaz, Pequitas. Te amo en esta vida y en la que sigue, y me aterra la idea de estar lejos de ti.

Ella asintió, pues comprendía sus palabras: ella sentía lo mismo, pensaba igual. Lo que sentían por el otro casi quería reventarles el pecho, y decirse adiós para siempre no parecía algo posible. Pero tampoco podía quedarse, y lo sabía. Su padre la única familia que tenía, y no podía negarse a que él tratara de reencontrar su felicidad, y esa felicidad era Amber. Por injusto que fuera para ella, sabía que ponerse en plan rebelde no era siquiera una opción.

Pero dejar de amar a Santiago tampoco lo era.

—Podemos intentarlo —dijo la pelirroja—. Santi, yo creo en tu amor y creo en lo que siento por ti. Podemos intentarlo.

Él frunció el entrecejo, y la miró.

—Será difícil —continuó—, pero podemos intentarlo, lo sé. Estamos en la era de las comunicaciones, maldita sea, podemos intentarlo. En el camino veremos, ¿no crees?

Santi sonrió, y se aferró a la mano de la muchacha.

—¿En serio lo crees?

—¿Me preguntas si creo en lo que sentimos, en nuestra historia? Sí, lo hago. Lo haré siempre.

El castaño sonrió, y su mirada no tardó en perderse por algún lugar, y el corazón de la pelirroja se arrugó. ¿No creía él en lo que ambos tenían?

—¿Sería una estupidez intentarlo? —le preguntó ella, temiendo su respuesta.

—Una estupidez sería no darle una oportunidad a esto que sentimos, Abril.

Él se acomodó sobre sus rodillas, y miró con seriedad los ojos de la chica.

—Trataremos de hacerlo funcionar —prometió—. Lo haremos.

Entonces Abril sonrió, pese al dolor que sentía. No tenía idea de lo que quedaría de aquello, si sería fácil o si no lo lograrían, pero no estaba dispuesta a no luchar aunque fuera un poquito; las circunstancias le daban igual.

*

¡Hola! <3 Espero que estén todos muy bien. Por aquí les dejé un nuevo capítulo y, sin prometer nada, espero traerles mañana uno nuevo :3 

Recuerden que tenemos grupo en Facebook, por si quieren hacer parte de él :'3

De tu mano ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora