Capítulo 21 | Todo

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Como tantas otras veces, Abril y Santiago caminaban de la mano por la calle, a pesar de que el estado de su relación aún no estaba ni mínimamente cerca de resolverse. Habían pasado poco más de dos meses desde que él inició su terapia psicológica, como tanto se lo había rogado su madre —y también la chica—, y el cambio, a pesar de haberse visto poco a poco, ante los ojos de ella era impresionante. Allí donde el solía ser taciturno, ahora estaba regresando a ser el mismo muchacho simpático y con quien hablar era todo un caso: siempre estaba buscando un tema nuevo, siempre estaba buscando algo de lo que fuera bueno hablar... y aunque no siempre coincidían en él, la pelirroja estaba feliz de verlo más activo.

Por supuesto, aún habían momentos de depresión, momentos en que él se quedaba pensando en algo muy lejano, y se perdía en su propia mente, pero sólo bastaba que ella hablara, que lo rozara su mano, que le recordara que no estaba solo, para que él intentara enfocarse en el presente, en lo que realmente estaba viviendo. Sabían que no iba a ser fácil, pero él intentaba con todas sus fuerzas que fuese llevadero, y la mayoría del tiempo lo conseguía.

La psicóloga decía que estaba muy feliz de verlo progresar, pero que aún tenían mucho trabajo por delante.

—En cinco días es el gran día, ¿eh? —comentó Santiago, y a Abril se le revolvieron las tripas.

No podía pensar en la presentación sin sentir calambres por todo el cuerpo. Su corazón comenzaba a latir frenéticamente, y toda ella sudaba frío. Nunca se había sentido tan nerviosa ante la idea de pararse frente a un escenario a bailar.

—Estoy a nada de hacerme un rollito en la esquina de una habitación cada vez que pienso en ese día.

Él apretó el agarre de su mano, como tratando de transmitirle seguridad, confianza.

—Estaré ahí para verte. Quizás llegue un tanto más tarde por la terapia, pero estaré allí para aplaudirte. Y va a salir bien, y tú vas a estar perfecta... como siempre.

Abril bajó su rostro al suelo, apenada.

—Santi...

Él asintió con un ligero deje de diversión, y tras imitar estar asegurando un candado sobre sus labios, no dijo una palabra más.

A veces a ella le parecía que toda la situación era algo tonta: ella lo seguía amando y él continuaba amándola a ella. Ella seguía para él tanto como cuando estaban juntos, y a él le gustaba tenerla a su lado. Ninguno de los dos tenía ojos para nadie más, pese a que ya no tenían ese tipo de compromiso. Y cuando estaban por ahí, siempre iban tomados de la mano como fueran algo... como si lo fueran todo.

Entonces, ¿por qué no dar el pasito que hacía falta? Santiago había cometido un error, sí, ¿pero cuántas veces no había actuado mejor de lo que ella misma esperaba? ¿Eso no contaba? ¿Realmente todos los recuerdos se habían empañado irreparablemente?

Se había hecho esa pregunta a sí misma muchísimas veces atrás. A veces simplemente quería cerrar los ojos y dejarse arrojar al vacío que significaban los brazos de Santiago, pero terminaba hallando una pared.

Tenía miedo. No quería enfrentarse a la posibilidad de que algo más les sucediera, que algo más los apartara. Pero no sabía si renunciar a su amor por él tendría sentido, y más aún si la causa era el temor.

¿Por qué no simplemente se lo llevaba a un lugar lejos, de preferencia donde hubiera una cama cerca, y se entregaba a sus sentimientos? ¿Qué tanto podía importar el futuro?

Todavía se preguntaba a diario cómo era que podía tenerlo así de cerca y no arrojarse a sus labios. Si de algo estaba segura, era que Santi no la alejaría ni en un millón de años.

De tu mano ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora