Junio del 2011

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La vida está repleta de momentos incómodos. En especial, está ese en el que la madre de tu amigo lo regaña delante de ti, y como si eso no fuera suficiente, en medio de la situación te interroga y te utiliza como principal testigo... o en el peor de los casos, como ejemplo de buena conducta.

Pues bien, Santiago estaba en una situación bastante parecida, aunque en lugar de estar frente a la mirada furibunda de una madre, estaba frente a la de Abril, quien en esos momentos estaba en medio de un monólogo hacia su padre.

Y realmente era lo más incómodo que el castaño había vivido: no podía decir una palabra en contra del padre de su novia; probablemente era la acción más estúpida sobre la faz de la tierra. Pero tampoco era muy inteligente refutarle a tu novia.

—¡Es que no puedes seguir así, papá! —Exclamó como por décima vez la pelirroja, y una vez más, su padre puso los ojos en blanco—, ¡yo también te necesito! Necesito a mi padre de vuelta —él la miró con los ojos entrecerrados, como si le costara comprender del todo sus palabras—. En siete días, has llegado borracho a casa nueve veces, ¡¿qué tipo de ejemplo quieres darme?!

Él sonrió con amargura.

—Que nunca te metas con una mujer si no has superado del todo a tu difunta esposa; sólo le harías daño —dijo—. En tu caso, hombres. Espero. Creo.

Miró a Santiago de cabeza a pies, como estudiando si en algún momento había pasado algo por alto.

—Es la excusa más estúpida que he escuchado.

Él movió el índice de un lado a otro, en negativa.

—Es la purita verdad.

—No, papá, ¡te equivocas! —afirmó—. Estás justificando con lo que tuviste con mi madre tu conducta, ¡y eso no te lo voy a permitir! No sé qué te hizo cambiar de la noche a la mañana con Amber, pero no fue mi madre, ¡murió hace años! Piensa bien qué fue lo que hiciste, y has algo para remediarlo —lo miró con dureza—. O mejor no hagas nada. Sigue alejándome de ti. Parece que se está volviendo tu especialidad, ¿no?

Él soltó una risita.

—Te pareces tanto a tu madre.

—Y tú no te pareces en nada a mi padre. No sé qué hago perdiendo el tiempo.

Y tras eso, salió de la casa.

Santiago se llevó las manos al bolsillo, incomodo. Acababa de quedar solo con el hombre, y ni siquiera sabía hacia dónde mirar. Quería que él reaccionara, que se diera cuenta de todo el daño que le hacía a Abril, pero creyó que no tendría caso si estaba ebrio: sería como lanzar palabras al viento.

—Cuídala, Santiago. No la dejes sola.

*

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