Capítulo 16 | Dementor

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—Te juro que no sé qué más debo hacer o decir, Adrien —murmuró Abril—. Todo lo que hago para intentar que se sienta cómodo, parece surgir el efecto contrario.

Adrien había acompañado a su amiga a las clases extras de ballet: él quería verla triunfar en el recital, quería verla cumplir sus sueños bajo las luces de los reflectores. Y también quería ver todo el proceso.

El muchacho torció el gesto, y acercó a Abril contra su pecho.

—Lo lamento. Desearía saber qué hacer o decir, pero no puedo. Conmigo tampoco ha querido hablar. Cuando llego a su casa, es como si en lugar de tener una conversación con él, la tuviera con la pared.

Abril quitó del camino la lágrima que amenazaba con rodar por su mejilla. Sentía que defraudaba a Santiago y que se defraudaba a sí misma con cada paso que intentaba dar en aquel horrible camino. Se suponía que ella estaría allí cuando él estuviera perdido, incluso si no sabía que era así, pero no lo conseguía.

—Tenía claro que sería un camino difícil, no soy estúpida. Pero contaba con que él intentara poner de su parte, y no es así.

—Santi tiene un corazón enorme Abril. Gigante. Y no debe ser fácil para él despertar cada mañana y saber que le ha arrebatado la vida a una persona. Y no me mires así. Sólo te estoy diciendo las cosas justo como él las ve —le dolía ver a su amiga de ese modo tanto como le pesaba ver a Santiago con tan pocas ganas de vivir. O siquiera salir de casa. A veces como que se despertaba en su pecho una enorme furia comparable sólo con sus deseo de tener la capacidad de hacer algo, de remediarlo todo de algún modo—. A él no le importa cómo sucedieron las cosas: si lo hizo por protegerse, o si tuvo elección. Lo único que procesa es que en sus manos quedó la vida de alguien más. No creo que nadie esté preparado para enfrentar algo así. Es natural que intente evadir la realidad.

—Pues eso sí lo hace de maravilla. No para de beber. Siempre huele a alcohol.

Adrien se llevó las manos al rostro. De toda esa situación, aquello era justo lo que más le preocupaba. Sabía a dónde iban a parar quienes hallaban refugio en la bebida, y eso no era lo que quería para su amigo. Para él, el castaño seguía siendo el niño con el que creció, y sabía que ese pequeño estaría decepcionado del adulto en el que se estaba convirtiendo Santiago.

—En una de mis últimas visitas a la cárcel, me encontré con Belén —comentó Abril, como si no quisiera darle importancia.

—Lo sé. Estaba ahí cuando le reclamaste a Santiago.

La pelirroja asintió, y casi en una exhalación, soltó:

—Ella dijo que yo tenía parte de culpa, y a veces no puedo evitar pensar en eso. Siento que, de algún modo, es así.

Adrien se giró hacia ella, y la miró a los ojos con extrema seriedad.

—¿Cómo puedes siquiera darle vuelta a una idea tan estúpida como esa?

—Piénsalo —respondió, sin alterar su voz un ápice—. Santiago enfrentó cuerpo a cuerpo a Samuel porque él me había pegado. Si yo no me hubiera interpuesto, las cosas probablemente habrían...

—¡Las cosas habrían acabado igual de todas formas! Ese hombre estaba loco, y llegó con la sangre caliente desde el primer momento. Nada ni nadie puede asegurarnos que una acción en específico habría cambiado el rumbo. Quizás Samuel habría ido por Rosa, o por el mismo Santiago, y entonces, en algún punto, desenfundaría el arma. Y entonces todo acabaría igual. O peor.

Abril cerró los ojos, intentando convencerse de lo que su amigo estaba diciendo. Tenía que hacerlo, o su mente jamás la dejaría en paz. Las palabras de Belén habían cavado un hoyo muy profundo.

De tu mano ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora