Febrero del 2008

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Las lágrimas caían por los ojos de Abril mientras un horrible vacío en el corazón la inundaba. No podía creer que su fiel amigo hubiera muerto.

Dobby había sido su compañero durante siete años. Todavía recordaba con claridad el día que su padre se lo entregó. Durante aquella última semana se había sentido muy triste, pues la enfermedad de su madre avanzaba cada día, y eran muy pocas las veces en que podía mantener una conversación completa con ella; casi nunca pasaba.

Por esa razón, Dobby se había convertido en más que una mascota: era su amigo. Su único amigo, en realidad. Los niños del colegio solían molestarla porque su madre no tenia cabello, y por esa razón, poco a poco se fue alejando de ellos.

El pequeño can siempre parecía saber cuándo ella se sentía triste y cuando estaba muy feliz. Incluso era quien más cerca estaba cada vez que se enfermaba.

—Tranquila, cariño —susurró Amber—. Yo sé que te duele mucho que Dobby se haya ido, pero piensa que lo hiciste muy feliz mientras estuvo con nosotros. Jamás tuvo hambre, ni sed, ni durmió sin un techo sobre él —dijo—. No todos los animalitos gozan de una vida así.

Abril se aferró con más fuerza al regazo de Amber.

—Lo e-extraño mucho —sollozó—. Q-quería que vivi-viera s-siempre.

Amber apoyó su cabeza sobre la coronilla de su hijastra.

—Pero no es así como funciona la vida —murmuró.

El sonido del timbre hizo levantar a la mujer, quien estaba sufriendo por el dolor de la chica. Amber amaba a su hijastra, la sentía como su propia hija. Vivía con ella desde que Abril tenía diez años, y no podía soportar la idea de que algo la lastimara. Peor aún, no soportaba la impotencia de no poder hacer algo por ella.

La niña que conoció, insegura y con mirada triste, era ahora una chiquilla de trece años que había encontrado en el ballet un método de escape. Y ella se alegraba cada vez que la veía tan feliz, haciendo algo que habían encontrado juntas. Por esa razón se sentía mal con la idea de verla llorando. Cualquier persona que hubiera tenido que enfrentar lo que Abril había pasado desde niña, n merecía sufrir.

—Veré quien llama —dijo—, ya vuelvo, ¿sí?

Abril asintió.

La mujer se levantó del sofá y caminó hacia la puerta, donde se encontró con una pequeña sorpresa.

—Hola, Santiago —saludó.

—Hola, señora Amber —dijo—, ¿puedo pasar? Adrien me ha contado lo de Dobby.

Amber asintió e hizo pasar al niño.

Pensó por un momento en quedarse en la sala de estar junto a Abril, pero vio algo en los ojos del niño —que había sido amigo de su hijastra, pero por alguna razón se habían dejado de ver— que la hizo caminar hacia la cocina.

Santiago dio pasos pequeños hasta llegar al sofá en el que se encontraba su amiga y le puso una mano en el hombro.

La niña levantó la vista y algo en sus ojos brilló. Hacía mucho tiempo no estaban tan cerca. En más de una ocasión había querido disculparse tras su última pelea, pero el orgullo había ganado.

Se preguntó cómo se las arreglaba Abril para verse bonita aún cuando lloraba.

—Siento mucho lo de Dobby —dijo.

Abril asintió y, antes de darse cuenta se abalanzó a los brazos de su amigo, quien la envolvió y la mantuvo cerca de su regazo.

Ambos sintieron calidez en aquel abrazo, aunque ninguno de los dos supo lo mucho que aquél gesto había sanado su amistad.

~*~

En un rato subiré el capítulo 7, y no es por picarlos, pero me ha encantado. Hay una parte que, según considero, es lo más bonito que alguno de mis personajes haya dicho.

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Por cierto, de ahora en adelante los capítulos del pasado de Abril y Santiago, serán un poquito más extensos. En ésta parte verán la relación de ellos durante la adolescencia :3 


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