Enero del 2011

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Abril se acercó más a Santiago, y le lanzó una sonrisa juguetona. Al castaño le encantaba cuando ella se ponía en esa tónica: era como si hubiera decidido enseñarle a él —y sólo a él— su lado más candente. Porque sí, cuando lo mirada de ese modo, daba la impresión de que la temperatura de la habitación aumentaba unos diez o quince grados. Y se quedaba corto.

—¿S-sabes que cuando me miras así siento como si quisieras acabar con mi virginidad? —intentó sonar divertido, pero lo cierto era que no podía recordar un momento en el que hubiera estado más nervioso.

La risa de Abril burbujeó.

—Cállate, Santiago. No rompas la tensión.

Habían estado buscando muchísima información sobre sexo, y habían leído en un sitio web —cuyo relatos habían dejado a Abril sin habla— que la tensión sexual tendía a "producir chispas". Lo que fuera que eso significara, sonaba muy bien.

Por mucho que lo buscaran, no habían encontrado el momento oportuno para hacerlo, pero aquel fin de semana —mientras los padres de la chica se hallaban lejos, intentado arreglar sus diferencias— era de ellos. Y lo iban a aprovechar. Ese fin de semana era de ellos.

De ellos y de sus hormonas, por supuesto.

La pelirroja volvió a aproximarse a Santiago, quien esta vez la tomó por la cintura, acercándola más a él, y se fundieron en un beso que no hacía más que elevar todo el deseo que habían estado sintiendo durante meses. Fue un beso cargado de nervios y emoción. Era difícil saber cuál de los dos corazones latían con mayor fuerza, o cuál de los dos estaba más anhelante.

Desconociendo quién hizo el primer movimiento, Abril estuvo sentada a horjacadas sobre el cuerpo de el castaño.

Las temblorosas manos de Santiago avanzaron por su cintura, recorriendo el camino entre su piel desnuda la tela de su blusa, mientas ella le pasaba las manos por el cabello y el cuello, atrayéndolo aún más, no conforme con las pocas partes de sus cuerpos que no estaban en contacto. Era como si deseara fundirse en él. Sin embargo, para su desconcierto, Santi se alejó un poquito, quizás sólo unos cuantos centímetros.

Pero la acción cobró sentido en el momento en que las muy temblorosas manos de él se posaron sobre el primer botón de su blusa.

Abril jadeó, repentinamente consciente de todo. Santiago la miró como preguntando si estaba bien continuar, y ella asintió. Él volvió a tocar el botón, intentando safarlo, pero el temblor en sus manos lo hacía imposible. Abril sonrió y le ayudó, deshaciéndose juntos dde aquel pedazo de tela que pronto cayó al suelo.

Los brillantes ojos de Santiago se posaron sobre el desnudo y pecoso busto de su novia. Los recorrió con sus dedos temblorosos, con suma delicadeza, como si de la porcelana más fina se tratara. Volvió su vista hacia el rostro de Abril, y la miró como si fuera una diosa, un ser de infinita belleza.

Ella se limitó a sonreír: se sentía amada.

Él acercó su rostro al pecho de Abril, y mientras su respiración cosquilleaba sobre la piel de su novia, se inclinó para besar un lunar que había sobre uno de sus senos.

Aquello pareció activar algo en la chica, pues casi con urgencia, despojó a Santiago de su camisa, mientras él tiraba hacia arriba el sujetador de ositos de la muchacha. Sabía que habría arruinado de inmediato l romanticismo si empezaba a luchar contra el broche del sujetador. Lo había visto en las películas: no era tan sencillo como las mujeres lo hacían ver.

Sin embargo, no contó con que este se enredaría en el cabello de Abril. Ambos rieron ante la situación, pero ella le restó importancia, y se deshizo con facilidad de la prenda.

Sus torsos quedaron completamente desnudos, expuestos a la mirada del otro. Abril se sintió repentinamente insegura. Nunca nadie había visto tanto de ella.

Levantó sus manos, dispuesta a cubrirse, pero Santiago las bajó.

—No —pidió—. Tú eres... eres la criatura más bonita, pecosa.

Se acercó a ella, y una vez más, se fundieron en un beso que, esta vez —dada la desnudez de sus cuerpos— fue mucho más íntimo.

Sus manos hicieron un recorrido por el cuerpo del otros, como intentando grabar cada rasgo, cada curva, cada centímetro de piel, y pronto los dedos de Santiago llegaron a la cinturilla del short de la pelirroja

Antes de continuar —y deseando con verdadero fervor que la respuesta fuera afirmativa—, preguntó:

—¿Estás segura, Abril?

Los labios de la muchacha temblaron, pero asintió.

—Lo estoy.

Santiago le lanzó una sonrisa completa, de esas que desenfundaban el alma de Abril.

Pronto, el resto de sus ropas estuvieron al en el frío suelo de madera, y sólo los vestía la mirada del otro, cargada de añoranza.

—Te amo.

—Como yo te amo a ti.

No hubo temores ni vergüenzas. En esos momentos, solo estaban ellos. El resto del mundo no existía. En esa habitación, no parecía existir nada, excepto el torrente de sentimientos que Abril y Santiago se profazaban.

•••

A partir de hoy, estaré subiendo pequeños adelantos (SIN spoilers) de las diferentes historias (y de las que vienen en camino) en el grupo de lectores de Facebook :3 Si gustan estar en él, les dejaré en link en el primer comentario.

No olviden votar y comentar ♥ Espero que el capítulo les haya gustado tanto como a mí me gustó escribirlo.

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