Le habían roto el corazón antes. Por supuesto que sí, y la razón siempre había sido la misma: Santiago. No conocía lo que era tener el alma partida en dos a causa de alguien más.
Cuando tenían como trece años, lo había hecho, y fue una de las veces en que se sintió más triste, pues no entendía cómo su corazón podía doler tanto sin estar físicamente lastimados. Luego sucedió una vez más, cuando ella se mudó a México con su padre y fueron en busca de Amber: fueron tiempos difíciles, porque realmente amaba a Santiago, y lo extrañaba de la manera más desgarradora posible, pues creía que no lo volvería a ver en años. Derramaba lágrimas casi sin darse cuenta, e iba pareciéndose a un fantasma que rondaba por su casa con cada día que pasaba.
Y después una vez más, dos semanas atrás, cuando decidió que el dolor de Santiago la estaba arrastrando a ella misma a un abismo del que él no quería salir. En pocas palabras, cuando decidió que no se ahogaría con él, por mucho que odiara dejarlo ahí.
Y cada una de las veces dolía más que la anterior.
Le pesaba no tenerlo con ella. Le pesaba haberlo perdido cuando apenas lo había recuperado, pero se decía una y otra vez que era lo correcto, que era lo que ambos necesitaban. Ella no podía someterlo a él a estar en una relación, cuando tenía que lidiar con su propio peso y sanar sus propias heridas. No era justo para ninguno de los dos; sólo les hacía más daño.
Era difícil. Lo único que lo hacía un tanto soportable era la idea de que él se recuperaría, que tal vez eso lo haría reaccionar: no soportaba la idea de que el Santiago que conoció cuando era solo una niña se ahogara en el mar de la culpa.
Mientras, también tenia cosas de las que encargarse, como la presentación de ballet. Finalmente había logrado ponerse al día con las rutinas. El esfuerzo había valido la pena, y estaba orgullosa de sus logros, igual que su padre y Amber. Ellos eran felices cuando ella también lo era, y aunque existía alguien más con quien ella deseaba compartir la parte bonita de su vida, no podía permitir que aquello empañara de algún modo cuán bien se sentía con ella misma.
—¡No puedo pensar en una vez en la que me haya sentido más nerviosa! —exclamó Alexandra, una de sus compañeras de clase, la única que no parecía querer explotarle el chisme de Santiago.
Pese a que el tiempo desde el momento del incidente había pasado, Abril podía sentir a muchas de sus compañeras con un ojo sobre ella, y pese a que algunas se animaban a hablarle, la intención de hacer más preguntas siempre estaba allí, y la pelirroja lo percibía.
Le costaba hacerse preguntas a sí misma, y no podía imaginarse intentando darle respuestas a alguien más.
—Créeme, estoy igual —admitió, mientras se colocaba la blusa, la última prenda que le hacía falta—. Creo que nunca antes me había aterrado tanto la idea de presentarme en público.
Alexandra soltó una risita. Se desenredó la toalla que llevaba en el cabello y comenzó a peinar su larga melena negra.
Abril amaba su cabello rojo —era la particularidad que más la unía a su madre—, pese a que nunca faltaba quien llegase a preguntarle si tenía alma, o si había heredado los poderes de brujería de sus ancestros, cosa que no le hacía la menor gracia. No podía creer la vigencia de esos "chistes" en pleno siglo XXI. Sin embargo, sí que deseaba tener el cabello liso, como Ale. Cuando quería lucirlo, tenía que someterse a horas y horas de plancha, y dado que su maldito cabello se llenaba de grasa cada dos días, el esfuerzo no duraba mucho, por lo que finalmente desistió.
—Mamá ha invitado a mi familia entera —continuó su amiga—, y no he podido hacer nada para detenerla. No sé cómo pagará tantas entradas.
Abril rió.
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De tu mano ©
RomanceDesde el momento en que se conocieron, Abril y Santiago han vivido para alejarse y encontrarse una y otra vez. Discusiones de niños, hormonas queriendo darse a conocer, malos entendidos y padres queriendo escapar es solo la punta del iceberg de t...