Mayo del 2005 | 9 años antes

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Las manos de Santiago sudaban como nunca antes lo habían hecho, justo como recordaba que lo hacían las de Adrien, su mejor amigo, cuando debía pasar al tablero.

Sin saber el motivo, su mente comenzó a divagar sobre el nombre de la niña a la que esperaba: Abril. A Santiago le parecía que sonaba a ternura, a sencillez, a algo sumamente delicado.

El pequeño llevaba semanas preguntándose por qué su corazoncito se aceleraba cada vez que veía a la niña que se había mudado recientemente a la casa de al lado, y tampoco conocía el motivo de que su barriga se sintiera como si albergara a un equipo completo de fútbol, o peor aún, a un estadio a punto de reventar.

Respiró hondo, llenándose de paciencia.

Se hallaba sentado sobre los escalones de su casa a la espera del bus en el que Abril regresaba cada día del colegio. Finalmente, tras lo que al pequeño le parecieron horas de espera, la niña —cuyo largo y rojo cabello ondeaba con la brisa— arribó a su casa. Un enorme vacío cayó sobre el pecho del niño, quien de inmediato se propuso hacer algo para arreglar aquello.

Con paso decidido —y asombrado de sí mismo por su determinación—, Santiago caminó hacia Abril y le habló por primera vez.

—El próximo mes cumpliré años —anunció. Abril, extrañada por aquel inicio de conversación, se limitó a mirarlo con el entrecejo fruncido.

—Es que... Yo... Yo me estaba preguntando si... —Santiago no sabía cómo pedirle aquello, ni cómo hacer que su corazón no latiera tan frenéticamente—. Meestabapreguntandositegustariaveniramifiestadecumpleaños.

Abril lo miró de hito en hito, intentando descubrir qué era con exactitud lo que aquel niño, al que tantas veces había sorprendido mirándola, quería decirle.

—Disculpa —le respondió la niña—, pero no te he entendido.

Contrario a la pena que cualquiera habría pensado que Santiago experimentaría, él sintió cómo su corazón latió con mayor rapidez cuando el sonido de la voz de Abril llenó sus oídos, y haciendo acopio de todo el valor que su pequeño cuerpo era capaz de reunir, intentó hablar una vez más.

—El próximo mes cumpliré años —le dijo, esta vez obligándose a hablar de manera pausada—, y me preguntaba si te gustaría venir a mi fiesta.

Pronunció aquellas palabras con la mirada fija en el pasto, sin embargo, una vez las dijo, se sintió capaz de ver a Abril a la cara.

Descubrió —y le pareció que cada minuto con ella era un nuevo descubrimiento— que era la chica con más pecas que había visto en toda su vida, y que era realmente hermosa. Aquellos pequeños punticos adornaban sus mejillas y su nariz, eran tan adorables que, contrario a su ley de odio eterno por las matemáticas, quiso contarlas todas.

—Tendré que preguntarle a mis padres —dijo finalmente—, aunque no creo que se nieguen.

Y con una última sonrisa que se instaló en el corazón de Santiago, Abril se alejó de él.

De tu mano ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora