Enero del 2006

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Enero llegó, y con él, los juegos de los niños, quienes disfrutaban de sus últimos días de vacaciones.

Santiago y Abril solían pasar juntos casi todas las tardes, excepto por aquella semana en la que su padre y Amber la llevaron a visitar la tumba de su mamá. La niña cada día se sentía un poquito más feliz. Su padre estaba aprendiendo a sonreír mucho otra vez, y eso parecía hacer feliz a su madrastra.

Los dos niños jugaban en la casita del árbol juntos, y Abril sólo se iba cuando llegaba Adrien, ese mocoso que la miraba como si ella fuera crema de brócoli.

Luego de aquel beso en diciembre, Santiago y Abril sólo se habían dado un par más, pues sabían que quererse era mucho más que eso. Además, habían llegado al acuerdo de que estaban muy niños aún. Lo que sí amaban hacer era tomarse de las manos, pues ambos sentían que el cosquilleo que eso les ocasionaba era lo más bonito del mundo.

Una tarde, mientras jugaban en la casa del árbol con Dobby, el perrito de Abril, Santi se ofreció a buscar algo de comida para los tres, y luego de cinco minutos, llegó lo que Abril consideraba su pesadilla personal: Adrien.

—¿Por qué siempre estás aquí? —exigió el niño.

—No es tu casa —se limitó a responder ella.

—¿Y? ¡Santiago fue primero mi amigo!

Las niñas siempre le habían parecido sosas: no hacían más que vestirse con las cosas de sus madres y chillar por todo. No entendía cómo Santi aguantaba a la que estaba frente a él.

—Tú te fuiste solito.

—¡Agh! —exclamó Adrien—. Odio a las niñas.

Cuando el pequeño se disponía a salir, su amigo regresó y soltó una pequeña carcajada al encontrarlos con el rostro enrojecido. Puso a un lado del suelo su jugo, y tomó la muñeca de Adrien, quien estaba justo a su lado, y luego buscó la mano de Abril, juntándola con la de su amigo.

—Podemos ser amigos los tres.

Abrió dejó la mano allí, pero Adrien intentó soltarse del agarre de Santiago.

—Ella no entendería jamás nuestros juegos —se quejó.

—Abril entiende todos los juegos del mundo —dijo—. Además, mira —señaló a Dobby—, ¡tiene un perrito! A ti te gustan los perritos.

Al escuchar aquello, Adrien miró hacia el can, y el pequeño canino le regresó la mirada.

—¿Le gusta jugar? —preguntó Adrien, mirando por primera vez a Abril sin resentimiento en sus ojos.

—Le encanta —respondió esta con una sonrisa.

Fue así como todo el pequeño resentimiento que habían guardado por el otro desapareció, y una nueva amistad surgió entre los tres.

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