Era domingo por la mañana, y Abril se movía de un lado a otro de su habitación buscando algo que combatiera siquiera un poco el calor que estaba haciendo. En momentos así detestaba su fuerte tendencia a comprar blusas de mangas largas. Tras revolver su closet todo lo que pudo —y más de lo que debió, teniendo en cuenta que tendría que organizarlo—, se decidió por un corto short de jean y una blusa rosada. Pese a era consciente de que la situación entre ella y Santiago no estaba en plan de sensualidad y conquista, no vio motivo alguno para no intentar direccionarla hacia allí.
Lanzó una mirada hacia la ventana de la habitación del muchacho, que permanecía cerrada.
Se estaba calzando unas sandalias cuando su padre entró a la habitación.
—Buenos días, hija.
—Buenos días, pá —respondió, más concentrada en la hebilla de su calzado que en el hombre.
—¿Vas a salir a esta hora? —preguntó extrañado, revisando su reloj—. Son las nueve. El desayuno me toca hoy a mí, y no está preparado. Amber y yo pasamos una muy mala noche.
Abril nunca había sido una chica madrugadora, y mucho menos los domingos. Además, a esa hora casi nada estaba abierto en la ciudad, excepto por las iglesias, y ciertamente Abril no era una fervorosa creyente.
—No te preocupes. Voy a casa de Santi, y allí desayunaré. Rosa me pidió que estuviera un rato con él hoy, y quiero aprovechar para cocinarle algo —su mirada bajó—. Estoy segura que no ha comido bien en todo este tiempo.
Aunque ligeramente desconcertado, su padre asintió. La miró un rato, como dudando en hablar o no, hasta que finalmente preguntó:
—¿Estás lista para todo esto, nena? No va a ser fácil, y es bastante obvio que Santiago no está muy bien.
La pelirroja ni siquiera hizo el intento de debatir con su padre: todos habían estado presentes cuando el muchacho regresó a casa, y habían visto lo mal que estaba. Ni siquiera bajó a comer. Del mismo modo, todos habían visto a Abril bajar derrotada, sin Santiago. Todos los que habían estado presentes conocían su historia, y el dolor de la muchacha era bastante comprensible.
—Lo estoy, papá —aseguró—. Es algo que todos sabíamos que iba a suceder. Santiago está pasando por un momento verdaderamente complicado, y sobra decir que voy a estar con él en todo momento. Lo sabes, ¿verdad?
Su papá asintió.
—No voy a llevarte la contraria en esto, porque si el caso fuera al revés —el hombre se estremeció ante la idea—, ese chico estaría haciendo lo mismo por ti. Soy absolutamente consciente de eso.
Ella sonrió con agradecimiento y se inclinó para besar la mejilla de su padre.
—Gracias. Te quiero.
—Y yo a ti, hija.
Abril caminó hacia el tocador y tomó la llave que le había entregado Rosa el día anterior, dispuesta a salir, sin embargo, cuando estaba a un paso de salir de su habitación, miró a su padre, y se regañó a sí misma por pasar un comentario de su padre por alto.
—¿Qué tenía Amber? —preguntó.
Abril adoraba a Amber, y viceversa. La pérdida de su madre biológica había dejado en el corazón de la muchacha una profunda herida, y un gran vacío en su vida, y sólo Amber, con su empeño y dedicación, había sido capaz de sanar todo ese daño que sentía la pelirroja. La idea de que algo le pasara a la mujer la ponía de los nervios.
—¿Cómo dices?
—Hace un rato dijiste que tuvieron una mala noche —le recordó—, ¿qué tenía? ¿estaba enferma?
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De tu mano ©
RomantizmDesde el momento en que se conocieron, Abril y Santiago han vivido para alejarse y encontrarse una y otra vez. Discusiones de niños, hormonas queriendo darse a conocer, malos entendidos y padres queriendo escapar es solo la punta del iceberg de t...