Noviembre del 2010

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Abril y Santiago reían sin parar a causa de, alcohol que habían ingerido en la fiesta. Era la primera a la que habían asistido juntos, como novios, y su naturaleza adolescente los hizo ser posesivos con el otro. Mientras bailaban, se aseguraron de desmostrarle a los demás que eran dueños del corazón de su acompañante. Sólo los años los ayudaría a comprender que no era de posesión de lo que el amor se trataba.

Finalmente llegaron a casa, y entre el mareo y la risa que les había producido la cerveza, cayeron en el pasto del lado lateral de la casa de Abril.

Santiago suspiró y pasó sus dedos por el rostro de Abril, apartando los mechones.

—Eres la criatura más hermosa que he conocido, ¿lo sabes? —aún en medio del tufo y la enredada voz del muchacho, los oídos de Abril amaron escuchar aquello.

Las manos de Santiago se posaron sobre la cintura de Abril, y las de ella fueron a parar al cuello del chico, atrayéndolo hacia sí. Sus miradas se encontraron, y parecían estar saltando chispas entre ellos, y sus respiraciones aumentaron.

Sus besos se hicieron profundos, y algo en sus cuerpos par cuan quemar, y ambos luchaban con el deseo de tener al otro más cerca, con la necesidad de fundirse en el otro.

Sin embargo, un carraspeo los sacó de la nube que empezaba a formarse entre ellos, que los rodeaba.

Ambos abrieron los ojos de par en par al mirar hacia arriba, y encontrarse con la mirada del padre de Abril.

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