Capítulo XXXVIII

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En silencio, cada uno hizo su tarea correspondiente hasta terminarla, Valeria llevó la comida servida en un plato al comedor para Shirley y luego se retiró al cobertizo, necesitaba estar un rato a solas, buscar la soledad para desahogar su rabia donde nadie la pudiera escuchar ni ver. Estaba siendo duro de llevar, hasta hace poco estaba al lado de un hombre malvado que conocía a Shirley, pero más duro se le hacía no entender qué estaba pasando realmente, lo único que sabía, era que no estaba allí por casualidad, algo había pasado que Valeria desconocía.
Pasó el tiempo, decidió que ya iba siendo hora de salir, ya no quería estar ahí encerrada por más tiempo. Justo al llegar junto a la puerta, se chocó contra Cristian, Valeria dio un pequeño grito a modo de susto.

-¿Se puede saber qué haces aquí? Cualquiera diría que me estás siguiendo.-dijo Valeria-

-También podría preguntarte lo mismo, pero este es mi hogar tanto como el tuyo y nos podemos cruzar lo quieras o no.

-Necesitaba desahogarme, eso es todo.

-Ah claro, ¿y tus obligaciones?.

-No eres mi madre para decirme lo que debo o tengo que hacer. Lo sé de sobra. Si te quedas más tranquilo, no lo volveré a hacer, es sólo que me hacía falta un poco de calma sin tener que escuchar a gente que me haga preguntas. Me vas entendiendo, ¿no?.

-Por supuesto, ya no te haré más. Siento si te he incomodado antes.

Se produjo un silencio extraño, ninguno de los dos sabía cómo romper el hielo. Valeria quería irse, Cristian también lo quería, y ninguno movió un pie del suelo.

-Es duro que te alejen de la gente que quieres, ¿no es así?.-dijo Cristian-

-¿Cómo sabes tú eso?.

-Porque te lo veo en la mirada y porque puede que te entienda mejor de lo que tú crees.

Cada vez, Valeria se quedaba más impresionada, Cristian era un chico curioso y misterioso con muchas cosas guardadas en secreto dentro de él. Ya no siguió hablando, salió del cobertizo sin decir nada, luego Valeria hizo lo mismo unos segundos después para no parecer que lo estaba siguiendo, ambos fueron "cazados" por Shirley en una de las ventanas de la casa, más bien la suya propia, le gustaba tener a sus esclavos totalmente vigilados.

Shirley Milton era una mujer de cuarenta y ocho años, estaba casada con un doctor, posiblemente uno de los mejores de Norte América cuyo nombre era Frank Milton, del que heredó tal apellido. Eran conocidos también por las fiestas que hacían en navidad, Frank era el más querido por la gente, Shirley era más reservada, más callada, más seria, más extraña... Había rumores variados: unos decían que tenía un lado oscuro que era mejor no conocer, otros, que estaba maldita y lo intentaba ocultar bajo sus hipócritas sonrisas... Y la mayoría, llegaron a la conclusión más temida por los ciudadanos, decían que era una bruja, una persona a la que no convenía tener como enemiga. Por eso, no tenía muchos amigos de confianza, sólo uno parecía comprenderla por dentro y por fuera: Blake Raven, el hombre con el que escondía un poderoso secreto.
La verdad, es que Shirley nunca había sido una persona normal como otra cualquiera, de niña se crió con sus padres en casa, nunca supo lo que era tener un hermano debido a los repetidos abortos que sufría su madre. Hubo un tiempo, en el que su única obsesión fue la sangre, presenció un espantoso parto de su madre del que nació su hermana ya muerta, estaba en el suelo envuelta en un charco rojo y caliente sin respiración con el cuerpo rígido y frío... Algo extraño le sucedió, su instinto la llevaba a asesinar animales tipo gatos o perros con el fin de verlos sangrar hasta quedarse secos, a veces, sólo los abría dejándolos con vida, disfrutaba viéndolos agonizar hasta morir. Era imparable, una pequeña máquina de matar mascotas con tan sólo doce años de edad. Tenía pesadillas con sus crímenes cada noche, se levantaba con un grito largo y fuerte que podía escucharse en cada rincón de la ciudad, pero nadie se imaginaba qué era lo que hacía esa niña realmente hasta que fue descubierta por su madre en el mismo patio de la casa, estaba colgando a un gato de un árbol por las dos patas traseras enredadas en una cuerda y la cabeza degollada estaba boca a bajo. La mujer quedó horrorizada, todo el barrio se escandalizó por lo sucedido, ahora ya sabían quién era la que se llevaba a los animales para finalmente matarlos.
Estuvo en tratamiento psiquiátrico tres años, mucho tiempo, y con esto me refiero a que no conseguían arrancar de su cabeza tal obsesión atroz, por eso tuvieron que estar con ella tanto tiempo pendientes de sus movimientos, para evitar que lo volviera a repetir. Por suerte, lograron sacarla de aquel problema a los quince años, sin embargo, ya no volvería a ser la misma de antes, pasó de ser risueña, a una extraña que nadie era capaz de mirar de cerca por temor a ser agredido. Creció huyendo de miradas que la juzgaban por su pasado, nadie le dio la oportunidad de conocerla después, y esas fueron las heridas que le quedarían cicatrizadas en el alma para siempre.
Pero un día, lo que más le atormentaba, pasó a ser sólo rutina, ya le daba igual cómo la mirasen, lo que dijeran entre susurros al verla pasar... La única que se conocía era ella misma y con eso le bastaba. Aún así, le seguía faltando algo: un pequeño apoyo, un hombro sobre el que llorar... Necesitaba a alguien, y sí, encontró a ese alguien. Uno fue Frank; su amigo durante años y finalmente su marido actual, no obstante, el primero de la lista no era Frank, sino Blake, alguien que también marcó su vida. Pero esa es otra historia.
Apenas Valeria y Cristian llevaban cinco minutos recogiendo la cocina cuando Shirley apareció reclamándola solamente a ella. La joven se acercó algo inquieta, había algo en la señora que la incomodaba.

-Necesito que mi habitación esté impecable cuando regrese, necesito nuevas telas para mis vestidos, ¿crees que sabrías hacerlo?.

-Por supuesto señora, cuente con ello.

-Bien, pues en ti pongo mi confianza.

Por último, Shirley miró a Cristian y luego salió por la puerta grande, montó en su gran carruaje ordenando a su mayordomo llevarla a su destino.

-¿Alguien me puede decir dónde está su habitación?.-preguntó Valeria desorientada-

-Tú que te crees tan lista, búscala sin ayuda.-contestó Olivia-

-No tranquila, tú eres la última a la que recurriría para pedir ayuda. Probablemente no sepas ni lo que significa eso.

-Cuidado niña, cuidado con tu lengua.

-Sólo he dado mi opinión como tú supongo que darás la tuya. No te creas mejor que yo por llevar más años entre estas paredes.

Un esclavo interrumpió una nueva pelea, se ofreció a acompañar a Valeria hasta la habitación de Shirley. Cogió un trapo, llenó un pequeño cubo de agua enjabonada y subió las escaleras detrás de su compañero.

-No hagas caso de Olivia, ella es así.-dijo él-

-No te preocupes, lo sé. Gracias por tu ayuda.

Cuando Valeria entró a la habitación, se quedó alucinada, las paredes eran de color púrpura oscuro, frente a la cama tenía una chimenea reluciente, tan limpia de ceniza como la de la cocina. El nivel de limpieza era alto, por lo que debía estar a la altura y no dejarse ni un sólo hueco sin limpiar. Comenzó haciendo la cama, sus sábanas olían a aquel perfume de rosas, después abrió las ventanas y continuó ordenando un poco las cosas que estaban en medio.
Encima de su escritorio había un libro de amor y un pico de una carta que se asomaba entre las páginas. No pudo evitar cogerla, simplemente quería recordar lo que era leer. Y sin querer, se encontró una sorpresa que la sacaría de ciertas dudas. Shirley tenía una carta de Blake.

La esclava blanca #Libro1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora