Capítulo XLVIII

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-¿Te hubieras ido sin mí?.-preguntó Cristian-

Valeria negó con la cabeza, ella jamás se iría sin él.

-Intenté convencerle primero por mi parte ya que era lo más complicado pero... Ya viste el resultado.-contestó Valeria-

Cristian soltó una risotada, cuánto asco le había cogido a Noel en menos de cinco minutos. Fue tan grande el deseo de darle un puñetazo en la boca que hasta se prometió encontrarlo algún día que pudiera ser libre.

-¿Y ese fue tu amigo?.

-Sé que de alguna forma yo tengo que ver con su actitud. Hice mal en no decirle desde el principio que yo quería a Derek. Se hizo ilusiones y cuando se enteró pues...

-De eso nada. Tú no tienes la culpa de la forma que reaccionó. Su problema es la idiotez. Ah sí, y otra cosa y la más importante de todas: que te quiero y nunca te abandonaré.

Valeria se atrevió a tomar su mano a escondidas del encargado ya un poco harto de que la gente no comprara a los esclavos.
El tercer día, Valeria lo resumía como el peor de todos por lo que ocurriría a continuación. Mientras ella se llevaba a la boca un trozo de pan duro y un poco ensuciado de pequeños granos de arena, una risa morbosa comenzó a salir de la boca de un viejo asqueroso de unos cincuenta y siete años que miraba a Valeria de arriba a abajo de manera lasciva. Se la imaginó en su cama entre sus piernas abiertas con el cuerpo desnudo y gimiendo mientras la penetraba. Era un imbécil rematado por llamarlo de alguna manera, sus dientes estaban amarillentos y picados, su halitosis hizo vomitar a la joven en el instante, llevándose un par de latigazos por el hombre que "cuidaba" de ellos. Cristian por defenderla, se llevó el doble.

-Me la llevo.-dijo el viejo-

-¿Tú? No tendrías ni con qué pagármela.-contestó el encargado-

-Ya lo creo que sí.

Sacó de su bolsillo una bolsa llena de monedas que el encargado fornido y calvo cogió entre sus manos sonriendo.

-Vendida.

El calvo le quitó el cartel que llevaba colgado y la bajó del escenario por la fuerza, Valeria sujetaba la mano de Cristian gritando que la dejaran en paz, y él se negaba a que ese desgraciado se la quedara para hacerle daño, por ello también se reveló.
Tuvo que ser sujetado por dos hombres que trabajaban cerca de allí. El viejo sonrió y olfateó en profundidad el cuello de Valeria como si fuera un perro. Quizás su "salvación" fue la intervención de una mujer que ordenó que la soltaran, esa esclava era suya. Valeria no la reconoció en absoluto, no sabía quién era ni a qué se refería con eso de "que era suya". Ofreció el doble de dinero por llevársela a ella y a todos los esclavos que quedaban sobre ese escenario lleno de tantas paupérrimas historias. El encargado accedió, total a él sólo le interesaba el dinero que pagaran por ellos y si era más mucho mejor. Los bajaron y volvieron a ordenarles que hicieran una fila. Tras un recuento, esa mujer se los llevó a su hogar. Los diez minutos que se hicieron andando y casi deshidratados fueron realmente peor que una paliza, Valeria se desorientó totalmente y hasta olvidó su nombre por unos segundos. Volvió a recuperar el sentido cuando fue consciente de dónde estaba de vuelta: era la casa de Shirley Milton. ¿Qué narices había pasado?.
La sádica salió a recibirlos feliz por tenerlos otra vez, especialmente a su conejilla de indias de piel blanca y pelo rojo. Parece que la mujer que los recuperó era la hermana mayor de Shirley y los compró para ella. Shirley consiguió pagar la deuda que tenía pendiente con el juez en tres días a costa del dinero de Frank, del que se adueñó tras su asesinato. La hermana se retiró poco después de entregar los esclavos, Shirley les ordenó incorporarse al trabajo inmediatamente. A Cristian y a Valeria los mandó a limpiar el ático, hacía ya unos cuantos años que no se ordenaba y limpiaba a fondo. Al menos, la señora no había detenido a Valeria para ajustar cuentas con ella y terminar lo que dejó a medias la última vez en la cocina. La pareja preparó los materiales necesarios y después subieron juntos a dejar el ático impecable. El aspecto al entrar era horrible; telarañas invadían gran parte del techo y las paredes, sólo había una ventana con cortinas blancas algo sucias y estropeadas, todo estaba desordenado, sin embargo, pocas eran las cosas que había allí arriba: serían un par de cajas llenas de ropa inservible, muebles rotos y pasados de moda y una caja de música en cuyo interior se hallaban joyas con un valor bastante alto.
Sin decir nada, se pusieron a limpiar el polvo de las cosas desordenadas ordenádolas después. Tardaron una media hora en hacer esa pequeña parte, el ambiente estaba aburrido con tanto silencio. Valeria se acercó a su cubo para mojar de nuevo su trapo y Cristian le salpicó agua entre risas. Ella rió y le respondió de la misma forma iniciando una guerra acuática que acabó derramando los cubos de agua sobre ambas cabezas. Juguetearon divertidos como dos niños pequeños dejando el ático peor de lo que estaba. Sus risas se escuchaban abajo, Shirley sonreía de medio lado, no parecía molestarle.
Cristian la cogió en brazos dando vueltas deprisa con ella besándola en la boca profundamente. Acabó de dar vueltas, la puso de pié en el suelo notando las cálidas manos de Valeria acariciar su cara. Él puso las manos sobre su cintura amarrándola junto a su cuerpo hasta quedar totalmente pegados. Se miraron a los ojos y a la vez se besaron con pasión, Cristian acariciaba cada parte de su espalda mientras Valeria hacía lo mismo con su nuca. Los labios de Cristian fueron a parar al cuello de su chica mordiéndolo con suavidad sin hacerle daño. Valeria notó la erección de él y no pudo evitar excitarse tanto o más. Ella mordió cariñosamente el lóbulo de la oreja provocando en Cristian la necesidad de hacerle el amor allí mismo.
Peso de sus deseos pasionales, agarró con fuerza los glúteos de Valeria y ella dio un salto enredando sus piernas alrededor de las caderas de Cristian. Él la llevó contra la pared donde la besó con ganas y deseos ardientes. Colocó a Valeria de pié junto al suelo subiéndole la falda del camisón, ella bajó los pantalones y la ropa interior volviendo a enrollar las piernas alrededor de sus caderas. Cristian la penetró despacio sin ocasionarle daño, Valeria gemía leve y poco intenso al principio, pero luego, el placer iba subiendo de grado y sus suspiros eran cada vez más profundos e intensos, igual que los de él. Juntos se hicieron uno en el ático dándose placer y amor por encima del sexo, Valeria se sintió genial en sus brazos como nunca creyó que podía sentirse después de Derek. Amaba a Cristian, eso era un hecho seguro, él a simple vista parecía que sentía lo mismo, pero incluso a veces, nada es lo que parece.

La esclava blanca #Libro1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora