Capítulo LV (Penúltimo):

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DÍA 3:

Llegó el tercer día, el último de cautiverio para todos los esclavos. Por la noche, Valeria estuvo soñando con el rescate, que Robert aparecía con muchos de sus hombres y los sacaban de aquel infierno llevándose a Shirley presa para ir a la cárcel de por vida por todo lo que estaba haciendo y lo que había hecho en el pasado que llevaba arrastras.
Con su astucia consiguió hacer creer a todo el mundo que su marido Frank la había abandonado yéndose a otra ciudad lejos de ella. Cuando sus esclavos estaban en venta, Shirley lo organizó todo para librarse de la justicia y quemó el cuerpo de su marido en el jardín esparciendo las cenizas por las calles de la ciudad. Sus objetos personales y su ropa fueron dados a vagabundos que deambulaban por la ciudad o simplemente a los que estaban sentados en una esquina mendigando y pidiendo limosna. Evidentemente, lo que tenía valor lo vendió para obtener dinero y así pagar la deuda del juez, otra víctima de Shirley cuando ésta era una adolescente, pues desangró al caballo de él.
Valeria despertó de su sueño, y prefirió seguir durmiendo a despertar y ver que lo que tanto soñaba y deseaba no se había cumplido. Cristian también dormía, ella no le quitó los ojos de encima, quería observarlo hasta quedarse ciega si era preciso. Joder, una vida a su lado lejos del dolor humano sería perfecto, lejos de las injusticias sociales y demás.... Juró cumplirlo.
Se hizo de día, entraba luz y calor, justo lo que no necesitaban, no más calor, sólo necesitaban aire limpio y fresco que respirar para despejarse, no agobiarse más, pero el día se había presentado así sin más, parecía que hasta la naturaleza estaba a favor de sus torturas.
De nuevo, los pasos de Shirley se escuchaban subir con lentitud cada escalón, Valeria se tapó los oídos con ambas manos para no seguir escuchándolo, ese sonido era como veneno para sus tímpanos. Si seguía mucho tiempo allí encerrada acabaría volviéndose loca, un sólo ruido ya la atormentaba.
Shirley repitió los mismos pasos de siempre: puso la llave en la cerradura, y después de girarla abrió la puerta de golpe quedándose parada un minuto antes de entrar. Luego entró despacio con las dos manos atrás escondiendo otro juguete más que no tardó mucho tiempo en enseñar a sus títeres: una navaja con la punta muy afilada. Los esclavos cruzaron dedos implorando en sus adentros que no fueran los desafortunados en probar ese filo. Pero como de costumbre, Shirley ya sabía quién sería su próxima víctima, y quién mejor que aquel hombre atado al techo de ojos verdes y pelo rubio alborotado: Cristian.
Valeria lo intuía, sabía que el siguiente sería él, así que puso sus manos sobre los barrotes de la jaula intentando ver qué iba a hacerle con desesperación y miedo, no quería verlo morir, no ahora que tenían una promesa de escapar juntos.
Shirley acarició la cara de Cristian con el filo de la navaja sin clavarla en su piel, sólo quería fundar terror.

-Hoy te vas a dar cuenta de lo que duele amar.-dijo Shirley a Cristian-

-Empieza pues, a hacer que me arrepienta.

-Esta mujer ha sido lo peor que te ha podido pasar en la vida, y lo vas a llevar marcado en tu piel hasta que tu cuerpo de descomponga, igual que esa cicatriz que tu padre te hizo cuando intentaste salvar a tu madre. Qué pena que fueras hijo de una esclava, tú y yo habríamos formado un dúo de asesinos muy popular.

Cristian escupió sobre la cara de esa mujer, la que sonrió con maldad. Ella se limpió la saliva con la manga de su vestido negro y se puso detrás de él mirando su espalda, esa cicatriz con una historia oscura.
Un par de minutos después, Shirley clavó el filo de la navaja sobre la piel de Cristian dibujando lo que parecían ser letras. Él contuvo los gritos durante un período corto de tiempo, luego no pudo evitar estallar como una bomba cuando ya no le quedan más segundos. Valeria pataleaba con rabia e impotencia los barrotes que le impedían salir al rescate de su amado.
Tras diez minutos de calvario, sobre la espalda de Cristian podía verse el nombre de Valeria tatuado. Cada letra echaba sangre al exterior y escocía, estaba al rojo vivo. Él dejó caer el peso de su cuerpo, las fuerzas que había recuperado las volvió a perder.

-¿Ves Cristian? Si me hubiera obedecido, nunca jamas te habría subido aquí. Tú me servías, eras mi modelo a seguir. Pero como todos estos cerdos me has decepcionado.

-Puedes matarme si lo deseas....

-No, por el momento no. La manera en la que os mataré prefiero no desvelarla, desearíais no haber nacido.

Guardó la navaja en uno de sus bolsillos dispuesta a retirarse cuando vio que los labios de Valeria estaban separados. Ni siquiera se había dado cuenta de sus gritos, estaba tan pendiente de lo que le hacía a Cristian, que no escuchaba nada de su alrededor.

-Perra, ¿te has quitado los hilos?.-preguntó Shirley-

-Sí, ¿creías que iba a estar todo el día con la boca sellada sólo por complacerte? Pues no.

-Tú serás la primera en morir. Lo juro.

Y se retiró del ático cerrando la puerta con llave para volver al día siguiente, pensaba matarlos a todos al amanecer nada más salir el sol, ya que se había divertido bastante con esos esclavos, ahora quería nuevos.
Cristian y Valeria hablaban entre ellos, él conocía de sobra a su ama desde hacía bastantes años y sabía que al día siguiente si subía era para matarlos a todos.

-Tenemos poco tiempo, ya casi es de noche.-dijo Valeria-

-¿Y qué sugieres? No podemos movernos, estamos todos completamente inmovilizados por culpa de estas cadenas. Robert tiene que venir hoy, si no, estamos muertos.

-Algo habrá que hacer, ¿no?.-dijo Olivia desde la otra punta-

Entonces, la horquilla que se había quedado enredada en el pelo de Valeria cayó a sus pies y ésta se quedó mirándola recordando que de pequeña, una vez supo manipular una cerradura con una de esas. Ahí estaba la pequeña esperanza de salir vivos de allí, en la horquilla y en la inteligencia de Valeria.

-¡Eso es! Creo que podría manipular la cerradura con esta horquilla.-dijo ella-

-¿Crees que podrías hacerlo?.-preguntó Olivia-

-Sólo lo hice una vez cuando tenía diez años, era como una habilidad. Ni siquiera sé cómo, pero... Podría intentarlo.

-Sé que podrás. He confiado siempre en ti y en estos momentos no pienso darte de lado. Tú eres nuestra pequeña salida.-dijo Cristian-

Valeria dejó de pensar en todo lo que la rodeaba centrándose solamente en esa horquilla y esa cerradura del candado. Puso en ellas sus mil sentidos y comenzó a probar giros de una dirección a otra mientras los demás respetaban en silencio el esfuerzo tan enorme que estaba realizando.
Y sí, el milagro que tanto esperaban por fin había llegado, Valeria consiguió abrir el candado y salir de la jaula para saltar a los brazos de Cristian, al cual besó y abrazó como si fuera el último día. Pero no quedaba tiempo, había que organizar un plan de escape para hacerlo todo perfecto, y que mejor manera que llamando la atención de los vecinos ya que la puerta que daba a la calle, a la absoluta libertad, estaba cerrada pero de una manera más especial: una cerradura de hierro imposible de manipular con simples horquillas.

La esclava blanca #Libro1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora